El imperio del deseo
La realidad se nos impone, e incluso en esta sociedad que pintamos tan relativista, se encienden luces como Noelia o Jan, que nos hacen pensar, creer, esperar y amar
por José F. Vaquero
“Querer es poder”, nos recuerda el refranero castellano. Los padres se lo repiten con frecuencia a sus hijos, para que no protesten cuando dicen un “no puedo” que rezuma a cansancio y falta de esfuerzo. Querer es poder, se repiten muchos atletas, de modo especial los heroicos atletas paraolímpicos, los grandes olvidados en las olimpiadas. Hay muchos casos de superación heroica, en todos los ámbitos y sectores de la vida.
Hace varias semanas me picó la curiosidad el ejemplo de superación de Noelia Garella, una síndrome de Down que ha empezado a trabajar como profesora de pre-escolar. Y en este caso no ha sido solo su voluntad, su querer, sino también el realismo evidente de que estas personas pueden mucho más de lo que creemos, son capaces de superar el “rol” que la sociedad les asigna, discapacitados molestos.
Hace pocos días, y las coincidencias no son sólo pura casualidad, en España s estrenó la película “La historia de Jan”. Bernardo Moll grabó durante seis años a su hijo, nacido con síndrome de Down, y el resultado es un precioso relato de lucha y superación que les ha servido de terapia, a los padres y al mismo Jan, para derrumbar los prejuicios contra este trastorno genético. Es una película que toca la fibra más sensible del ser humano: el corazón.
El susto y el miedo al conocer la discapacidad de su hijo hizo mella en Bernardo y en Mónica. Después de soñar tanto con el pequeño, Bernardo se preguntaba: ¿podré jugar al fútbol con mi hijo? Por supuesto, le respondió Mónica, su mujer, consciente del alto reto que suponía. Después de tantas horas grabadas con su cámara, de tantas luchas y obstáculos, el padre reconoce: “ es un niño feliz”.
El ser humano, todo ser humano, tiene grandes capacidades, puede llegar más lejos de lo que creemos. ¿Pero hasta dónde tiene razón el refranero? ¿Debemos absolutizar aquello de querer es poder? Vivimos en una sociedad tolerante con todo, o mejor dicho relativista ante cualquier idea que surja de cualquier cabeza, idea peregrina o idea bien pensada y argumentada. Todo es relativo, nos venden, pero en el fondo esa afirmación, y tantas otras que asumimos acríticamente, son absolutas, casi dictatoriales, y con frecuencia tan peligrosas como cualquier régimen dictatorial, sea teocrático-religioso, de izquierdas o de derechas.
De este plato del refranero, sazonado con otro de esos dogmas acríticos absolutos (si la ciencia lo puede hacer y la ley lo permite, es correcto) podemos tener frutos tan explosivos como el derecho a tener un hijo, o a eliminarlo cuando la cosa se complica. Como querer es poder, si quiero tener un hijo está justificado fabricarlo a toda costa. Y hablo de “fabricar”, en las factorías FIV (laboratorios de fecundación in vitro). Con esa opinión generalizada hemos llegado a entronizar la medicina del deseo. Si deseo algo, ese deseo viene catalogado automáticamente como bueno. Y ante algo bueno, se justifica cualquier camino para lograrlo. Si el fin es bueno (soy yo el que lo dice, pero da lo mismo…), el medio siempre será bueno. Ya lo decía aquel político italiano llamado Maquiavelo: el fin justifica los medios.
Los resultados de esta factoría FIV, según algunos, son buenos. Buenos para los padres, aunque su bondad dure unos meses o unos años, hasta que “se acaba el amor”.
Buenos para los hijos. Puntualizo, para los hijos nacidos, siempre y cuando “no se acabe el amor”. Pero también hay resultados que deben hacernos pensar. Muchas personas con la capacidad y la realidad de Noelia, la profesora Down que citaba al inicio, o de Jan, este niño de seis años tan querido por sus padres, ni siquiera han llegado a nacer. Según datos de los últimos años, Noelia forma parte del 10 % privilegiado, ese 10 % de niños con síndrome de Down a los que les permitimos nacer. ¿Y el otro 90 %? Lo sentimos, no superaron el control de calidad en su fabricación.
