Problema, enigma, misterio
Los problemas y enigmas se resuelven, antes o después llegamos a una solución. Pero... "Yo sólo sé que no sé nada", afirmó Einstein.
por José F. Vaquero
Todavía estamos conmocionados por el último “accidente” aéreo: el derribo de un avión en Ucrania deja casi 300 muertos, casi 300 familias que ni siquiera tendrán el consuelo de dar su último adiós a un ser querido. La aeronave malasia, que había despegado de Amsterdam dos horas antes, ha sido derribada, según parece, por un misil tierra - aire. El suceso, que inicialmente calificaban de enigma, recordando el último avión desaparecido en el océano Índico hace unos meses, se está quedando en problema. ¿Pero qué es un problema? ¿Y un enigma? ¿Y un misterio?
Problema es algo que no conocemos, no entendemos, y hemos de investigar, buscar, para llegar a su resolución. Problema era, poco después de conocer la catástrofe, conocer quiénes volaban en la nave. Con un poco de investigación, y acudiendo a los oportunos registros y listados, el problema se soluciona; y ya se conoce la identidad de casi todos los pasajeros y tripulantes. Somos curiosos por naturaleza, nos gusta saber, investigar, resolver problemas y encontrar su solución. Pueden ser las características y ruta final del avión o el jeroglífico del periódico, los detalles del lanzamiento de este misil o el crucigrama de la revista. El ser humano es curioso, investiga, resuelve problemas, y lo hace a diario.
Un enigma es bastante más complicado; no se resuelve pensando un poco, buscando en internet o preguntando al primer amigo con el que me cruzo. Para los antiguos era un enigma conocer el principal componente del universo externo, y lo solucionaron provisionalmente con la existencia del éter. Más tarde pasó lo mismo con el nacimiento de ciertas plantas, de seres muy sencillos, y lo solucionaron provisionalmente con “la generación espontánea”. El conocimiento científico ha ido avanzando, y esos enigmas ya no parecen tales. Se conoce qué material rodea a los planetas y los astros, se explica la germinación de ciertos microbios y plantas; y los enigmas pasan a ser problemas resueltos.
En estas últimas décadas sigue siendo un enigma la regularidad de la naturaleza, macrofísica y microfísica; parece que la física a gran escala tiene unas leyes y la microfísica no se ajusta totalmente a ellas. Conocemos el átomo, sus partículas y subpartículas, pero la explicación, al detalle, de sus interrelaciones e interacciones sigue siendo un enigma. Cuestión de tiempo, como ha sucedido con tantos enigmas.
Para algunos, y creo que para demasiados divulgadores, aquí termina la escala del saber, la escalera de la investigación y el conocimiento humano. Es sólo cuestión de tiempo, dicen; lo que falta de entender hoy, se comprenderá perfectamente en un año, o en 10, o en 100. La ciencia progresa, y llegará al conocimiento total. Tesis curiosa, desmentida por muchos científicos e investigadores. “Yo sólo sé, decía Einstein, que no sé nada”.
Siempre, y en todas las culturas y sociedades, ha tenido gran peso la última palabra: misterio. Para los griegos y romanos de hace veinte siglos, el sol, la lluvia, las tormentas o la fertilidad era un misterio; y ahí tenía cabida la dimensión religiosa, trascendente del hombre. Pero más allá de ese misterio de la naturaleza, lo que les preocupaba realmente era el misterio del destino, el misterio del sentido de la vida. En una sociedad que creía demasiado en la predeterminación, en el fatum o la moira, el ciudadano de a pie se preguntaba: ¿Por qué los dioses han determinado este fatum? El misterio les rodeaba, y convivían con él.
Junto a ese misterio, mucho más que un enigma, está el misterio del amor, la entrega gratuita, desinteresada, “porque sí”. La madre se entrega a su hijo, no como quien cumple una obligación contractual derivada de un contrato, sino como quien ama. Y se entrega a su hijo o sólo dándole comida, vestido, refugio, sino sobre todo dándole cariño, afecto, algo intangible, que siempre permanecerá como enigma, porque realmente es algo más, un misterio.
