Hiperconectados e incomunicados
Una paradójica contradicción. ¿Es lo mismo conexión y comunicación? ¿Vivimos en la era de la comunicación?
por José F. Vaquero
La frase la hemos oído más veces, quizás demasiadas. Y por eso ya no nos golpea tanto, no nos resulta tan incoherente. La frase, a primera vista, es un ejemplo de aquello que los clásicos llamaban contradictio in terminis, contradicción en los términos. Conectados como nunca, por medio de la radio, la televisión, internet, el correo electrónico y sus cada día más abundantes redes sociales, Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, Telegram, Youtube, y un larguísimo etcétera, donde también entra la radio tradicional “bajo demanda” y la televisión “a la carta”.
A inicios de esta semana una profesora de un instituto del pueblo madrileño de Torrejón de Ardoz creó con sus alumnos un simpático personaje, Nico, y lo envió a las redes sociales con una sencilla petición: “Ayúdame a recorrer el mundo. Soy Nico”. Junto a la foto, un texto: "Por si podéis reenviar. Una profesora está haciendo un experimento con sus alumnos de 3º ESO para que tomen conciencia de la rapidez con la que se difunden imágenes sin poder controlarlas". En 48 horas Nico había recorrido numerosos países, y había pasado por incontables teléfonos. Un ejemplo más de nuestra super e hiperconexión.
Sin embargo, aumenta el número de personas, jóvenes y ancianos, que se sienten solos, aislados, habitantes como mucho de un mundo virtual. Pero que no llena a nuestro corazón real. El estado civil que está de moda es el de single (aceptemos el anglicanismo), o sea, solo, soltero, individual (eso dice el diccionario Collins). Algo no funciona, parece que está en crisis la comunicación
Repasemos el concepto tradicional (y actual) de comunicación: un emisor transmite un mensaje a través de un canal, que es recibido por un receptor. Encontramos cuatro elementos básicos: emisor, canal, mensaje y receptor.
Canales ya hemos visto que abundan, y tal vez en demasía. El elevado número de carreteras facilita la comunicación, pero también facilita la desesperación en un conductor que llega desde su pueblo a la gran ciudad. ¿Y ahora por dónde voy? ¿Cómo puedo orientarme en medio de un tráfico tan veloz y agobiante? ¿Cómo tomo la salida correcta en medio de este hormigueo de entradas y salidas?
El emisor y el receptor, en nuestro caso, son un tanto peculiares, singulares. En lenguaje físico podríamos calificarlos de un tanto aleatorios, la imprevisión de un emisor libérrimo, y un receptor igualmente indeterminado a la hora de transmitir. Ya en las acciones del receptor, la lengua utiliza palabras, pero a la vez muy distintas: ver y mirar, oír y escuchar. El receptor no mira simplemente con tener los ojos abiertos, ni escucha sólo en base a las capacidades físicas de su “decodificador”, el oído; es necesario hacer algo más, querer recibir el mensaje.
Y llegamos al contenido de la comunicación, el mensaje que quiere transmitir el emisor (y no siempre transmite), y aquello que quiere, puede o le interesa recibir al receptor. En el mundo físico puede suceder que el mensaje venga envuelto en ruido, o mezclado con otros muchos mensajes, en un canal que transmite como loco, a diestra y siniestra. Y no es fácil reconocerlo, filtrarlo del ruido circundante y garantizar su correcta llegada al final del canal, es decir, al receptor. También puede suceder que haya tanto ruido que el receptor, movido por su libre decisión o por la excesiva saturación, pase a “modo desconectado”. No recibo, no quiero recibir tanto bombardeo de ruidos, mensajes y más ruidos.
Con tanta libertad e indeterminación, nuestra primera identificación de conexión y comunicación no parece ser tan evidente. La conexión es automática, resultado de la técnica, y en ocasiones necesitamos de un técnico para ajustarla, para emitir y recibir correctamente, para codificar y decodificar según las leyes físicas de la conexión. La comunicación, en cambio, implica una decisión personal, humana, voluntaria, más allá de los elementos físico-químicos que garanticen una transmisión física de la materialidad de un mensaje.
