¿Eugenesia, o preservar y promover la salud pública?
Si un totalitarismo selecciona los nacidos de su país lo llamamos delito eugenesia. Si es un científico, en un laboratorio, progreso técnico y social
por José F. Vaquero
La historia sociopolítica de España, durante estos últimos meses, parece que se ha acelerado y revolucionado, no sé si para bien o para mal. El crecimiento de un partido como Podemos, y el descenso, casi desaparición, de otras fuerzas políticas; el tinte “campaña electoral”, con cuatro procesos electorales en menos de un año; el crecimiento nacionalista de los políticos catalanes, y la progresión geométrica en el número de presuntos casos de corrupción política. Ante este veloz crecimiento es recomendable pararse a mirar, mirar hacia otros países, mirar atrás, mirar hacia delante. Cuando se mira hacia atrás con un poco de perspectiva se aprecia mejor el devenir de la historia, los cambios, para bien o para mal, que se van produciendo.
En este volver la vista prescindo un poco de la política, de los partidos políticos, y miro hacia la vida normal, hacia algunos hitos de la historia que marcaron, significativamente, una realidad tan cercana y cotidiana como la familia y los hijos.
Nos hemos olvidado, en muchos ambientes, de una fuerte acusación que la comunidad internacional realizó contra Hitler: llevar adelante una marcada política eugenésica y de . ¿Qué significa esto? Sencillamente que nacen los buenos, los de raza aria, en términos nazistas. El resto, como por ejemplo los judíos, sobran. Es urgente una misión de limpieza, de purificación. Y ahí está, sencillamente, la justificación de los millones de personas que murieron en campos de concentración. Quedan pocos supervivientes de estos campos, aunque recientemente se han juntado los supervivientes de Auschwitz. Y quizás, a la vez que mueren los últimos supervivientes, desaparece también hel escándalo de esa selección eugenésica.
No fueron las únicas barbaridades contra la vida que hizo Hitler, quien hizo desaparecer también a numerosos discapacitados (“hombres imperfectos”). Lo imperfecto, parece decir, es mejor eliminarlo. Y para ello, baste invocar el Derecho y la legalidad con la que llegó al poder y fue construyendo su proyecto de Tercer Reich.
Las décadas pasaron, empezó y terminó la guerra frío, y otro gran país, esta vez grande por su extensión y número de habitantes, proclamó una norma, con visos de legalidad, para actualizar la eugenesia. La excusa era distinta, y más arbitraria todavía que una cuestión de raza: la superpoblación china. ¿A quién privar de la vida? Que los padres decidan, pero sólo pueden tener un hijo, y por motivos culturales se prefiere hijo a hija. ¿Tan pronto se nos ha olvidado ese Derecho a la Vida, proclamado en 1948 después de constatar, entre otras, las masacres hitlerianas?
En este punto no faltan lectores escépticos en grado sumo de esa Declaración. Sobre el papel hay “un reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Reconocimiento que muchas veces constatamos lejanos de la realidad, quizás la misma naturaleza de las Naciones Unidas, una unión de países donde hay muchos intereses en juego, con frecuencia económicos y de poder. Pero es mejor esta Declaración que el silencio completo; al menos en algún lugar de nuestras instituciones, en algún lugar del corazón humano, de su naturaleza, está el reclamo a la existencia de estos Derechos Humanos.
Esta decisión eugenésica, retomando la problemática china, está disfrazada ahora de “bienestar para el pueblo chino”. Despierta diversas reacciones. Para unos, la comprensión demagógica (pobres familias, cómo van a criar a más hijos). Para otros, un pequeño lamento (pobres y niños), pequeño porque, ¿a ver quién protesta al gran semicontinente chino? En uno y otro caso, a veces con buena intención y a veces con cierta ironía, apelaban a la mayor oferta para adoptar niños, niñas habría que matizar.
