Sacudirnos las inercias
No tiene modo de parar la ruleta de la vida. El torbellino de las horas no sabe de minutos más largos más allá de los sesenta segundos que los llenan cada día. Y así, avanzamos sin que nada pueda detener lo que de suyo es imparable. Pero, hay momentos en los que nos da la impresión de que estamos en un bucle repetitivo que nos hace cansinos de tanto volver a escenarios tan demasiados conocidos, que terminan por no decirnos nada de tantas veces vistos ya. Hace tiempo que dejó de conmovernos lo que creemos haber oído, lo que nos parece que hemos visto, juzgando que es lo de siempre, más de lo mismo, algo sin interés ninguno que acaba por cansarnos hasta el hastío.
En esta tesitura podemos aventurarnos en decir provocativamente que estamos de nuevo ante una cuaresma por delante, ese tiempo de reflexión en el que los cristianos anhelamos cambiar el corazón dándole la vuelta hacia la luz desde nuestras penumbras y hacia la gracia desde todos nuestros pecados. Por eso la cuaresma no es un itinerario para caminar senderos que puedan parecernos conocidos y trillados, porque no es así. Tantas veces hemos llegado a la pascua con el aleluya en los labios, cantando el triunfo de Jesús sobre la oscuridad, el egoísmo, la violencia y la muerte. Pero constatamos que no todo en nosotros es victoria de luz, de entrega, de paz y de vida. Y por eso, volvemos a ponernos en camino para esta aventura que nos saca de las inercias cansadas y aburridas, y mirar un horizonte de verdadero cambio, de conversión sincera, de nueva vida redimida.
En el evangelio se nos habla de las tentaciones de Jesús, que en Él sólo fueron eso: tentaciones, intentos del maligno de entorpecer, ralentizar, desviar su destino que el Padre trazó para su Hijo. Todos somos tentados, únicamente que sólo nosotros claudicamos cediendo al tentador que nos separa de Dios y nos enemista con los hermanos, dejándonos enfrentados por fuera con los demás y heridos en el corazón por dentro. Somos así de vulnerables y pequeños. Las tentaciones de Cristo son las nuestras.
Jesús, que compartió nuestra misma humanidad también experimentó esta tensión de ser empujado hacia donde el Padre Dios no le guiaba. Pero sacudió ese empuje diabólico despreciando los ídolos que le separaban del verdadero Dios, rechazando las piedras con las que le pretendían saciar el hambre con un falso pan, descartando la seguridad engañosa con la que el padre de la mentira quería sustituir la Providencia del Señor. Fue tentado, pero no sucumbió.
Nosotros, al inicio de una nueva cuaresma, también reconocemos nuestras tentaciones, tantas. No estaría mal que pusiésemos nombre a cada una de ellas. Esas que nos separan del buen Dios y no permiten que miremos al otro como a un hermano bueno. Necesitamos de este camino que durante cuarenta días nos quiere acompañar Dios con la luz que disipe nuestros apagones, y con la gracia que ponga fin a nuestros pecados. Y aquí están los gestos de este tiempo por antonomasia: la limosna que consiste sobre todo en darnos a nosotros mismos, nuestro tiempo, nuestros talentos, aquello que sabemos y tenemos; la oración como una vuelta al rostro de Dios que continuamente se nos ofrece con ternura, dedicándole una visita en la iglesia o una plegaria sentida y sencilla; el ayuno de todo aquello que es inútil, nocivo, tantas cosas y actitudes que nos hacen opulentos, egoístas e insolidarios.
Sí, es tiempo de aventurarnos a escuchar a Dios que nunca cansa y que, aún diciéndonos lo mismo a cada uno, no se repite jamás. Atentos los oídos, abierto el corazón, y los brazos bien dispuestos para el abrazo fraterno y la alabanza. Os deseo una santa cuaresma.
Publicado en Iglesia de Asturias.
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