La maternidad a la palestra
Dos modos distintos de defender y promover la maternidad. La exposición pública, no exenta de dudas e interrogantes, y el trabajo silencioso de Fundación Madrina.
por José F. Vaquero
El parlamento español ha dado su primer paso en esta nueva legislatura. Es difícil intuir cuánto durará este camino. ¿Pocos meses? ¿algún año? ¿Los cuatro habituales? El tiempo nos irá mostrando los pasos de este recién nacido. Mi reflexión se dirige a una de las imágenes que nos regaló esta ceremonia. Como en todo nacimiento legislativo, y en otras tantas actividades de peso social, los participantes hacen una promesa solemne de cumplir su cargo, de acuerdo con los criterios reinantes en la institución en la que participan.
Hemos visto a los señores diputados y senadores del gobierno español jurar o prometer su cargo, con algunas peculiaridades. Una de las más comentadas, la de la señora Carolina Bescansa, presente en el Congreso, y en el juramento de su cargo, con su bebé de seis meses. Se han escuchado opiniones de todos los gustos y todos los colores; opinar es gratis, y con frecuencia demasiado gratuito.
La diputada, miembro de un partido populista de izquierdas, Podemos, alude a la necesidad de visualizar la maternidad y recalca la importancia de promover la conciliación de la vida profesional y familiar. Muchos lo han visto como un golpe de efecto, un juego demagógico para hacerse notar. Y no han faltado las duras críticas de uso del menor (pobre niño, estresado en un ambiente laboral), contradicción entre la imagen de la diputada y ausencia de promoción de la maternidad en su partido, afrenta a quienes tienen muchos menos medios para sacar adelante a sus hijos pequeños, y un larguísimo etcétera.
El hecho, peculiar como pocos, me ha recordado un caso que escuché recientemente: María, una joven con 3 hijos, tuvo que hacer algo parecido. Fue un sábado, hace algunos meses. Y lo recuerda muy bien, demasiado bien. Su situación, y sus circunstancias, fueron muy distintas. Para empezar, no los mostró a la prensa, más aún, los dos hijos tuvieron que permanecer escondidos, ante la posibilidad de que fueran vistos y el jefe despidiera a su madre.
¿Qué había sucedido durante las semanas anteriores? La mujer había venido a trabajar a Madrid, muy lejos de su familia, y con la única cercanía de su marido. Vino con un hijo pequeño, y aquí había nacido el segundo, hace 14 ó 15 meses, y a pesar de la falta de apoyo de su esposo. Ahora se encontraba nuevamente embarazada. Después de un tira y afloja, la actitud de él fue: O yo, o el niño. Y la noche anterior la había dejado sola en casa, sola con dos hijos que cuidar, otro en camino, y millones de miedos y preguntas.
El médico de cabecera le había tranquilizado: no hay problema, es un momento temprano, y todo se arreglaría fácilmente, con una inyección. ¿Fácilmente? En su interior, María tenía la convicción de que la vida es más importante. Es una idea natural, espontánea, sobre todo para una mujer que siente una vida nueva dentro de sí, distinta, maravillosa. Y esa convicción se impone a las dificultades, incluso desbordantes, del entorno social y económico.
A pesar de los pesares, y llena de contradicciones, María accedió a visitar la “clínica” que le recomendó su médico. Y recuerda esa visita muy bien. En la sala de espera vio salir a una mujer con el rostro desencajado, dejando un reguero de tristeza mientras abandonaba el lugar. Los clientes, pensó, llegan con miedo y salen con más miedo, llegan tristes y salen más tristes, entran con problemas y salen con problemas elevados al cuadrado. Llega su turno; ya estaba todo preparado: ¿Es usted la que viene a abortar, no? Puede pasar al quirófano.
Mi Pepito Grillo jurídico pregunta: ¿Y aquello que estudié del consentimiento informado? Información, bastante poca. El requisito legal de dejar 72 horas de reflexión, antes de practicar el aborto, ha pasado demasiado rápido (ya se sabe, el tiempo es relativo). María no pensó en estas pesquisas legales, pero vio clara la supremacía de la vida: “No, yo sólo venía a pedir información. Adiós, Me voy”. Sólo en ese momento le dieron un sobre con información, información que en demasiados casos se pasa por alto.
Ahí, en esa información, encontró varios teléfonos de consulta para hablar de su problema. Sólo en esa situación, in extremis, le plantearon otras alternativas. ¿Por qué el médico, ni nadie a su alrededor, se las había planteado? En esta sociedad de la libertad abundan las opciones ante cualquier problema y situación, pero ante el “problema” de un embarazo “problemático”, la salida es única y uniforme. Los problemas son para afrontarlos y solucionarlos, lanzándonos a crecer en la vida, no a crecer en la tristeza.
Muchas de las ayudas que vio María en aquel formulario que le entregaron en la “clínica” van orientadas a tranquilizar a la madre por lo que va a hacer: no te preocupes por ese sentimiento de culpa; no tienes otra opción. Algunas, sin embargo, van dirigidas a la mujer y al hijo que toda mujer sabe que hay en sus entrañas: queremos ayudaros. Tocó varias puertas, y en una de ellas encontró respuesta: Fundación Madrina. Conrado Jiménez, su presidente, le solucionó verdaderamente el problema, haciéndola crecer en su vida: vamos a ayudarte, y a buscar una solución para ti, tus dos hijos, y el pequeño que viene en camino. Vamos a apoyarte y a cuidarte, porque sabemos que amas la vida, y ser madre es un regalo maravilloso. Los niños te apartan de las personas que no te quieren, y te acercan a las que de verdad te quieren.
