Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

¿Hay luz en el túnel? Sí, créeme


La esperanza, humana y divina, se basa en lo más propio que tenemos todos los hombres: queremos amar y ser amados. Y cuando encontramos ese amor, empezamos a esperar.

por José F. Vaquero

Opinión

La crisis económica mundial, empiezan a decir los analistas, está tocando fondo. Algún irónico añade: en España también toca fondo; ahora empezamos a escarbar. Bromas aparte, cada vez somos más conscientes de los malos momentos que atraviesa nuestra economía. Pero también atraviesan malos momentos la política, en la que parece que la corrupción, el transfuguismo y el tráfico de influencias se multiplica exponencialmente; y no digamos las reacciones de rabieta de niño pequeño, como el reciente «referéndum» (¿?) de Arenys de Munt y propuestas semejantes.

La crisis llega a la sociedad y a la educación, informando de todo (de todo lo que conviene a cierta ideología) y vaciando de contenido valores como esfuerzo, lucha, responsabilidad, trabajo… El niño se educa dejándole hacer, no hay que presionarle en absoluto, defienden abierta o solapadamente. Hay crisis en muchos jóvenes sin trabajo, cuyo único trabajo parece ser los viernes y sábado noche en las «oficinas – botellón». Y no hablemos del aprecio a la vida, el aumento vertiginoso del aborto, la trivialización y el comercio con las bajas pasiones….
 
Ese paisaje negro lo vemos y oímos en los medios de comunicación, en los buenos y en los menos buenos. Campea a sus anchas, en las hojas de periódico, en las pantallas y en nuestros pensamientos y sentimientos. Y cabe preguntarnos: ¿Hay algo de luz en esta situación, en este túnel negro con fondo oscuro, en estas densas tinieblas que incluso nos golpean la cabeza si no nos agachamos? ¿Existe alguna luz, aunque sea tenue, en medio de tanta oscuridad?
 
La oscuridad, lo saben muy bien los niños, es el color del miedo; miedo ante el presente, miedo ante el futuro, miedo al que está cerca de mí, miedo al que puede venir, miedo a mí mismo… miedo, miedo, miedo. Ésa sí es una pandemia, la pandemia del siglo XXI. Y nos preocupamos poco por buscar una vacuna eficaz contra ella. Al hablar del miedo salta a la mente ese gran lema de Juan Pablo II: «No tengáis miedo». Creo que fue la frase más repetida en sus intervenciones. No tengáis miedo; existe una esperanza, la Esperanza que nos ha recordado también su sucesor.
 
Los cristianos sabemos, y creemos, que esa esperanza se basa en una Persona, y en la redención que nos ha traído, redención del mal que nos circunda y nos domina. Frase teológica, pero que no está tan lejos de la realidad cotidiana de creyentes y no creyentes. La esperanza, humana y divina, se basa en lo más propio que tenemos todos los hombres: queremos amar y ser amados. Y cuando encontramos ese amor, empezamos a esperar. El amor es ese interruptor que enciende la luz de nuestro túnel. Todo va mal, las tempestades agitan el océano, pero yo estoy en un barco que no va a naufragar.
 
Creo que hoy, más que nunca, necesitamos encender esta luz, o dejar que nos la enciendan. El amor es el motor del mundo, mucho más que la economía, y hoy sigue existiendo. Hagamos un alto en el camino, y pensemos: ¿Cuántas madres y padres jóvenes han dormido hoy sólo un par de horas porque su pequeñín estaba enfermo, o no conciliaba el sueño? Eso es amor. ¿Cuántos amigos han llamado hoy por teléfono a esa persona que saben está pasando un mal momento en el trabajo, en su vida personal, en su familia? Eso es amor. ¿Cuántas personas, en vez de tirar esa prenda de vestir usada, pero en buen estado, se la han dado a alguien que no tiene ni para comer? Eso es amor. ¿Cuántas personas han realizado hoy bien su trabajo, y gracias a ello veo la calle limpia, disfruto de una película en el cine, o simplemente abro el grifo y sale agua? Eso es amor. ¿Cuántas personas han dado un donativo, grande o pequeño, para ayudar a la construcción de una escuela en Burundi o un orfanato a las afueras de Calcuta? Eso es amor.
 
¡Qué pena que los medios de comunicación, que tanto influyen en la sociedad actual, difundan tan a cuentagotas las buenas noticias de este siglo! Y sobre todo, las buenas noticias que damos por supuesto: el beso de nuestros padres o nuestros hijos, el apoyo y buen consejo de un amigo, el sano interés de nuestros compañeros de trabajo, la sonrisa del cajero del banco, el saludo alegre de un conocido...
 
El siguiente paso es casi obligado: Si recibo tanto amor, si encuentro amor a cada paso, ¿por qué no hago yo lo mismo? La sociedad, el mundo, no cambiará; cambiamos los que formamos parte de él.
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