Ese misterio nos empuja, casi nos obliga (sana obligación) a mirar más allá de la realidad física que nos rodea. Percibimos que en el mundo material hay algo más, algo superior, algo divino. Y aunque nos empeñemos en borrar a Dios de la sociedad, Él sigue apareciendo, no contamos con dedos suficientes para tapar tantos haces de luz que nos empujan a pensar más arriba, más profundo.
Problema es algo que no conocemos, no entendemos, y hemos de investigar, buscar, para llegar a su resolución. Problema era, poco después de conocer la catástrofe, conocer quiénes volaban en la nave. Con un poco de investigación, y acudiendo a los oportunos registros y listados, el problema se soluciona; y ya se conoce la identidad de casi todos los pasajeros y tripulantes. Somos curiosos por naturaleza, nos gusta saber, investigar, resolver problemas y encontrar su solución. Pueden ser las características y ruta final del avión o el jeroglífico del periódico, los detalles del lanzamiento de este misil o el crucigrama de la revista. El ser humano es curioso, investiga, resuelve problemas, y lo hace a diario.
Un enigma es bastante más complicado; no se resuelve pensando un poco, buscando en internet o preguntando al primer amigo con el que me cruzo. Para los antiguos era un enigma conocer el principal componente del universo externo, y lo solucionaron provisionalmente con la existencia del éter. Más tarde pasó lo mismo con el nacimiento de ciertas plantas, de seres muy sencillos, y lo solucionaron provisionalmente con “la generación espontánea”. El conocimiento científico ha ido avanzando, y esos enigmas ya no parecen tales. Se conoce qué material rodea a los planetas y los astros, se explica la germinación de ciertos microbios y plantas; y los enigmas pasan a ser problemas resueltos.
En estas últimas décadas sigue siendo un enigma la regularidad de la naturaleza, macrofísica y microfísica; parece que la física a gran escala tiene unas leyes y la microfísica no se ajusta totalmente a ellas. Conocemos el átomo, sus partículas y subpartículas, pero la explicación, al detalle, de sus interrelaciones e interacciones sigue siendo un enigma. Cuestión de tiempo, como ha sucedido con tantos enigmas.
Para algunos, y creo que para demasiados divulgadores, aquí termina la escala del saber, la escalera de la investigación y el conocimiento humano. Es sólo cuestión de tiempo, dicen; lo que falta de entender hoy, se comprenderá perfectamente en un año, o en 10, o en 100. La ciencia progresa, y llegará al conocimiento total. Tesis curiosa, desmentida por muchos científicos e investigadores. “Yo sólo sé, decía Einstein, que no sé nada”.
Siempre, y en todas las culturas y sociedades, ha tenido gran peso la última palabra: misterio. Para los griegos y romanos de hace veinte siglos, el sol, la lluvia, las tormentas o la fertilidad era un misterio; y ahí tenía cabida la dimensión religiosa, trascendente del hombre. Pero más allá de ese misterio de la naturaleza, lo que les preocupaba realmente era el misterio del destino, el misterio del sentido de la vida. En una sociedad que creía demasiado en la predeterminación, en el fatum o la moira, el ciudadano de a pie se preguntaba: ¿Por qué los dioses han determinado este fatum? El misterio les rodeaba, y convivían con él.
Junto a ese misterio, mucho más que un enigma, está el misterio del amor, la entrega gratuita, desinteresada, “porque sí”. La madre se entrega a su hijo, no como quien cumple una obligación contractual derivada de un contrato, sino como quien ama. Y se entrega a su hijo o sólo dándole comida, vestido, refugio, sino sobre todo dándole cariño, afecto, algo intangible, que siempre permanecerá como enigma, porque realmente es algo más, un misterio.
Ese misterio nos empuja, casi nos obliga (sana obligación) a mirar más allá de la realidad física que nos rodea. Percibimos que en el mundo material hay algo más, algo superior, algo divino. Y aunque nos empeñemos en borrar a Dios de la sociedad, Él sigue apareciendo, no contamos con dedos suficientes para tapar tantos haces de luz que nos empujan a pensar más arriba, más profundo.
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