Desconcierto por la gestión del caso mediático
Plutarco alaba al César que renegó de su mujer basándose en sospechas inconsistentes, diciendo que el prestigio del Jefe de Roma no toleraba sombras, ni siquiera inventadas. ¿Es «La sentencia de Terni» contestable? ¿Todo es de verdad una «mancha»? Si se demuestra, como creemos y esperamos, suspiraremos de alivio.
por Vittorio Messori
Como a todos, en los medios, también a mí desde hace tiempo me han llegado noticias sobre la comparecencia ante el juez del director Dino Boffo, de Asolo, sobre una relación homosexual. ¿Pero por qué en Terni? Porque, responden con una sonrisa maliciosa, allí está la comunidad de Don Gelmini, sobre quien incluso corrieron sospechas y al que se redujo después al estado laical acusado de abusos de pederastia. Supe enseguida que algunos han tratado de conseguir las actas del tribunal: documentos públicos según la ley, pero no concedidos para proteger la reputación del imputado. Pero ni siguiera así lo católico está en calma. Antes o después, siempre hay alguien que (por aversión política, por venganza, por búsqueda de una exclusiva), saca a la luz los expedientes embarazosos. Y ha ocurrido puntualmente, con el enorme daño de imagen que temía para la Iglesia, sea después cuál sea el desarrollo futuro del hecho.
El final de aquella sección fue una decisión mía completamente personal que, más bien, me provocó las quejas resentidas y sinceras de Boffo. En todo caso, gracias a él hemos admirado el salto de calidad y de competencia de un diario que, en ciertas etapas, pareció un gris boletín oficioso.
Precisado esto, la honestidad nos induce a confesar el desconcierto por la conducta de los jerarcas eclesiales de quienes depende el media-system católico. De este, Boffo es el punto cardinal: responsable de Avvenire; de Sat2000, la televisión en que la Conferencia Episcopal Italiana ha invertido e invierte millones; de InBlu, el network radiofónico con cerca de 200 emisoras. Un hombre-institución, cúspide notable, aunque laico, de la institución eclesial. Revisando la historia de la Iglesia, advertí una constante: cardenales y obispos siempre han acompañado cada virtud con la de la prudencia, velando cuidadosamente para hacer desaparecer los peligros.
Plutarco alaba al César que renegó de su mujer basándose en sospechas inconsistentes, diciendo que el prestigio del Jefe de Roma no toleraba sombras, ni siquiera inventadas. ¿Es «La sentencia de Terni» contestable? ¿Todo es de verdad una «mancha»? Si se demuestra, como creemos y esperamos, suspiraremos de alivio.
Pero, mientras tanto, un hombre imagen de la Iglesia italiana ha acaparado y acaparará durante un tiempo las portadas de los periódicos, sospechoso de gustos «diferentes» y cuya sombra carga hoy, más que nunca, sobre los entornos clericales.
Antes o después el caso habría salido a la luz, y de un modo malévolo: ¿por qué, entonces, esperar 5 años sin protegerse, disminuyendo la visibilidad? Y esto, incluso en el caso de una conciencia limpia. Si un periódico ha llevado «el monstruo» a la primera página es porque los cardenales y obispos a quienes competía no lo han destinado a otros encargos, lejos de las agresiones políticas.
Preguntas difíciles, ciertamente. Pero preguntas de un creyente que sabe que la imagen de la Iglesia no necesita de otro caso que permita a muchos agitar al jefe murmurando, a lo mejor injustamente: «Muchos lo sabemos: los curas y sus amigos se hacen los moralistas con nosotros, pero ellos a escondidas hacen lo peor....». Da igual cuál sea el desenlace, la sombra y la sospecha quedarán. Cuesta caro olvidar la virtud de la prudencia.
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