El santo pagano
por Eduardo Gómez
La virtud como pan nuestro de cada día se devaluó de tal manera, que ya se confunde de par en par el charlatanismo con las más insignes aptitudes intelectivas o espirituales. La charlatanería se lleva de literatura con el oportunismo trompetero, experto donde quiera que vaya en aprovechar sus convenientes. Así consta en el Evangelio de San Mateo: “No oréis como los gentiles que por su palabrería piensan que serán oídos”. Vargas Llosa, con bastante oportunismo acerca del caso de los abusos sexuales llevados a cabo por sacerdotes en Pensilvania, con atrevimiento ignaro y pastoril charlataneaba que la Iglesia tenía que ser más considerada con las mujeres abortistas ya que poco menos que tenía el dudoso honor de haber patentado la pedofilia. Me recordó a aquellos que en tiempos de Nuestro Señor vivían como publicanos y oraban como fariseos. Los tiempos han cambiado y el evolucionismo nos trae una nueva raza: los que viven como publicanos, oran como fariseos y se postulan como gentiles o paganos. Hoy son legión fuera de cualquier confesión, mas cumplen con todas las modalidades de hipocresía habidas en las Sagradas Escrituras.
En el Antiguo Testamento la palabra hipócrita significa profano, infiel, alejado de Dios, en el Nuevo Testamento atiende a la misericordia exhibicionista, y los martillos pomposos contra la Iglesia católica pecan enorgullecidos de ambas modalidades. Tal cual llegó el caballero Vargas Llosa, alejado de Dios, exhibiendo una misericordia obscena con las abortistas de la vida, a la par que de manera inicua, tal como se define la hipocresía del Antiguo Testamento, flagelaba a los pecadores del clero, y todo ello luego de la renuncia a Dios como gentil ejemplar.
Resulta interesante ver cómo las hienas laicistas despellejan a la Iglesia con los argumentos más aberrantes cada vez que aparece algún caso de abusos sexuales. Como si en el mundo laico no los hubiera cada día por doquier. Nada menos que diez mil agresiones sexuales se registran en España al año, la mayoría perpetradas por gentiles que jamás conocieron un correctivo moral de Vargas Llosa. No estaría de más poner en duda la reputación intelectual de determinados escritores que, por el hecho de ser poetas o novelistas reconocidos, se creen con patente de corso para dar lecciones a Dios desde la cima.
Entre el poeta y el santo hay un abismo de erudición, imposible de recorrer a la velocidad de la luz; quienes lo intentan saltan al vacío de los ridículos. Hasta un Premio Nobel debería saber que Dios escribe derecho en renglones torcidos, por eso la Iglesia es santa y pecadora. Mientras Dios sonríe de manera compasiva, contemplando el alma de un novelista embriagado por su aura de intelectual, el demonio se disfraza de santo pagano para la ocasión. Nada más hilarante para los cielos que un confeso gentil aleccionando sobre lo sagrado.
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