Buscando la felicidad
Todo hombre, en todo momento, quiere ser feliz. La tendencia a buscar su bien es natural, fortísima.
por José F. Vaquero
¿Qué es la felicidad? Es una de esas que calificamos como pregunta del millón. El interrogante ha recorrido toda la historia de la humanidad, desde el Australopithecus con su piedra en la mano hasta el homo ciberneticus más cibernético que nos imaginemos, sentado en su silla de Silicon Valley o trabajando para la NASA, la CIA, la NSA o la ESA, grupos punteros en investigación y tecnología. Y a lo largo de estos siglos las respuestas también han sido muy numerosas, variadas e incluso disparatadas. Pero es evidente que todo hombre, en todo momento, quiere ser feliz. La tendencia a buscar su bien es natural, fortísima.
Para unos, la clave está en esas tres palabras del cantante: salud, dinero y amor. Un bienestar general, visto en una clave bastante material: no tener enfermedades, tener mucho dinero, y tener amor, identificado con facilidad, consciente o inconscientemente, con la dimensión físico sexual de la persona.
Muchos van más allá, y buscan dar cabida a las relaciones humanas, personales, que nos elevan de este materialismo. Un toma y daca, intentando relativizar lo material pero sin radicalismo: el dinero no da la felicidad, pero qué “feliz” sería si tuviese tanto dinero…
El pensamiento oriental insiste en que lo principal no es buscar directamente la felicidad; es algo que se nos da, que está en el camino, que nos llega, casi por casualidad. Podemos decidir sobre muchísimas cosas, pero sobre esto, que importa tanto y a tantas personas, no tenemos libertad, sólo podemos esperar a ver si nos llega. Creo que una actitud tan neutra no reza mucho con nuestro ser personas, con inteligencia y voluntad, si bien es cierto que la felicidad no se consigue obsesionándonos por buscarla a toda costa.
La semana pasada era noticia el Día Internacional de la felicidad, 20 de marzo. Hay muchos “días internacionales de”. Cuando algo nos interesa, o interesa a algunos grupos, se crea un Día internacional de… Tiene su sentido humano, pues no podemos fijarnos en todos los aspectos de nuestra vida a la vez, pero no hay que hacer de ello ni un drama ni una gloria. Desde estas líneas, hace tiempo, propuse un Día del Principito, ese pequeño maestro que nos dio grandes lecciones de amistad y humanismo.
También he oído hablar en estos días de una “nueva ciencia”, que bautizaron como “happytología”. Conscientes de la importancia de la felicidad en todos los ámbitos de nuestra vida, una de sus propuestas se apoya en los abrazos de más de seis segundos: es el tiempo necesario para liberar oxitocinas y sustancias físico-químicas que proporcionan apego con otras personas, salud, y consecuentemente felicidad. Los seres humanos, queramos o no, lo sepamos o lo queramos olvidar, formamos una familia.
Es interesante y significativa esta interacción entre cuerpo y espíritu para alcanzar la felicidad. El hombre, según la ciencia actual y la filosofía clásica, es una unidad indivisible de espíritu y cuerpo, de cuerpo y alma. En las unidades hospitalaria de neonatos también lo saben; y se promueve desde el inicio el contacto físico de los padres con el recién nacido.
Pero también, y la realidad es menos conocida esa interacción entre lo físico y lo espiritual se produce en la mujer embarazada en su relación con el embrión, ese tú que vive en ella durante nueve meses. Numerosos estudios biológicos muestran la mejora humana, incluso física, que experimenta la mujer durante este período. Son meses de maduración, de poda sináptica y aumento de sensibilidad para cuidar y proteger al hijo que está creciendo en su interior, y que seguirá cuidando, de modo especialísimo, durante los primeros años de vida. ¿Por qué no buscamos la felicidad del hombre también desde el inicio, desde que es un pequeño embrión?
La felicidad, en eso creo que podemos estar todos de acuerdo, es la conjunción de aspectos físico químicos y espirituales, con mayor peso para estos segundos. Lo material nos deja vacíos, hastiados; lo espiritual, sin una relación a lo corpóreo, nos resulta angelical y leja no de esta vida diaria.
Para unos, la clave está en esas tres palabras del cantante: salud, dinero y amor. Un bienestar general, visto en una clave bastante material: no tener enfermedades, tener mucho dinero, y tener amor, identificado con facilidad, consciente o inconscientemente, con la dimensión físico sexual de la persona.
Muchos van más allá, y buscan dar cabida a las relaciones humanas, personales, que nos elevan de este materialismo. Un toma y daca, intentando relativizar lo material pero sin radicalismo: el dinero no da la felicidad, pero qué “feliz” sería si tuviese tanto dinero…
El pensamiento oriental insiste en que lo principal no es buscar directamente la felicidad; es algo que se nos da, que está en el camino, que nos llega, casi por casualidad. Podemos decidir sobre muchísimas cosas, pero sobre esto, que importa tanto y a tantas personas, no tenemos libertad, sólo podemos esperar a ver si nos llega. Creo que una actitud tan neutra no reza mucho con nuestro ser personas, con inteligencia y voluntad, si bien es cierto que la felicidad no se consigue obsesionándonos por buscarla a toda costa.
La semana pasada era noticia el Día Internacional de la felicidad, 20 de marzo. Hay muchos “días internacionales de”. Cuando algo nos interesa, o interesa a algunos grupos, se crea un Día internacional de… Tiene su sentido humano, pues no podemos fijarnos en todos los aspectos de nuestra vida a la vez, pero no hay que hacer de ello ni un drama ni una gloria. Desde estas líneas, hace tiempo, propuse un Día del Principito, ese pequeño maestro que nos dio grandes lecciones de amistad y humanismo.
También he oído hablar en estos días de una “nueva ciencia”, que bautizaron como “happytología”. Conscientes de la importancia de la felicidad en todos los ámbitos de nuestra vida, una de sus propuestas se apoya en los abrazos de más de seis segundos: es el tiempo necesario para liberar oxitocinas y sustancias físico-químicas que proporcionan apego con otras personas, salud, y consecuentemente felicidad. Los seres humanos, queramos o no, lo sepamos o lo queramos olvidar, formamos una familia.
Es interesante y significativa esta interacción entre cuerpo y espíritu para alcanzar la felicidad. El hombre, según la ciencia actual y la filosofía clásica, es una unidad indivisible de espíritu y cuerpo, de cuerpo y alma. En las unidades hospitalaria de neonatos también lo saben; y se promueve desde el inicio el contacto físico de los padres con el recién nacido.
Pero también, y la realidad es menos conocida esa interacción entre lo físico y lo espiritual se produce en la mujer embarazada en su relación con el embrión, ese tú que vive en ella durante nueve meses. Numerosos estudios biológicos muestran la mejora humana, incluso física, que experimenta la mujer durante este período. Son meses de maduración, de poda sináptica y aumento de sensibilidad para cuidar y proteger al hijo que está creciendo en su interior, y que seguirá cuidando, de modo especialísimo, durante los primeros años de vida. ¿Por qué no buscamos la felicidad del hombre también desde el inicio, desde que es un pequeño embrión?
La felicidad, en eso creo que podemos estar todos de acuerdo, es la conjunción de aspectos físico químicos y espirituales, con mayor peso para estos segundos. Lo material nos deja vacíos, hastiados; lo espiritual, sin una relación a lo corpóreo, nos resulta angelical y leja no de esta vida diaria.
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