Nos encontramos en la era de la conexión, la hiperconexión, pero eso no significa, de por sí, que estamos en la era de la comunicación. Comunicarse significa voluntad, querer acercarse al otro y estar dispuesto a recibirle tal como es, con su inabarcable individualidad.
A inicios de esta semana una profesora de un instituto del pueblo madrileño de Torrejón de Ardoz creó con sus alumnos un simpático personaje, Nico, y lo envió a las redes sociales con una sencilla petición: “Ayúdame a recorrer el mundo. Soy Nico”. Junto a la foto, un texto: "Por si podéis reenviar. Una profesora está haciendo un experimento con sus alumnos de 3º ESO para que tomen conciencia de la rapidez con la que se difunden imágenes sin poder controlarlas". En 48 horas Nico había recorrido numerosos países, y había pasado por incontables teléfonos. Un ejemplo más de nuestra super e hiperconexión.
Sin embargo, aumenta el número de personas, jóvenes y ancianos, que se sienten solos, aislados, habitantes como mucho de un mundo virtual. Pero que no llena a nuestro corazón real. El estado civil que está de moda es el de single (aceptemos el anglicanismo), o sea, solo, soltero, individual (eso dice el diccionario Collins). Algo no funciona, parece que está en crisis la comunicación
Repasemos el concepto tradicional (y actual) de comunicación: un emisor transmite un mensaje a través de un canal, que es recibido por un receptor. Encontramos cuatro elementos básicos: emisor, canal, mensaje y receptor.
Canales ya hemos visto que abundan, y tal vez en demasía. El elevado número de carreteras facilita la comunicación, pero también facilita la desesperación en un conductor que llega desde su pueblo a la gran ciudad. ¿Y ahora por dónde voy? ¿Cómo puedo orientarme en medio de un tráfico tan veloz y agobiante? ¿Cómo tomo la salida correcta en medio de este hormigueo de entradas y salidas?
El emisor y el receptor, en nuestro caso, son un tanto peculiares, singulares. En lenguaje físico podríamos calificarlos de un tanto aleatorios, la imprevisión de un emisor libérrimo, y un receptor igualmente indeterminado a la hora de transmitir. Ya en las acciones del receptor, la lengua utiliza palabras, pero a la vez muy distintas: ver y mirar, oír y escuchar. El receptor no mira simplemente con tener los ojos abiertos, ni escucha sólo en base a las capacidades físicas de su “decodificador”, el oído; es necesario hacer algo más, querer recibir el mensaje.
Y llegamos al contenido de la comunicación, el mensaje que quiere transmitir el emisor (y no siempre transmite), y aquello que quiere, puede o le interesa recibir al receptor. En el mundo físico puede suceder que el mensaje venga envuelto en ruido, o mezclado con otros muchos mensajes, en un canal que transmite como loco, a diestra y siniestra. Y no es fácil reconocerlo, filtrarlo del ruido circundante y garantizar su correcta llegada al final del canal, es decir, al receptor. También puede suceder que haya tanto ruido que el receptor, movido por su libre decisión o por la excesiva saturación, pase a “modo desconectado”. No recibo, no quiero recibir tanto bombardeo de ruidos, mensajes y más ruidos.
Con tanta libertad e indeterminación, nuestra primera identificación de conexión y comunicación no parece ser tan evidente. La conexión es automática, resultado de la técnica, y en ocasiones necesitamos de un técnico para ajustarla, para emitir y recibir correctamente, para codificar y decodificar según las leyes físicas de la conexión. La comunicación, en cambio, implica una decisión personal, humana, voluntaria, más allá de los elementos físico-químicos que garanticen una transmisión física de la materialidad de un mensaje.
Nos encontramos en la era de la conexión, la hiperconexión, pero eso no significa, de por sí, que estamos en la era de la comunicación. Comunicarse significa voluntad, querer acercarse al otro y estar dispuesto a recibirle tal como es, con su inabarcable individualidad.
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