Una visión radical de la familia
Radical significa ir a la raíz del problema, a la ruptura de la base, a la descomposición del matrimonio indisoluble, del compromiso de amor "para toda la vida"
por José F. Vaquero
Todavía estamos impresionados, aturdidos, por lo sucedido en Vitoria hace pocos días. Alicia, una pequeña de 17 meses, era arrojada por la ventana, en el transcurso de una discusión. La pequeña atravesó el cristal y sobrevivió a la caída desde la primera planta de un edificio, pero falleció en el hospital el martes por la noche. ¿Cómo es posible una cosa así?, nos preguntamos todos, especialmente las madres y los padres. ¿Qué puede haber en la mente de alguien que llega a ese extremo?
Una semana sí y otra también escuchamos noticias relacionadas con la violencia en el ámbito familiar.
Afortunadamente, no todas se llevan por delante la vida de un bebé, o de la mujer, o de los dos. Es la mal llamada violencia de género, nombrada más correctamente como violencia en el ámbito familiar. No hay que olvidar que esta violencia “de género” recae, al menos en el 50 por ciento de los casos, en el maltrato de los hijos; mi opinión personal es que el porcentaje es mucho más elevado, siempre y cuando, claro está, haya hijos de por medio. Pero esta violencia incluye también la violencia directa contra los hijos, los abusos de menores en el ámbito familiar, olvidados con demasiada frecuencia por los medios de comunicación.
La situación actual de la familia parece que sigue en crisis, en un túnel negro con fondo negro; o al menos eso se desprende de las páginas de sucesos de los periódicos. La realidad no es tan negra como la pintan, Pero aunque sólo hubiera una noticia de este tipo al año, ya sería demasiado, y nos debería hacer pensar. En todas estas noticias y sucesos, y como música de fondo constante, hay familias rotas y en crisis, hay sujetos morales rotos y en crisis.
“El divorcio es, probablemente, la más importante revolución social de los tiempos modernos”. La frase le encontré esta semana, en un libro de hace 18 años (ya mayor de edad) escrito por un sociólogo canadiense, Jacques Godbout. Y creo que no ha perdido actualidad ni profundidad sociológica. A primera vista, la mentalidad divorcista parece un tema ya asumido, una batalla perdida, un cambio de paradigma en el modo de entender la familia. ¿No deberíamos centrarnos en otros problemas sociales de la actualidad, como puede ser el aborto, la pretendida equiparación de las uniones del mismo sexo con el matrimonio, la fecundación in vitro con su eugenesia encubierta (vía protocolo de actuación), la permisividad ante el así llamado “vientre de alquiler”?
Es cierto que en estos casos se juega, e incluso se destruye una o varias vidas físicas, pero con la ruptura del compromiso matrimonial, previo al mismo matrimonia, se rompe la tierra que permitirá nuevas vidas, que las hará crecer sanas, fuertes, plenamente humanas. No se puede separar un tema del otro, pero como decían los antiguos, “primum essere et postea filosofare”: primero que exista la familia sana, y luego viene su crecimiento.
Tiene una importancia radical la intuición del sociólogo canadiense. Radical, porque va a la raíz del problema, a la ruptura de la base, a la descomposición del matrimonio indisoluble, del compromiso de amor “para toda la vida”. Hace algunos años, una política alemana propuso un matrimonio “por siete años”, al cabo de los cuales se podría renovar, o no. Un clamor popular se alzó contra la idea, y no sólo desde el ámbito cristiano, sino también desde una sana antropología sociológica.
El matrimonio, la familia, es algo más que un compromiso temporal con la otra persona, y con los hijos que se crían y educan junto a la otra persona. En ese ámbito los padres quieren y aman a los hijos por lo que son, no por los sobresalientes que puedan llevar (ojalá, que también ayudarán) ni por los éxitos universitarios que puedan conseguir. Se recibe y se cuida a los hijos por sí mismos. Los hijos crecen en ese entorno seguro, agradable, amoroso y creativo, más importante y más básico que el grupo de amigos, que puede cambiar de la noche a la mañana.