La medicina del deseo tiene sus problemas y sus carencias, sobre todo cuando la dejaos crecer hasta ocupar el trono del principio absoluto, del razonamiento que justifica todo. Por encima de nuestro deseo, incluso de aquel que consideramos sublime, está la realidad, la ley natural que nos dice ayudar al pobre está bien y matar al inocente está mal, ser honesto en tu trabajo está bien y copiar en el examen o falsificar un título está mal. La realidad se nos impone, e incluso en esta sociedad que pintamos tan relativista, se encienden luces como Noelia o Jan, que nos hacen pensar, creer, esperar y amar.
Hace varias semanas me picó la curiosidad el ejemplo de superación de Noelia Garella, una síndrome de Down que ha empezado a trabajar como profesora de pre-escolar. Y en este caso no ha sido solo su voluntad, su querer, sino también el realismo evidente de que estas personas pueden mucho más de lo que creemos, son capaces de superar el “rol” que la sociedad les asigna, discapacitados molestos.
Hace pocos días, y las coincidencias no son sólo pura casualidad, en España s estrenó la película “La historia de Jan”. Bernardo Moll grabó durante seis años a su hijo, nacido con síndrome de Down, y el resultado es un precioso relato de lucha y superación que les ha servido de terapia, a los padres y al mismo Jan, para derrumbar los prejuicios contra este trastorno genético. Es una película que toca la fibra más sensible del ser humano: el corazón.
El susto y el miedo al conocer la discapacidad de su hijo hizo mella en Bernardo y en Mónica. Después de soñar tanto con el pequeño, Bernardo se preguntaba: ¿podré jugar al fútbol con mi hijo? Por supuesto, le respondió Mónica, su mujer, consciente del alto reto que suponía. Después de tantas horas grabadas con su cámara, de tantas luchas y obstáculos, el padre reconoce: “ es un niño feliz”.
El ser humano, todo ser humano, tiene grandes capacidades, puede llegar más lejos de lo que creemos. ¿Pero hasta dónde tiene razón el refranero? ¿Debemos absolutizar aquello de querer es poder? Vivimos en una sociedad tolerante con todo, o mejor dicho relativista ante cualquier idea que surja de cualquier cabeza, idea peregrina o idea bien pensada y argumentada. Todo es relativo, nos venden, pero en el fondo esa afirmación, y tantas otras que asumimos acríticamente, son absolutas, casi dictatoriales, y con frecuencia tan peligrosas como cualquier régimen dictatorial, sea teocrático-religioso, de izquierdas o de derechas.
De este plato del refranero, sazonado con otro de esos dogmas acríticos absolutos (si la ciencia lo puede hacer y la ley lo permite, es correcto) podemos tener frutos tan explosivos como el derecho a tener un hijo, o a eliminarlo cuando la cosa se complica. Como querer es poder, si quiero tener un hijo está justificado fabricarlo a toda costa. Y hablo de “fabricar”, en las factorías FIV (laboratorios de fecundación in vitro). Con esa opinión generalizada hemos llegado a entronizar la medicina del deseo. Si deseo algo, ese deseo viene catalogado automáticamente como bueno. Y ante algo bueno, se justifica cualquier camino para lograrlo. Si el fin es bueno (soy yo el que lo dice, pero da lo mismo…), el medio siempre será bueno. Ya lo decía aquel político italiano llamado Maquiavelo: el fin justifica los medios.
Los resultados de esta factoría FIV, según algunos, son buenos. Buenos para los padres, aunque su bondad dure unos meses o unos años, hasta que “se acaba el amor”.
Buenos para los hijos. Puntualizo, para los hijos nacidos, siempre y cuando “no se acabe el amor”. Pero también hay resultados que deben hacernos pensar. Muchas personas con la capacidad y la realidad de Noelia, la profesora Down que citaba al inicio, o de Jan, este niño de seis años tan querido por sus padres, ni siquiera han llegado a nacer. Según datos de los últimos años, Noelia forma parte del 10 % privilegiado, ese 10 % de niños con síndrome de Down a los que les permitimos nacer. ¿Y el otro 90 %? Lo sentimos, no superaron el control de calidad en su fabricación.
La medicina del deseo tiene sus problemas y sus carencias, sobre todo cuando la dejaos crecer hasta ocupar el trono del principio absoluto, del razonamiento que justifica todo. Por encima de nuestro deseo, incluso de aquel que consideramos sublime, está la realidad, la ley natural que nos dice ayudar al pobre está bien y matar al inocente está mal, ser honesto en tu trabajo está bien y copiar en el examen o falsificar un título está mal. La realidad se nos impone, e incluso en esta sociedad que pintamos tan relativista, se encienden luces como Noelia o Jan, que nos hacen pensar, creer, esperar y amar.
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