El oxígeno de la mirada esperanzada
¿Será que no hay nada positivo en el mundo que nos rodea? No, y muchas veces necesitamos quitar la televisión, dejar de escuchar noticias negativas, y pensar con un poco de realismo en tantas cosas positivas que nos rodean
por José F. Vaquero
La gente, todos, estamos deseosos de oír cosas positivas, noticias buenas y animantes.
¿Cuántas malas noticias hemos oído hoy? Desde primera hora de la mañana, cuando ponemos la radio, hasta última hora de la noche, en el telediario que nos cenamos demasiado acríticamente, la mayoría de las noticias son negativas. Guerras, hambre, muertes por frío, corrupción, disputas sociopolíticas a todos los niveles, corrupción, engaño. Parece que caminamos indefectiblemente en un túnel negro, sobre un fondo oscuro, muy oscuro. Y si hubiera alguna luz, es la de la locomotora que viene hacia nosotros.
La maldad y oscuridad que nos rodea y nos repiten, que oímos resonar en los altavoces de los medios de comunicación, nos van comiendo poco a poco el alma, nos van ahogando. Generan, casi sin querer, una atmósfera tóxica, llena de humo, y cada vez respiramos peor, caminamos peor, nos reímos menos y discutimos más. ¿Será que no hay nada positivo en el mundo que nos rodea? No, y muchas veces necesitamos quitar la televisión, dejar de escuchar noticias negativas, y pensar con un poco de realismo en tantas cosas positivas que nos rodean.
Recientemente he escuchado el testimonio de Nacho y Paula. Una pareja de jóvenes que se enamoraron al más estilo romántico, con un amor a primera vista. Tú serás mi marido, le catapultó Paula al poco de conocerse. El noviazgo y el matrimonio no fue sólo romántico e idílico, pero después de varios años y con dos niñas pequeñas, la vida les seguía sonriendo. Hasta que llegó la dificultad, como en todo hijo de vecino, en todo pareja o matrimonio, católico o indiferente ante la religión; la dificultad no hace acepción de personas, no elije sólo a los buenos católicos o a los indiferentes ante la religión; es demasiado universal.
En este caso la dificultad (o la cruz, en terminología católica) llamó a sus puertas durante el tercer embarazo. La niña, Eugenia, venía con problemas. La había afectado un virus de la mare, el citomegalovirus, algo insignificante para un adulto. Pero casi mortal para un pequeño embrión. El virus se alimentaba del cerebro de Eugenia, y las perspectivas eran negativas.
Los padres, todavía fuertes en su optimismo (nunca hay que perderlo…) visitaron a otros médicos, soñando escuchar de alguno de ellos un “ha sido un error. La niña viene perfectamente”. Pero el optimismo se acababa, visita a visita. Paula oyó hablar de las cadenas de oraciones, y el hilo de optimismo que quedaba encontró una asidera. Con tanta gente rezando por su curación, seguro, sin lugar a duda, que Eugenia se cura. Pero la curación no llegó. El optimismo, me aventuro a decir, es poco católico; yo prefiero la confianza, la Esperanza. “En esperanza fuimos salvador”.
Los médicos repetían, una y otra vez, que la mejor opción era el aborto. Terminar con esa vida, y con un sufrimiento psicológico inaguantable para la madre, así se lo vendieron a Paula y Nacho. Hasta que un ginecólogo les matizó la respuesta: Si ustedes no luchan por la vida de esta niña, nadie luchará por ella. Nadie. Una cruda y dura realidad. El médico no hablaba con el fervor de un recién licenciado, un treintañero soñador; él tenía ocho hijos, y sabía lo que es tener un hijo. Y sobre todo tener un hijo discapacitado, y además adoptado, “elegido de antemano con sus consecuencias”.
El día que nació Victoria, su padre tuvo que repetirle el mismo argumento a un médico, que le preguntó si quería que la reanimara tras un posible infarto. ¿Qué haría si le pasara a usted?, fue la lacónica respuesta.
El día a día de Victoria fue muy duro para Nacho, y pasó una etapa de “rebote” hacia Dios. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué no la has curado? ¿Por qué lo permites? No es fácil aceptar una dificultad así. Y es normal quejarse, enfadarse, protestar. Pero poco a poco fue viendo lo positivo de la vida, descentrándose de lo negativo. Paula tuvo un nuevo embarazo, esta vez de mellizos. Y aprendieron a dar gracias por cada día de este embarazo, por las niñas, por su salud. Agradecer en lugar de llorar. Dios fue trabajando su corazón, pero ellos quisieron fijarse en lo positivo, en lo hermoso, en aquello que hay que agradecer. Y años después, Nacho concluye: “La vida es hermosa, aunque a veces sea dura y fatigosa”.
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