La falacia del progreso
Han pasado veinte años de la caída del Muro de Berlín, Ante ello nos preguntamos, ¿ha progresado el mundo? Depende a quién preguntemos
por José F. Vaquero
Estamos a punto de celebrar uno de esos aniversarios que concentran gran parte del siglo XX. Uno de esos acontecimientos resumen de una época, por el hecho en sí, por su pasado, y por sus expectativas para el futuro. Aunque, por la experiencia de los últimos años, me aventuro a pensar que las expectativas fueron demasiado expectantes y un tanto equivocadas.
El 9 de noviembre de 1989 un grupo de personas, provistas casi de nada, iniciaron la caída de un muro, el Muro de la Berlín. Casi 30 años antes, la así llamada República «Democrática» Alemana había levantado este muro a lo largo de 160 kilómetros. Así, de modo democrático, ayudaba a sus ciudadanos a permanecer en la parte oriental de Alemania. La inmensa mayoría eligieron libremente permanecer allí; ¡Qué remedio! ¿Motivos de tal opción? Unas minas en la frontera, unos soldados armados hasta los dientes, y todo ello junto a un inexpugnable muro, el muro de la vergüenza. Para los niños y adolescentes de aquella época, la Alemania oriental era la imagen gráfica de una cárcel, una gran cárcel, cercada por un muro y unos vigilantes dispuestos a matar.
Cayó aquel muro, símbolo supremo de la Guerra Fría, consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, surgida a su vez de una mente megalómana y una mal acabada Primera Guerra Mundial. Quizás de ahí venga la densidad y concentración histórica de su destrucción, síntesis del siglo XX. Buen resumen para un siglo de luchas, de búsquedas y extremos, y de progreso. ¿Pero de verdad hubo progreso en el siglo XX? Y más importante aún, ¿hemos progresado con aquella caída del muro, y con los acontecimientos posteriores? La respuesta parece evidente. Más de alguno dirá que hasta la duda ofende. Pero analicemos un poco.
Progreso, según algunos, equivale a cambio, y todo cambio, por ser tal, es progreso, mejora, evolución. Echemos una mirada al panorama internacional. Por ejemplo, Palestina. Veinte años después de la caída del muro de la vergüenza, hemos “progresado” tanto que se construyen nuevos muros, haciendo cárceles – ciudades para los palestinos. ¿Progreso? Ciertamente, es discutible el uso de la violencia que hacen algunos palestinos para defender su libertad, pero también es criticable, y en ocasiones la opinión pública lo olvida, la violencia israelí contra un país que, igual que ellos, fue reconocido por las Naciones Unidas.
Otro ejemplo: La selección genética que realizó Hitler, acabando con millones de judíos y no judíos en nombre de la pureza de la raza. Estaba justificado matar, simplemente porque no eran seres humanos. Años después nos rasgamos las vestiduras y decimos: hemos progresado; condenamos esos crímenes. Ahora en nombre del mal cálculo justificamos la muerte de seres humanos inocentes, y les catalogamos, como el régimen hitleriano hizo con los no arios, fuera de la categoría de seres humanos: «ser vivo», «tejido sobrante». Parece que, aunque han cambiado algunas cosas, no hemos progresado tanto, e incluso vamos hacia atrás.
Progresar es tener más libertad, afirman otros. Pero, ¿qué es eso de libertad? ¿la posibilidad de hacer lo que quiera, con tal de que respete al otro? Craso error, hacer lo que quiera. Como quiero volar y no puedo, adiós a mi libertad. Como quiero atravesar una pared y no puedo, adiós a mi libertad. Como quiero tener mucho dinero y no puedo, adiós a mi libertad (o apúntate a una concejalía de urbanismo, que hoy está muy de moda este «negocio»). Creo que se juega demasiado con el mito de la libertad, y el respeto al otro, tenso respeto que basado en esta idea superficial de libertad se rompe a la primera de cambio. Y si no lo creen, vean cualquier fin de semana el botellón de su ciudad.
Prefiero definir la libertad como un optar por el bien, para Dios y para los que me rodean. En ese bien se mete con facilidad el interés personal, el egoísmo o amor desequilibrado a uno mismo, pero ahí está el reto de buscar el verdadero bien, empezando por el Bien con mayúscula. Esa opción por el bien es opción por el amor
Iniciaba estas líneas preguntándome, ¿ha progresado el mundo? Depende a quién preguntemos. Si preguntamos a los miles y miles de pobres que han recibido carió, ayuda y amor de corazones como Teresa de Calcuta, tenemos que reconocer que Calcuta, y otros centros de gran pobreza, ha progresado. Son más amados, viven mejor, aunque todavía estén a años luz de los así llamados «países desarrollados». Si preguntamos, llegando a nuestro país, a esas madres que decidieron seguir adelante con su embarazo gracias a que organizaciones como Fundación Madrina o Red Madre les ofrecieron esta puerta en lugar de la salida cobarde de matar a un inocente, nos responderán que sí, que hay progreso.
El mundo progresa cuando progresa el amor; he ahí una de las grandes claves del progreso.
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