Este compromiso no es un mero ideal romántico, que está en el sentimiento de cualquier pareja que inicia su andadura matrimonial. Está, aunque casi nunca aparezca en los periódicos, en el ADN de muchas familias, de muchos matrimonios que hacen realidad ese hermoso ideal del amor. Nos impresiona más una manzana podrida, y hay que preocuparse por ella, que los cinco kilos de maravillosas manzanas golden. Como me gusta repetir, Hay luz en el interior del túnel y es mucho más el bien que nos rodea que los males, deficiencias y debilidades.
Una semana sí y otra también escuchamos noticias relacionadas con la violencia en el ámbito familiar.
Afortunadamente, no todas se llevan por delante la vida de un bebé, o de la mujer, o de los dos. Es la mal llamada violencia de género, nombrada más correctamente como violencia en el ámbito familiar. No hay que olvidar que esta violencia “de género” recae, al menos en el 50 por ciento de los casos, en el maltrato de los hijos; mi opinión personal es que el porcentaje es mucho más elevado, siempre y cuando, claro está, haya hijos de por medio. Pero esta violencia incluye también la violencia directa contra los hijos, los abusos de menores en el ámbito familiar, olvidados con demasiada frecuencia por los medios de comunicación.
La situación actual de la familia parece que sigue en crisis, en un túnel negro con fondo negro; o al menos eso se desprende de las páginas de sucesos de los periódicos. La realidad no es tan negra como la pintan, Pero aunque sólo hubiera una noticia de este tipo al año, ya sería demasiado, y nos debería hacer pensar. En todas estas noticias y sucesos, y como música de fondo constante, hay familias rotas y en crisis, hay sujetos morales rotos y en crisis.
“El divorcio es, probablemente, la más importante revolución social de los tiempos modernos”. La frase le encontré esta semana, en un libro de hace 18 años (ya mayor de edad) escrito por un sociólogo canadiense, Jacques Godbout. Y creo que no ha perdido actualidad ni profundidad sociológica. A primera vista, la mentalidad divorcista parece un tema ya asumido, una batalla perdida, un cambio de paradigma en el modo de entender la familia. ¿No deberíamos centrarnos en otros problemas sociales de la actualidad, como puede ser el aborto, la pretendida equiparación de las uniones del mismo sexo con el matrimonio, la fecundación in vitro con su eugenesia encubierta (vía protocolo de actuación), la permisividad ante el así llamado “vientre de alquiler”?
Es cierto que en estos casos se juega, e incluso se destruye una o varias vidas físicas, pero con la ruptura del compromiso matrimonial, previo al mismo matrimonia, se rompe la tierra que permitirá nuevas vidas, que las hará crecer sanas, fuertes, plenamente humanas. No se puede separar un tema del otro, pero como decían los antiguos, “primum essere et postea filosofare”: primero que exista la familia sana, y luego viene su crecimiento.
Tiene una importancia radical la intuición del sociólogo canadiense. Radical, porque va a la raíz del problema, a la ruptura de la base, a la descomposición del matrimonio indisoluble, del compromiso de amor “para toda la vida”. Hace algunos años, una política alemana propuso un matrimonio “por siete años”, al cabo de los cuales se podría renovar, o no. Un clamor popular se alzó contra la idea, y no sólo desde el ámbito cristiano, sino también desde una sana antropología sociológica.
El matrimonio, la familia, es algo más que un compromiso temporal con la otra persona, y con los hijos que se crían y educan junto a la otra persona. En ese ámbito los padres quieren y aman a los hijos por lo que son, no por los sobresalientes que puedan llevar (ojalá, que también ayudarán) ni por los éxitos universitarios que puedan conseguir. Se recibe y se cuida a los hijos por sí mismos. Los hijos crecen en ese entorno seguro, agradable, amoroso y creativo, más importante y más básico que el grupo de amigos, que puede cambiar de la noche a la mañana.
Este compromiso no es un mero ideal romántico, que está en el sentimiento de cualquier pareja que inicia su andadura matrimonial. Está, aunque casi nunca aparezca en los periódicos, en el ADN de muchas familias, de muchos matrimonios que hacen realidad ese hermoso ideal del amor. Nos impresiona más una manzana podrida, y hay que preocuparse por ella, que los cinco kilos de maravillosas manzanas golden. Como me gusta repetir, Hay luz en el interior del túnel y es mucho más el bien que nos rodea que los males, deficiencias y debilidades.
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