Del animalismo al animalismo
Estamos, en opinión de algunos pensadores, caminando hacia el infantilismo, ese pensamiento en el que se acepta cualquier idea simple y llanamente porque el de arriba así lo dice.
por José F. Vaquero
Título evidente, obvio. Más de algún lector se habrá quitado las gafas y habrá expresado un “elemental, querido Watson”. Mi amigo físico ya está preparando su crítica argumentativa: es un título que hace honor al movimiento inexistente; si te vas de Villalba a Villalba no te mueves; sólo callejeas un poco. Y mis amigos filósofos, esa especie cada vez más extraña, estarán recordando las conocidas tautologías: lo bueno es bueno, lo malo es malo, y el negro es negro. En una tautología no hay crecimiento en el conocimiento, y por tanto sobran, no aportan nada.
Pero aquí hablamos de dos animalismos distintos, el animalismo ideológico y el animalismo figurado. La Real Academia no tiene registrado este término, pero todos conocemos la ideología ecologista – animalista, de defensa a ultranza de los “derechos” de los animales.¿Y sus deberes y obligaciones, su responsabilidad? La pregunta tiene chicha, pero regresemos al animalismo. Nuestro diccionario también recoge un segundo sentido de la palabra “animal”: persona de comportamiento instintivo, ignorante y grosera.
El pasado fin de semana, en la plaza de toros de Teruel, perdió la vida el joven torero Víctor Barrio, de 29 años. El diestro sufrió una fatal cogida que lo mató en el acto a la vista de su mujer, y el resto de asistentes a la corrida. Como respuesta, en las anónimas redes sociales, ha circulado un twitt bastante elevado de tono, alegrándose de su muerte y lamentando que no hayan muerto también sus padres y toda su familia. No ha sido el único mensaje de este tipo, aunque tampoco ha sido la reacción mayoritaria. Al conocer ambas noticias, mi reacción ha sido el título de este artículo y un gran interrogante: ¿qué sucede en la sociedad actual?
Los amantes y defensores de los animales esgrimen una causa justa, el respeto a la vida animal, un respeto quasi divino, si se compara con el que se da a muchos, demasiados seres humanos. Y ante reacciones como éstas, minoritarias, a Dios gracias, choca la asimetría del respeto para unos, los toros, y la grosería instintiva para otros, un torero, su madre, su padre y su familia. Es el “respeto cero” ante uno de los mayores males que nos puede suceder, la muerte, siempre negra y desconsolada.
¿Qué sucede en esta sociedad, tremendamente contradictoria, que defiende la vida de un animal y se regocija con el mal ajeno, la muerte de un hombre? ¿Se nos ha perdido el sentido común, al elevar la velocidad de la ciencia y el progreso? ¿Será que la velocidad deforma la realidad, y nos olvidamos de una ley tan básica como aquello que nos repetían nuestros padres, o al menos los míos, de no hacer al otro lo que no quieres que te hagan a ti?
Respeto, etimológicamente, significa mirar dos veces, reaspicio, volver a mirar. Y para ello, ciertamente, necesitamos tiempo. A 120 kilómetros por hora no apreciamos la florecita que crece en la mediana de la autovía; caminando por el campo, en cambio, sí apreciamos su hermosura.
Hablamos de sentido común, de mirar y remirar las cosas, y de que la realidad mande sobre mí, y no yo sobre ella. El relativismo, ese peligro del que tanto ha hablado Benedicto XVI, y que no ha pasado a ser “relativismo emérito”, viene de aquí: no dejo que la realidad mande sobre mí, sino yo le doy una interpretación, una explicación que siempre llama a un “depende”. No se ha jubilado este “peligroso dictador” del relativismo, amante de la tolerancia, siempre y cuando las ideas defendidas se sometan a su criterio dictatorial. Señor relativista, usted perdone, pero las ideas de por sí no merecen respeto; merecen respeto las personas que las expresan y defienden, correcta o equivocadamente. Y merece respeto una idea justificada, ajustada a los criterios de la racionalidad y la argumentación. La idea de los agujeros negros del universo, por ejemplo, tiene visos de racionalidad, y por tanto es respetable. Pero la idea de que tres más tres son cinco, no supera este crisol del pensamiento, y por ella misma no es respetable. Estamos, en opinión de algunos pensadores, caminando hacia el infantilismo, ese pensameinto en el que se acepta cualquier idea simple y llanamente porque el de arriba así lo dice. ¿Progreso o retroceso?
