Guerra a la individualidad
No se puede luchar contra la individualidad; es como querer tapar el sol con los dedos de una mano; sólo funciona los primeros cinco segundos, o cuando el individuo quiere cerrar los ojos a la realidad.
por José F. Vaquero
El verano es siempre un momento de reposo, de descanso. Sube el calor y baja la intensidad de nuestras actividades, preocupaciones, agobios… Ese parón veraniego también se refleja, tradicionalmente, en el mundo del cine, cine en pantalla grande y “cine en pantalla pequeña”, o sea, en las películas que nos ofrece la televisión. Los empresarios del cine saben que durante estos meses la gente piensa más en playa, fiesta y paseo que en sofá y entretenimiento cinematográfico.
En días pasados, sin embargo, una de estas películas me ha hecho pensar. Se trata de una historia futurista, de ciencia ficción, en la línea de otras distopías famosas (Un mundo feliz, 1984, Fahrenheit 451 y tantas otras). Un guión interesante, compartido con estas “fábulas”: el hombre, gracias al progreso y a la ciencia, llega a un estado quasi perfecto, a una felicidad completa (aparente), pero algo falla en el sistema y la aparente utopía desemboca en lo contrario; de ahí su nombre, distopía.
La película, titulada La isla, describe una felicidad futurista perfecta. Perfecta para los ricos que han logrado conseguir un medicamento perfecto. En dos años, declara uno de los protagonistas dobles, su hígado estará hecho polvo; pero para entonces se someterá a un trasplante “autólogo” perfecto. Autólogo genéticamente, se entiende. La historia se ambienta en Estados Unidos, donde abundan las pólizas de seguros. Los ricachones pueden tener esta póliza de seguro perfecta, llamada agnate, que es realmente un clon suyo, un clon creado con 20, 30 ó 40 años. Uno de los protagonistas, el agnate Lincoln, así se presenta ante su dueño: “Soy tu póliza de seguros”.
Agnate, etimológicamente, es aquel que no ha nacido. No ha llegado a la existencia desarrollándose a partir de la fusión de un óvulo fecundado (un nacimiento), sino mediante un proceso de clonación. Es, pues, y así lo definen los trabajadores de esta fábrica de clones, un “producto”. En una de las escenas del trailer, varios trabajadores claman agobiados: se nos han escapado dos productos.
Se trata de unos productos biológicamente perfectos (o casi) y muy controlados en todas sus constantes vitales: presión, tensión, dieta, calidad de piel. Un producto perfecto, sometido a un control perfecto. Pero incluso en ese nivel hay un factor que no controlan, que ningún sistema puede controlar desde fuera. Son individuos, libres, mentes que piensan, y eso es un grave peligro. Quizás por eso se desprecia la filosofía y el verdadero debate, dos asignaturas que brillan por su ausencia, cada vez más, en nuestros currículos escolares.
En ese punto se esmera cualquier sistema de control perfecto, dictatorial. Tener individuos, o productos, o masa, que piense y se haga preguntas es tener al enemigo en casa, sobre todo cuando no se juega con la Verdad y el Bien.
Después de varias aventuras, que omito para que se pueda disfrutar esta película, una escena me parece clave. El agnate Lincoln se encuentra frente a frente al director de la fábrica (del proyecto, que hoy llamamos proyecto a cualquier cosa, buena, mala o insignificante). El director termina reconociendo: “Eres único”. Justo lo contrario y lo opuesto a un clon, a un producto sin personalidad propia. Eres único, y por eso tú diriges tus decisiones, incluso en contra de lo que otros supondrían lógico, incluso complicándote la vida cuando ya habías llegado a una alta cima de bienestar. Te interesa algo más; el bienser, respondería alguno de nuestros filósofos hispánicos. Ser bueno, que va mucho más allá de estar bien. En lenguaje filosófico, que para algo vale la filosofía, tú eres una sustancia, y te interesa la sustancia, no los accidentes, el ser, no el estar. Importa tu ser, e importas por lo que eres.
Hasta aquí, las reflexiones bastante obvias de la cinta La isla. Y andando un poco más allá, de mi cosecha personal, de la importancia de lo que eres surge también la importancia de aquel lugar en el que te valoran por lo que eres, la familia. En la película aparece, de modo ausente, la familia. El protagonista ricachón, el que contrata su “póliza - agnate”, no tiene familia. Es un hombre apuesto, fabricante de barcos, con mucho dinero, pero solo, soltero. Y los vigilantes de la buena marcha en la fábrica de producción de clones vigilan detalladamente que ningún “producto” se acerque demasiado a otro “producto”; han atrofiado la libido sexual, pero han de evitar también la cercanía física.