Dos modos distintos de defender y promover la maternidad: el de la diputada Carolina Bescansa, no exento de dudas sobre la conveniencia y la demagogia, suponiendo, quiero pensar, la buena intención. Y el de Fundación Madrina, una institución que ofrece muchas alternativas a las mujeres que quieren ser madres, que no quieren traicionar el don de la maternidad, aunque ven muchos problemas a su alrededor.
Hemos visto a los señores diputados y senadores del gobierno español jurar o prometer su cargo, con algunas peculiaridades. Una de las más comentadas, la de la señora Carolina Bescansa, presente en el Congreso, y en el juramento de su cargo, con su bebé de seis meses. Se han escuchado opiniones de todos los gustos y todos los colores; opinar es gratis, y con frecuencia demasiado gratuito.
La diputada, miembro de un partido populista de izquierdas, Podemos, alude a la necesidad de visualizar la maternidad y recalca la importancia de promover la conciliación de la vida profesional y familiar. Muchos lo han visto como un golpe de efecto, un juego demagógico para hacerse notar. Y no han faltado las duras críticas de uso del menor (pobre niño, estresado en un ambiente laboral), contradicción entre la imagen de la diputada y ausencia de promoción de la maternidad en su partido, afrenta a quienes tienen muchos menos medios para sacar adelante a sus hijos pequeños, y un larguísimo etcétera.
El hecho, peculiar como pocos, me ha recordado un caso que escuché recientemente: María, una joven con 3 hijos, tuvo que hacer algo parecido. Fue un sábado, hace algunos meses. Y lo recuerda muy bien, demasiado bien. Su situación, y sus circunstancias, fueron muy distintas. Para empezar, no los mostró a la prensa, más aún, los dos hijos tuvieron que permanecer escondidos, ante la posibilidad de que fueran vistos y el jefe despidiera a su madre.
¿Qué había sucedido durante las semanas anteriores? La mujer había venido a trabajar a Madrid, muy lejos de su familia, y con la única cercanía de su marido. Vino con un hijo pequeño, y aquí había nacido el segundo, hace 14 ó 15 meses, y a pesar de la falta de apoyo de su esposo. Ahora se encontraba nuevamente embarazada. Después de un tira y afloja, la actitud de él fue: O yo, o el niño. Y la noche anterior la había dejado sola en casa, sola con dos hijos que cuidar, otro en camino, y millones de miedos y preguntas.
El médico de cabecera le había tranquilizado: no hay problema, es un momento temprano, y todo se arreglaría fácilmente, con una inyección. ¿Fácilmente? En su interior, María tenía la convicción de que la vida es más importante. Es una idea natural, espontánea, sobre todo para una mujer que siente una vida nueva dentro de sí, distinta, maravillosa. Y esa convicción se impone a las dificultades, incluso desbordantes, del entorno social y económico.
A pesar de los pesares, y llena de contradicciones, María accedió a visitar la “clínica” que le recomendó su médico. Y recuerda esa visita muy bien. En la sala de espera vio salir a una mujer con el rostro desencajado, dejando un reguero de tristeza mientras abandonaba el lugar. Los clientes, pensó, llegan con miedo y salen con más miedo, llegan tristes y salen más tristes, entran con problemas y salen con problemas elevados al cuadrado. Llega su turno; ya estaba todo preparado: ¿Es usted la que viene a abortar, no? Puede pasar al quirófano.
Mi Pepito Grillo jurídico pregunta: ¿Y aquello que estudié del consentimiento informado? Información, bastante poca. El requisito legal de dejar 72 horas de reflexión, antes de practicar el aborto, ha pasado demasiado rápido (ya se sabe, el tiempo es relativo). María no pensó en estas pesquisas legales, pero vio clara la supremacía de la vida: “No, yo sólo venía a pedir información. Adiós, Me voy”. Sólo en ese momento le dieron un sobre con información, información que en demasiados casos se pasa por alto.
Ahí, en esa información, encontró varios teléfonos de consulta para hablar de su problema. Sólo en esa situación, in extremis, le plantearon otras alternativas. ¿Por qué el médico, ni nadie a su alrededor, se las había planteado? En esta sociedad de la libertad abundan las opciones ante cualquier problema y situación, pero ante el “problema” de un embarazo “problemático”, la salida es única y uniforme. Los problemas son para afrontarlos y solucionarlos, lanzándonos a crecer en la vida, no a crecer en la tristeza.
Muchas de las ayudas que vio María en aquel formulario que le entregaron en la “clínica” van orientadas a tranquilizar a la madre por lo que va a hacer: no te preocupes por ese sentimiento de culpa; no tienes otra opción. Algunas, sin embargo, van dirigidas a la mujer y al hijo que toda mujer sabe que hay en sus entrañas: queremos ayudaros. Tocó varias puertas, y en una de ellas encontró respuesta: Fundación Madrina. Conrado Jiménez, su presidente, le solucionó verdaderamente el problema, haciéndola crecer en su vida: vamos a ayudarte, y a buscar una solución para ti, tus dos hijos, y el pequeño que viene en camino. Vamos a apoyarte y a cuidarte, porque sabemos que amas la vida, y ser madre es un regalo maravilloso. Los niños te apartan de las personas que no te quieren, y te acercan a las que de verdad te quieren.
Dos modos distintos de defender y promover la maternidad: el de la diputada Carolina Bescansa, no exento de dudas sobre la conveniencia y la demagogia, suponiendo, quiero pensar, la buena intención. Y el de Fundación Madrina, una institución que ofrece muchas alternativas a las mujeres que quieren ser madres, que no quieren traicionar el don de la maternidad, aunque ven muchos problemas a su alrededor.
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