Pero aquí hablamos de dos animalismos distintos, el animalismo ideológico y el animalismo figurado. La Real Academia no tiene registrado este término, pero todos conocemos la ideología ecologista – animalista, de defensa a ultranza de los “derechos” de los animales.¿Y sus deberes y obligaciones, su responsabilidad? La pregunta tiene chicha, pero regresemos al animalismo. Nuestro diccionario también recoge un segundo sentido de la palabra “animal”: persona de comportamiento instintivo, ignorante y grosera.
El pasado fin de semana, en la plaza de toros de Teruel, perdió la vida el joven torero Víctor Barrio, de 29 años. El diestro sufrió una fatal cogida que lo mató en el acto a la vista de su mujer, y el resto de asistentes a la corrida. Como respuesta, en las anónimas redes sociales, ha circulado un twitt bastante elevado de tono, alegrándose de su muerte y lamentando que no hayan muerto también sus padres y toda su familia. No ha sido el único mensaje de este tipo, aunque tampoco ha sido la reacción mayoritaria. Al conocer ambas noticias, mi reacción ha sido el título de este artículo y un gran interrogante: ¿qué sucede en la sociedad actual?
Los amantes y defensores de los animales esgrimen una causa justa, el respeto a la vida animal, un respeto quasi divino, si se compara con el que se da a muchos, demasiados seres humanos. Y ante reacciones como éstas, minoritarias, a Dios gracias, choca la asimetría del respeto para unos, los toros, y la grosería instintiva para otros, un torero, su madre, su padre y su familia. Es el “respeto cero” ante uno de los mayores males que nos puede suceder, la muerte, siempre negra y desconsolada.
¿Qué sucede en esta sociedad, tremendamente contradictoria, que defiende la vida de un animal y se regocija con el mal ajeno, la muerte de un hombre? ¿Se nos ha perdido el sentido común, al elevar la velocidad de la ciencia y el progreso? ¿Será que la velocidad deforma la realidad, y nos olvidamos de una ley tan básica como aquello que nos repetían nuestros padres, o al menos los míos, de no hacer al otro lo que no quieres que te hagan a ti?
Respeto, etimológicamente, significa mirar dos veces, reaspicio, volver a mirar. Y para ello, ciertamente, necesitamos tiempo. A 120 kilómetros por hora no apreciamos la florecita que crece en la mediana de la autovía; caminando por el campo, en cambio, sí apreciamos su hermosura.
Hablamos de sentido común, de mirar y remirar las cosas, y de que la realidad mande sobre mí, y no yo sobre ella. El relativismo, ese peligro del que tanto ha hablado Benedicto XVI, y que no ha pasado a ser “relativismo emérito”, viene de aquí: no dejo que la realidad mande sobre mí, sino yo le doy una interpretación, una explicación que siempre llama a un “depende”. No se ha jubilado este “peligroso dictador” del relativismo, amante de la tolerancia, siempre y cuando las ideas defendidas se sometan a su criterio dictatorial. Señor relativista, usted perdone, pero las ideas de por sí no merecen respeto; merecen respeto las personas que las expresan y defienden, correcta o equivocadamente. Y merece respeto una idea justificada, ajustada a los criterios de la racionalidad y la argumentación. La idea de los agujeros negros del universo, por ejemplo, tiene visos de racionalidad, y por tanto es respetable. Pero la idea de que tres más tres son cinco, no supera este crisol del pensamiento, y por ella misma no es respetable. Estamos, en opinión de algunos pensadores, caminando hacia el infantilismo, ese pensameinto en el que se acepta cualquier idea simple y llanamente porque el de arriba así lo dice. ¿Progreso o retroceso?
Comentarios
Otros artículos del autor
- ¿Redes sociales o redes vinculares?
- El misterio del bien y el mal, siempre presente
- Médicos humanos, para niños y mayores
- Buceando en el matrimonio, un iceberg con mucho fondo
- La fecundidad social del matrimonio
- Cuarenta años de la reproducción «in vitro» en España
- Una bola de nieve llamada Belén de la Cruz
- Hakuna, la Carta a Diogneto del siglo XXI
- El drama de los «likes»: ¿qué diría Juan Pablo II?
- Procesiones y profesiones