Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La luz roja de Pozuelo


¿Hacia dónde van nuestros adolescentes y jóvenes, éstos que viven de botellón en botellón, en Pozuelo, en Málaga, en Valencia o en otras tantas ciudades? Ojo, es un asunto de suma importancia: estos jóvenes son la España del 2020 o 2030, que formarán y criarán a la España de mitad de siglo.

por José F. Vaquero

Opinión

 Sigue coleando en la mente de muchas personas, sobre todo padres de familia, los acontecimientos violentos que tuvieron lugar en Pozuelo el pasado fin de semana. Y sigue viva la preocupación porque la situación es semejante en otros pueblos y ciudades de España. El botellón se va convirtiendo, cada vez más, en la principal diversión de los adolescentes y jóvenes, el
«deporte» juvenil del siglo XXI. Hay que aguantar durante el día (en muchos casos dormir), para disfrutar a tope el botellón de la noche. ¿Y cuáles son los componentes principales de este deporte favorito? Alcohol, en algunos casos droga, y sobre todo, que es lo más preocupante, un estilo de educación en la libertad (léase libertinaje) y de búsqueda desenfrenada del disfrute.
 
¿Hacia dónde van nuestros adolescentes y jóvenes, éstos que viven de botellón en botellón, en Pozuelo, en Málaga, en Valencia o en otras tantas ciudades? Ojo, es un asunto de suma importancia: estos jóvenes son la España del 2020 o 2030, que formarán y criarán a la España de mitad de siglo, o quién sabe, si debería decir la malformarán y malcriarán. ¿Qué buscan, en el fondo, estos muchachos? Buscan lo que todos los jóvenes, desde que el hombre es hombre. Y ya hace 25 siglos, un filósofo lo sintetizó en pocas palabras: «El hombre, por naturaleza, busca ser feliz». No hay duda de que estos chicos que han dejado tras de sí el olor a coches y contenedores quemados, que disfrutan al lanzar todo tipo de arma arrojadiza a la policía, quieren ser felices, disfrutar, pasárselo en grande. Y después seguir disfrutando al ver los vídeos de la batalla campal.
 
El problema no está en qué buscan los jóvenes, la felicidad, sino en qué entienden por felicidad, por gozo y disfrute. En la década de los 60, el entonces Karol Wojtila, ya afrontó este problema existencial en su trabajo pastoral con los jóvenes. En un profundo análisis del hombre y del amor, habla de dos modos de felicidad, de disfrute, de gozo: el gozo – útil y el gozo – frui. En el primer caso, gozar es usar, servirse de un objeto de acción como de un medio para alcanzar el fin a que tiende el sujeto. Busco la felicidad como vida agradable para mí, disfrute pleno en este momento y a cualquier precio. En palabras más sencillas, llevar (yo) una vida fácil y sin problemas, y el resto del mundo ni me va ni me viene; y cuidado si me molestan. La felicidad es un fin absoluto que yo defino para mí de modo absoluto y sin ningún límite.
 
El gozar – frui, en cambio, consiste en experimentar un placer que, bajo diversas formas, está ligado a la acción y a su objeto. En este caso la felicidad, el placer, la satisfacción, está dentro de ciertos límites, los límites de ser persona, de estar rodeado de personas. Este límite no es un terrible defecto limitante, sino el camino para ser feliz «con» los que me rodean, y también «con» el que me ha creado.
 
¿Por qué me he detenido en este análisis? Creo que esta diferencia en el modo de pensar la felicidad tiene una traducción directa en el principal acto del joven, y de todo hombre: el amor. Quienes consideran la felicidad como el disfrute pleno, el amor se traduce en “hacer el amor”, con quien quiera, cuando quiera y como quiera. De esta base a las violaciones y la violencia doméstica, que tanto nos recuerdan los medios de comunicación, hay un pequeñísimo paso. En cambio, para los que encuadran su felicidad en la felicidad de todos, recordando que en el corazón del hombre hay una ley natural que Dios nos ha regalado, el amor consiste en buscar el bien para la persona amada. Y si además damos cabida a la revelación del Amor, esta felicidad crece exponencialmente.
 
La tentación de calificar esta segunda felicidad como utopía nos asalta en muchos momentos; sin embargo, al ver a tantos padres de familia que se desgastan desinteresadamente por sus hijos pequeños, pienso que la utopía pierde consistencia. ¿Qué padre, si su hijo le pide pan, le va a dar una piedra? El amor desinteresado está más cerca de lo que creemos. La cuestión es ¿por qué tantos jóvenes lo ven como vacía utopía, mientras se lanzan desbocadamente a perseguir la felicidad en la absolutización de la libertad? Sin quitar importancia a la grave situación económica que atraviesa España, creo que todos, padres de familia, jóvenes, gobierno, deberíamos preguntarnos qué está pasando en la sociedad de hoy. Está en juego nuestro presente y nuestro futuro. Lo sucedido este fin de semana en Pozuelo es una luz roja más que nos debe hacer pensar.
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