Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El temor a la muerte


El temor a la muerte, analizado en el frío despacho del legislador, tiene poco que ver con la experiencia de médicos y enfermeras a pie de cama

por José F. Vaquero

Opinión

¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? Cualquier oncólogo español ha oído esta pregunta cientos, miles de veces. Y también otros médicos y especialistas. Es la reacción casi automática posterior a una mala noticia, a un diagnóstico que nos presenta una vida que se acaba. La muerte existe, es una realidad más presente de lo que creemos, y una de las mayores certezas de todo ser humano: un día, dentro de poco o de mucho tiempo, moriré.
 
Los últimos meses está arreciando la batalla legal por el supuesto derecho a la eutanasia; ni siquiera a quitarme la vida, sino a obligar a un médico a que él, el defensor de la vida y de los vivos, me la quite. Aluden al deseo de morir con dignidad, aunque realmente lo que todos anhelamos es vivir con dignidad, no morir.
 
Ya está circulando el anteproyecto de esta ley. Como todo anteproyecto, le queda mucho recorrido, para bien, para mal o para que se quede en el camino. Y ya se ha hecho un primer balance, en general muy negativo para la defensa de la vida. Se absolutiza la libertad del paciente, poniéndola incluso por encima de la ciencia médica del especialista (la así llamada lex artis) y hasta de su misma libertad. En el reino de las libertades, cualquier libertad tiene derecho menos la libertad de conciencia del objetor, que viene olvidada y subordinada a la prestación “de un servicio”.
 
Recientemente escuché a un gran conocedor del tema, y amante de la vida, ponderar los aspectos positivos de este borrador de ley. Su balance era positivo, y se alegraba de su contenido. Después de más de veinte años ejerciendo, insistiendo y hablando con unos y con otros, se empieza a reconocer una especialidad médica muy importante, querida y apreciada por muchos enfermos terminales y por sus familiares y amigos cercanos: los cuidados paliativos. La muerte es un drama, y en eso estamos todos de acuerdo, pero hay que saber afrontarlo, sobre todo, cuando la medicina va a poder curar muy poco, por no decir nada.
 
Todos reconocemos que para cuidar bien al niño pequeño hay que ir al pediatra; si nos rompemos un brazo acudimos al traumatólogo; y si tenemos una seria infección de oído solicitamos acudir al otorrino. Y si la muerte está próxima, o poco se puede curar ya, ¿por qué no somos tratados también por el especialista, el experto en paliativos? Tal vez porque no conozcamos esta especialidad, o porque cuente con pocos especialistas. Tal vez porque incluso los mismos médicos la conozcan poco; En la mayoría de las Universidades sigue sin impartirse esta asignatura, indicada como troncal.
 
Sabemos, con una certeza absoluta, que vamos a morir. Nos importa cómo nos llegará la muerte, y sobre todo su inseparable compañero, el dolor. ¿Por qué no escuchamos al médico, y al médico que sabe de esos temas, que los vive a diario, a pie de cama? ¿Y por qué muchos médicos tienen miedo de esta realidad, de este límite que tiene, y seguirá teniendo, la medicina? En demasiadas ocasiones el enfermo termina diciendo al médico o a la enfermera: "Aunque estoy casi seguro de la respuesta, dígamelo claramente, me estoy muriendo, ¿verdad?"
 
La vida se acaba, y nos da mucha pena. Y es lógico y normal que así sea. ¿Pero por qué creer utópicamente que viviremos para siempre? ¿Será el miedo a reconocer que lo prometido por el diablo, al inicio del Génesis, era y seguirá siendo una mentira, que aquel “seréis iguales a Dios” nunca se cumplirá?
 
El borrador de ley que se está manejando tiene cosas buenas y cosas malas, avances importantes como el reconocimiento de los cuidados paliativos, pero ausencias importantes como la lex artis y la ciencia médica que cura cuando puede, y cuida en todo momento. Y ojalá que en su desarrollo escuchen, y mucho, a tantos médicos, enfermeros, personal asistencial, que conocen la realidad de los últimos días de vida de tantos enfermos. Que cogen la mano del moribundo, y saben que las soluciones frías, escritas en un despacho pesando lo que creen que quiere el enfermo, no defiende de verdad sus ansias de vivir dignamente hasta que llegue el momento de la muerte.
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