Recientemente supe que los chinos están “levantando la mano”. En algunos casos, si el padre y la madre no tienen hermanos, se permite, previo pago de una multa, tener un segundo hijo. ¿Avance? Sí, un tímido avance, pero me sabe a muy poco, sobre todo evaluando el motivo de esta mejora en las políticas de natalidad chinas: necesitamos manos de obra para mantener esta economía. Podríamos añadir, irónicamente, que es un bien material necesario para el desarrollo del estado, y sería muy complicado conseguir tantos robots.
En nuestra sociedad, en nuestras calles, tenemos una tercera eugenesia, más terrible, pero también más oculta y más callada. Además, está disfrazada de progreso técnico y satisfacción del deseo (que algunos llaman derecho) a tener un hijo, por todos los medios y caiga quien caiga. En el fondo, como decía Maquiavelo, el fin, cualquier fin, justifica todos los medios. La práctica habitual de la fecundación in vitro supone generar, fabricar, varios embriones varios seres humanos. Y luego, igual que en las anteriores eugenesias, elegimos los mejores, los que han sacado como mínimo un notable, para que sigan viviendo. Y el resto, solución final, como en los años del racismo, como en China. ¿Quién selecciona? ¿Quién elige el que sigue viviendo y el que no? La técnica, la razón. ¿O quizás sea la Razón, esa diosa que promulgaron en la Ilustración, y pedía sangre y más sangre, cabezas y guillotinas? Me ha llamado poderosamente la tención que entre los derechos proclamados en la revolución francesa, en su acta fundacional, no aparecía el Derecho a la Vida. ¿Se daba por supuesto? Conociendo la mentalidad del jurista, que quiere dejar todo atado y bien atado, tengo mis dudas.
A la juventud de hoy les gusta recordar las “razones” aducidas por Pascal. “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Es cierto, y esas razones del corazón nunca son creativas, no pueden hacer bueno lo malo o malo lo bueno. Por ello el corazón no decide basándose sólo en sí mismo, sino en el conocimiento y en la voluntad, en la búsqueda de la verdad objetiva, del bien objetivo, más allá de lo que se me pueda conmover el corazón ante una cara de pena. Cuando el argumento es totalmente emotivo se puede justificar todo; cuando está unido a búsqueda de la verdad, del bien, de lo bello, integra toda la realidad y encuentra un fundamento sólido. Si un totalitarismo selecciona los nacidos de su país lo llamamos delito eugenesia. Si es un científico, en un laboratorio, progreso técnico y social.
En este volver la vista prescindo un poco de la política, de los partidos políticos, y miro hacia la vida normal, hacia algunos hitos de la historia que marcaron, significativamente, una realidad tan cercana y cotidiana como la familia y los hijos.
Nos hemos olvidado, en muchos ambientes, de una fuerte acusación que la comunidad internacional realizó contra Hitler: llevar adelante una marcada política eugenésica y de . ¿Qué significa esto? Sencillamente que nacen los buenos, los de raza aria, en términos nazistas. El resto, como por ejemplo los judíos, sobran. Es urgente una misión de limpieza, de purificación. Y ahí está, sencillamente, la justificación de los millones de personas que murieron en campos de concentración. Quedan pocos supervivientes de estos campos, aunque recientemente se han juntado los supervivientes de Auschwitz. Y quizás, a la vez que mueren los últimos supervivientes, desaparece también hel escándalo de esa selección eugenésica.
No fueron las únicas barbaridades contra la vida que hizo Hitler, quien hizo desaparecer también a numerosos discapacitados (“hombres imperfectos”). Lo imperfecto, parece decir, es mejor eliminarlo. Y para ello, baste invocar el Derecho y la legalidad con la que llegó al poder y fue construyendo su proyecto de Tercer Reich.
