El indómito y eficaz cardenal Pell
por George Weigel
Poco después de ser nombrado arzobispo de Melbourne, George Pell introdujo abundantes reformas en el seminario archidiocesano, incluyendo la celebración diaria de la misa y de la Liturgia de las Horas, ambas abandonadas en los años anteriores. El profesorado del seminario, entusiastas partidarios de un catolicismo light, creyó que el arzobispo iba de farol y le informaron de que si persistía en medidas tan draconianas, dimitirían en masa.
El arzobispo les agradeció la cortesía de haberle puesto sobre aviso, aceptó inmediatamente sus renuncias y continuó reformando el seminario de Melbourne y el resto de la archidiócesis.
Los defensores del status quo en el Vaticano deben haber ignorado este episodio cuando recientemente intentaron derribar al hombre elegido por el Papa Francisco para limpiar el lío financiero que heredó el Papa argentino hace dos años. Al igual que sus predecesores en Melbourne, también fracasaron los cabecillas de una sucia campaña de acusaciones personales contra el cardenal Pell mediante filtraciones a los siempre ruines medios italianos.
Espero que ese fracaso sea una lección para esos bribones con vistas al futuro: no te metas con una antigua estrella del fútbol australiano a quien le gustan los deportes de contacto. Quizá sea esperar contra toda esperanza, pero... ¡estamos obligados a creer que la conversión, incluso entre curiales de la península con forma de bota, no está fuera del alcance de la gracia de Dios!
El Papa Francisco fue elegido por un cónclave decidido a que el siguiente pontificado limpiase lo que monseñor Ronald Knox solía llamar la "sala de máquinas" de la Barca de Pedro. En los dos años siguientes no se ha progresado mucho en la reforma de la curia. La llamativa excepción a esa regla es consecuencia del mejor nombramiento reformista del Papa: el de George Pell como cabeza de un nuevo super-dicasterio en la Curia romana, el Secretariado para la Economía, con el mandato de convertir el Vaticano en "aburridamente exitoso" como "modelo de buenas prácticas financieras", tal como dijo a los periodistas el cardenal Pell.
Bajo el liderazgo del cardenal australiano, el banco vaticano ha sido limpiado y ordenado. Se han incorporado procedimientos financieros correctos, algo elemental en la mayor parte de las instituciones pero sorprendentemente nuevo en la atmósfera tribal del Vaticano. Los presupuestos y las auditorías se realizan ahora conforme a estándares profesionales aceptados.
Todo ello, evidentemente, era demasiado para algunos. Y se produjo el completamente predecible ataque personal contra el cardenal Pell, la parte más risible del cual incluía la acusación espuria de que el cardenal había gastado grandes sumas de dinero de la Iglesia para ir vestido a la moda. (Conozco a George Pell desde hace 47 años, porque pasó un verano en mi parroquia de Baltimore entre su ordenación en Roma y sus estudios de doctorado en Oxford, y no hago ningún daño a mi viejo amigo por desvelar que su forma de vestir se parece mucho más al de una tienda de segunda mano del Ejército de Salvación que al estilo Brooks Brothers.) Pero, ¡ay!, la calumnia es lo que toca cuando gente que durante mucho tiempo ha considerado a la Iglesia como su cortijo (y quizás incluso como su hucha personal) se topa con un reformador decidido e incorruptible que comprende que la probidad financiera es esencial para ser esa "Iglesia en misión permanente" a la que nos ha llamado el Papa Francisco.
Y esto me lleva a una cosa más que los canallas que atacaron al cardenal Pell no han tenido lo bastante en cuenta: está haciendo lo que está haciendo no como un contable de mirada escrutadora, sino como un discípulo y como un pastor que, al igual que el Papa, entiende que la proclamación del Evangelio por parte de la Iglesia resulta inútil cuando la integridad institucional de la Iglesia está amenazada por la corrupción: sexual, financiera o ambas.
George Pell rehizo la Iglesia católica en Australia (la cual, antes de Pell, se encaminaba en la dirección de las moribundas Iglesias locales de Holanda, Bélgica y Alemania) reformando instituciones católicas que se habían convertido en sinecuras para oportunistas, en vez de plataformas de lanzamiento para la nueva evangelización. Ahora está haciendo lo mismo en Roma, con el manifiesto apoyo del Papa Francisco.
Algunos podrían considerar la tarea de Pell como "misión imposible". Yo digo, en dialecto australiano, "¡bien por él!". Y recomiendo a quien le guste apostar... que no lo haga en su contra.
Artículo publicado originalmente en First Things.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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