El eterno peregrinar
La peregrinación, metáfora de la vida. Pero necesitamos saber dónde vamos y por qué queremos llegar allí.
por José F. Vaquero
Durante las últimas semanas he coincidido con varios peregrinos, peregrinos a distintos lugares, pero peregrinos. Uno ha estado cuatro días en Lourdes, y según sus palabras, “ha tocado el cielo”. Otros han peregrinado a Tierra Santa, leyendo y recorriendo ese “quinto evangelio” que tenemos los cristianos. Otro grupo ha fortalecido visitando Roma, peregrinando al sepulcro de Pedro, visitando los scavi, el cementerio subterráneo que descansa debajo de la Basílica de San Pedro. Han recorrido, además, los pasillos de varias catacumbas de la Ciudad Eterna. Varios peregrinamos a Fátima, y más de alguno está pensando en recorrer el Camino de Santiago, cuna de España y una de las raíces culturales y religiosas de Europa.
Muchos, y en distintas ocasiones, peregrinamos a lugares clave de nuestra vida y nuestra historia, la historia personal, familiar, social o religiosa. Volvemos a recordar que la peregrinación es una de las mejores metáforas de la vida. Peregrinaciones cristianas, y también peregrinaciones humanas, caminos hacia lugares con historia. El peregrino, en su raíz más profunda, es aquel que camina en medio del campo (per agrum, en latín). Tradicionalmente se calificaba así a los peregrinos del Camino de Santiago. Una peregrinación distinta de la que hace el romero, que se dirige a Roma, o el palmero, que se dirige a Jerusalén; los años y el uso han generalizado el término peregrino.
En este camino, en este avanzar en la vida por en medio del campo, es importante recordar dos claves, dos dimensiones que configuran al peregrino: saber a dónde voy y saber por qué voy allí. Los amantes del senderismo repiten con frecuencia: si no sabes a dónde vas, no estás perdido. Simplemente estás dando un paseo. Cuando no sabes cómo regresar a casa empiezas a estar perdido; tienes un destino, y además no sabes cómo llegar a él.
Lo que vale para cada uno, tener clara mi meta en la vida, vale también para la sociedad, la suma de esos individuos. Flota en el ambiente una pregunta esceptica: ¿A dónde vamos a llegar con….? Y en los puntos suspensivos entran guerras, corrupciones, manipulaciones, injusticias y un etcétera demasiado largo. Llegaremos donde cada uno queramos llegar, con sinceridad, como individuo y, hasta donde llegue mi influencia o esfuerzo, como sociedad. Pero antes hay que pensar y escribir dónde quiero llegar. Los profesores suelen repetir a los alumnos: si no lo sabes explicar, es que no lo sabes; lo mismo se puede decir del escribir nuestras metas, nuestros fines.
Después de tener claro a dónde voy hay que saber por qué quiero llegar allí. Está de moda viajar, y ya estamos pensando en el viaje que haremos durante el verano. ¿Será un simple moverse, o un ir a algún sitio por un motivo? Nos puede invadir el complejo maleta, en las vacaciones y durante la vida: viajo, me muevo, voy, vengo, pero en el fondo soy llevado, y ese caminar no deja nada en mí, salvo un poco de polvo y unas fotos que enseñar en el trabajo.
No quiero ofender a los aficionados a la fotografía, un arte y una bella manifestación de la cultura. Pero tenemos el peligro de quedarnos en la cultura de la foto y dejar de lado la peregrinación de la vida. He estado aquí; y empiezo a mostrar una foto tras otra. ¿He estado allí, o he comprado una foto del lugar en la que, casi por casualidad o como añadido, estoy yo? ¿Se trata de una foto que contiene una experiencia personal o una foto photoshop, o sea, comprada en la tienda, igual que el periódico que compré hace tres días?
El peregrino saborea el camino y el destino, sin preocuparse excesivamente por el reportaje gráfico. Prefiere el reportaje experiencial, y el gráfico sólo en tanto en cuanto ayuda a este.