Las décadas pasaron, empezó y terminó la guerra frío, y otro gran país, esta vez grande por su extensión y número de habitantes, proclamó una norma, con visos de legalidad, para actualizar la eugenesia. La excusa era distinta, y más arbitraria todavía que una cuestión de raza: la superpoblación china. ¿A quién privar de la vida? Que los padres decidan, pero sólo pueden tener un hijo, y por motivos culturales se prefiere hijo a hija. ¿Tan pronto se nos ha olvidado ese Derecho a la Vida, proclamado en 1948 después de constatar, entre otras, las masacres hitlerianas?
En este punto no faltan lectores escépticos en grado sumo de esa Declaración. Sobre el papel hay “un reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Reconocimiento que muchas veces constatamos lejanos de la realidad, quizás la misma naturaleza de las Naciones Unidas, una unión de países donde hay muchos intereses en juego, con frecuencia económicos y de poder. Pero es mejor esta Declaración que el silencio completo; al menos en algún lugar de nuestras instituciones, en algún lugar del corazón humano, de su naturaleza, está el reclamo a la existencia de estos Derechos Humanos.
Esta decisión eugenésica, retomando la problemática china, está disfrazada ahora de “bienestar para el pueblo chino”. Despierta diversas reacciones. Para unos, la comprensión demagógica (pobres familias, cómo van a criar a más hijos). Para otros, un pequeño lamento (pobres y niños), pequeño porque, ¿a ver quién protesta al gran semicontinente chino? En uno y otro caso, a veces con buena intención y a veces con cierta ironía, apelaban a la mayor oferta para adoptar niños, niñas habría que matizar.
Recientemente supe que los chinos están “levantando la mano”. En algunos casos, si el padre y la madre no tienen hermanos, se permite, previo pago de una multa, tener un segundo hijo. ¿Avance? Sí, un tímido avance, pero me sabe a muy poco, sobre todo evaluando el motivo de esta mejora en las políticas de natalidad chinas: necesitamos manos de obra para mantener esta economía. Podríamos añadir, irónicamente, que es un bien material necesario para el desarrollo del estado, y sería muy complicado conseguir tantos robots.
En nuestra sociedad, en nuestras calles, tenemos una tercera eugenesia, más terrible, pero también más oculta y más callada. Además, está disfrazada de progreso técnico y satisfacción del deseo (que algunos llaman derecho) a tener un hijo, por todos los medios y caiga quien caiga. En el fondo, como decía Maquiavelo, el fin, cualquier fin, justifica todos los medios. La práctica habitual de la fecundación in vitro supone generar, fabricar, varios embriones varios seres humanos. Y luego, igual que en las anteriores eugenesias, elegimos los mejores, los que han sacado como mínimo un notable, para que sigan viviendo. Y el resto, solución final, como en los años del racismo, como en China. ¿Quién selecciona? ¿Quién elige el que sigue viviendo y el que no? La técnica, la razón. ¿O quizás sea la Razón, esa diosa que promulgaron en la Ilustración, y pedía sangre y más sangre, cabezas y guillotinas? Me ha llamado poderosamente la tención que entre los derechos proclamados en la revolución francesa, en su acta fundacional, no aparecía el Derecho a la Vida. ¿Se daba por supuesto? Conociendo la mentalidad del jurista, que quiere dejar todo atado y bien atado, tengo mis dudas.
A la juventud de hoy les gusta recordar las “razones” aducidas por Pascal. “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Es cierto, y esas razones del corazón nunca son creativas, no pueden hacer bueno lo malo o malo lo bueno. Por ello el corazón no decide basándose sólo en sí mismo, sino en el conocimiento y en la voluntad, en la búsqueda de la verdad objetiva, del bien objetivo, más allá de lo que se me pueda conmover el corazón ante una cara de pena. Cuando el argumento es totalmente emotivo se puede justificar todo; cuando está unido a búsqueda de la verdad, del bien, de lo bello, integra toda la realidad y encuentra un fundamento sólido. Si un totalitarismo selecciona los nacidos de su país lo llamamos delito eugenesia. Si es un científico, en un laboratorio, progreso técnico y social.
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