¿Pareja o matrimonio?
por José F. Vaquero
¿Qué sería de nuestra vida sin conversaciones, sin hablar e intercambiar contenidos, profundos o superficiales, con las personas que nos rodean? Sería una vida insulsa, aburrida, un sucederse de horas encerrados en nuestra torre de marfil. La conversación, las palabras, nos acompañan en la vida, y a la vez nos vivifican. La materia prima de esas conversaciones son las palabras, y no podemos absolutizar su significado, pero sí reflejan y orientan nuestro pensamiento. Un ejemplo es el interrogante planteado en el título. ¿Qué significa y refleja, en nuestro pensar y en nuestro vivir, un término u otro?
Pareja habla de acompañamiento físico, basado en una elección y un acuerdo mutuo. Yo, en mi individualidad, acepto compartir físicamente mi vida con otra persona. Es lo que hacen los policías, y tantos otros trabajadores, en su vida profesional: Yo, cabo García de la Guardia Civil, comparto mi servicio profesional con el cabo Pérez de la Guardia Civil, y patrullamos juntos la comarca de Calvarrasa. El acuerdo mutuo está garantizado por la autoridad de un superior o director, que me obliga profesionalmente a mantener dicho acuerdo.
Caso aparte, dicen algunos, son las “parejas sentimentales”. Vayamos por partes. Un chico conoce a una chica y se enamora de ella, o al revés. Surge una “pareja de novios”, que se van conociendo y van profundizando en su relación. Y después de un tiempo prudencial, los novios dejan de ser novios y pasan a ser matrimonio o pareja sentimental.
En el segundo caso, aunque la califiquemos como “sentimental”, se mantiene con demasiada frecuencia el esquema de la pareja: un acuerdo mutuo. Con la salvedad de que, al no haber una autoridad profesional que decreta el acuerdo, es más fácil romper de modo unilateral.
Veamos el primer caso, la nueva relación que se ha creado entre el novio y la novia, el matrimonio. El término matrimonio, en contraposición con la “pareja”, habla de pacto y contrato, expresado públicamente. No se trata de un simple acuerdo, sino de un vínculo profundo, un compromiso, una alianza. En las sociedades antiguas, esencialmente guerreras, las alianzas no eran convenios aleatorios, que se podían cambiar a capricho del rey. Y cuando así sucedía, el pueblo reconocía claramente la personalidad veleta de su jefe, su poca valía como persona de palabra.
En una pareja sentimental, lo que une a sus dos miembros es el sentimiento. El centro de la relación es lo que yo siento ahora hacia la otra parte, no mi relación con el otro, o más exactamente, lo que el otro me afecta, y el compromiso que tengo hacia él o ella. El sentimiento no es lo mismo que el afecto, aunque hablemos de uno y otro como si fuera lo mismo.
Ambos, ciertamente, son reacciones del ámbito emotivo, de aquello que no es ni pura voluntad, ni puro razonamiento racional. Es algo más, la coloración de ese pensamiento y esa decisión. El sentimiento se centra en lo que yo, en mi individualidad, percibo y siento ante un hecho o una serie de hechos. El afecto, en cambio, se centra en el hecho, y en cómo ese hecho me afecta. El sentimiento es plenamente subjetivo, relativo a mi yo personal… En el afecto, lo principal es lo que está fuera de mí, y cómo ese hecho externo me hace vibrar, en un sentido u otro. No niega la subjetividad, pero tampoco la coloca en el centro,
Podemos hablar del matrimonio como “pareja afectiva”: cada miembro influye, afecta, al otro. Pero lo importante no es cómo me siento, sino el compromiso, el vínculo, que hemos creado los dos, hombre y mujer.
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