Acabamos de ver a un peregrino en tierras egipcias, el Papa Francisco. No ha ido a hacerse la foto, aunque esa imagen ha aparecido en muchos periódicos. Ha ido a encontrarse con unas personas muy concretas, unos cristianos que se juegan la vida cada día por vivir su fe católica. Unos musulmanes y hombres de cualquier religion, que en el fondo anhelan la paz. Tenía muy claro dónde iba y por qué.
Muchos, y en distintas ocasiones, peregrinamos a lugares clave de nuestra vida y nuestra historia, la historia personal, familiar, social o religiosa. Volvemos a recordar que la peregrinación es una de las mejores metáforas de la vida. Peregrinaciones cristianas, y también peregrinaciones humanas, caminos hacia lugares con historia. El peregrino, en su raíz más profunda, es aquel que camina en medio del campo (per agrum, en latín). Tradicionalmente se calificaba así a los peregrinos del Camino de Santiago. Una peregrinación distinta de la que hace el romero, que se dirige a Roma, o el palmero, que se dirige a Jerusalén; los años y el uso han generalizado el término peregrino.
En este camino, en este avanzar en la vida por en medio del campo, es importante recordar dos claves, dos dimensiones que configuran al peregrino: saber a dónde voy y saber por qué voy allí. Los amantes del senderismo repiten con frecuencia: si no sabes a dónde vas, no estás perdido. Simplemente estás dando un paseo. Cuando no sabes cómo regresar a casa empiezas a estar perdido; tienes un destino, y además no sabes cómo llegar a él.
Lo que vale para cada uno, tener clara mi meta en la vida, vale también para la sociedad, la suma de esos individuos. Flota en el ambiente una pregunta esceptica: ¿A dónde vamos a llegar con….? Y en los puntos suspensivos entran guerras, corrupciones, manipulaciones, injusticias y un etcétera demasiado largo. Llegaremos donde cada uno queramos llegar, con sinceridad, como individuo y, hasta donde llegue mi influencia o esfuerzo, como sociedad. Pero antes hay que pensar y escribir dónde quiero llegar. Los profesores suelen repetir a los alumnos: si no lo sabes explicar, es que no lo sabes; lo mismo se puede decir del escribir nuestras metas, nuestros fines.
Después de tener claro a dónde voy hay que saber por qué quiero llegar allí. Está de moda viajar, y ya estamos pensando en el viaje que haremos durante el verano. ¿Será un simple moverse, o un ir a algún sitio por un motivo? Nos puede invadir el complejo maleta, en las vacaciones y durante la vida: viajo, me muevo, voy, vengo, pero en el fondo soy llevado, y ese caminar no deja nada en mí, salvo un poco de polvo y unas fotos que enseñar en el trabajo.
No quiero ofender a los aficionados a la fotografía, un arte y una bella manifestación de la cultura. Pero tenemos el peligro de quedarnos en la cultura de la foto y dejar de lado la peregrinación de la vida. He estado aquí; y empiezo a mostrar una foto tras otra. ¿He estado allí, o he comprado una foto del lugar en la que, casi por casualidad o como añadido, estoy yo? ¿Se trata de una foto que contiene una experiencia personal o una foto photoshop, o sea, comprada en la tienda, igual que el periódico que compré hace tres días?
El peregrino saborea el camino y el destino, sin preocuparse excesivamente por el reportaje gráfico. Prefiere el reportaje experiencial, y el gráfico sólo en tanto en cuanto ayuda a este.
Acabamos de ver a un peregrino en tierras egipcias, el Papa Francisco. No ha ido a hacerse la foto, aunque esa imagen ha aparecido en muchos periódicos. Ha ido a encontrarse con unas personas muy concretas, unos cristianos que se juegan la vida cada día por vivir su fe católica. Unos musulmanes y hombres de cualquier religion, que en el fondo anhelan la paz. Tenía muy claro dónde iba y por qué.
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