No se puede luchar contra la libertad y la individualidad; es como querer tapar el sol con los dedos de una mano; sólo funciona los primeros cinco segundos, o cuando el individuo quiere cerrar los ojos a la realidad.
En días pasados, sin embargo, una de estas películas me ha hecho pensar. Se trata de una historia futurista, de ciencia ficción, en la línea de otras distopías famosas (Un mundo feliz, 1984, Fahrenheit 451 y tantas otras). Un guión interesante, compartido con estas “fábulas”: el hombre, gracias al progreso y a la ciencia, llega a un estado quasi perfecto, a una felicidad completa (aparente), pero algo falla en el sistema y la aparente utopía desemboca en lo contrario; de ahí su nombre, distopía.
La película, titulada La isla, describe una felicidad futurista perfecta. Perfecta para los ricos que han logrado conseguir un medicamento perfecto. En dos años, declara uno de los protagonistas dobles, su hígado estará hecho polvo; pero para entonces se someterá a un trasplante “autólogo” perfecto. Autólogo genéticamente, se entiende. La historia se ambienta en Estados Unidos, donde abundan las pólizas de seguros. Los ricachones pueden tener esta póliza de seguro perfecta, llamada agnate, que es realmente un clon suyo, un clon creado con 20, 30 ó 40 años. Uno de los protagonistas, el agnate Lincoln, así se presenta ante su dueño: “Soy tu póliza de seguros”.
Agnate, etimológicamente, es aquel que no ha nacido. No ha llegado a la existencia desarrollándose a partir de la fusión de un óvulo fecundado (un nacimiento), sino mediante un proceso de clonación. Es, pues, y así lo definen los trabajadores de esta fábrica de clones, un “producto”. En una de las escenas del trailer, varios trabajadores claman agobiados: se nos han escapado dos productos.
Se trata de unos productos biológicamente perfectos (o casi) y muy controlados en todas sus constantes vitales: presión, tensión, dieta, calidad de piel. Un producto perfecto, sometido a un control perfecto. Pero incluso en ese nivel hay un factor que no controlan, que ningún sistema puede controlar desde fuera. Son individuos, libres, mentes que piensan, y eso es un grave peligro. Quizás por eso se desprecia la filosofía y el verdadero debate, dos asignaturas que brillan por su ausencia, cada vez más, en nuestros currículos escolares.
En ese punto se esmera cualquier sistema de control perfecto, dictatorial. Tener individuos, o productos, o masa, que piense y se haga preguntas es tener al enemigo en casa, sobre todo cuando no se juega con la Verdad y el Bien.
Después de varias aventuras, que omito para que se pueda disfrutar esta película, una escena me parece clave. El agnate Lincoln se encuentra frente a frente al director de la fábrica (del proyecto, que hoy llamamos proyecto a cualquier cosa, buena, mala o insignificante). El director termina reconociendo: “Eres único”. Justo lo contrario y lo opuesto a un clon, a un producto sin personalidad propia. Eres único, y por eso tú diriges tus decisiones, incluso en contra de lo que otros supondrían lógico, incluso complicándote la vida cuando ya habías llegado a una alta cima de bienestar. Te interesa algo más; el bienser, respondería alguno de nuestros filósofos hispánicos. Ser bueno, que va mucho más allá de estar bien. En lenguaje filosófico, que para algo vale la filosofía, tú eres una sustancia, y te interesa la sustancia, no los accidentes, el ser, no el estar. Importa tu ser, e importas por lo que eres.
Hasta aquí, las reflexiones bastante obvias de la cinta La isla. Y andando un poco más allá, de mi cosecha personal, de la importancia de lo que eres surge también la importancia de aquel lugar en el que te valoran por lo que eres, la familia. En la película aparece, de modo ausente, la familia. El protagonista ricachón, el que contrata su “póliza - agnate”, no tiene familia. Es un hombre apuesto, fabricante de barcos, con mucho dinero, pero solo, soltero. Y los vigilantes de la buena marcha en la fábrica de producción de clones vigilan detalladamente que ningún “producto” se acerque demasiado a otro “producto”; han atrofiado la libido sexual, pero han de evitar también la cercanía física.
No se puede luchar contra la libertad y la individualidad; es como querer tapar el sol con los dedos de una mano; sólo funciona los primeros cinco segundos, o cuando el individuo quiere cerrar los ojos a la realidad.
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