Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Mito y realidad de las segundas nupcias entre los ortodoxos


Es una opinión difundida que las Iglesias orientales admiten un nuevo matrimonio después del divorcio y dan la comunión a los vueltos a casar. Pero esto no es así, explica Nicola Bux. Sólo el primer matrimonio es celebrado como un verdadero sacramento

por Sandro Magister

Opinión

Al Papa Francisco, en el avión de vuelta de Tierra Santa, le plantearon la pregunta si "la Iglesia católica podrá aprender algo de las Iglesias ortodoxas" en lo que concierne a los sacerdotes casados y a la aceptación de un segundo matrimonio para los divorciados.

Sobre ambos puntos el Papa ha respondido de manera evasiva. Sin embargo, todos recuerdan lo que dijo sobre un segundo matrimonio en una entrevista precedente en un avión, en el viaje de vuelta de Río de Janeiro:

"Un paréntesis: los ortodoxos siguen lo que ellos llaman la teología de la economía y dan una segunda posibilidad [de matrimonio], lo permiten. Creo que este problema – cierro el paréntesis – debe estudiarse en el marco de la pastoral matrimonial".

A esta praxis de las Iglesias de oriente ha hecho referencia también el cardenal Walter Kasper en su relación introductoria al consistorio del pasado febrero, centrando el debate sobre la cuestión de la comunión a los divorciados vueltos a casar en vista del sínodo de la familia.

La idea que existe actualmente es que en las Iglesias ortodoxas se celebran sacramentalmente el segundo y el tercer matrimonio y se da la comunión a los divorciados vueltos a casar.

Pero en realidad las cosas no son así. Entre la celebración de la primera y de la segunda boda, la ortodoxia ha marcado siempre una diferencia no sólo ceremonial, sino también de sustancia, como demuestra la entonación fuertemente penitencial de las oraciones para las segundas nupcias.

A este respecto basta ver el reconocimiento histórico que Basilio Petrà – sacerdote católico de rito latino, pero de origen griego y estudioso de la materia, profesor en el Pontificio Instituto Oriental – ha publicado hace dos meses:

B. Petrà, "Divorzio e seconde nozze nella tradizione greca. Un´altra via", Cittadella Editrice, Assisi, 2014, pp. 212, euro 15,90.

La que sigue es una declaración de lo que son, en realidad, las segundas nupcias en la teología y en la praxis de las Iglesias ortodoxas.

El autor, Nicola Bux, experto en liturgia y docente en la facultad de teología de Bari, es consejero de las congregaciones para la doctrina de la fe y para la causa de los santos y ha participado en el sínodo de 2005 sobre la eucaristía, del que se incluye aquí un interesante episodio.
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IGLESIA ORTODOXA Y SEGUNDAS NUPCIAS
de Nicola Bux


Recientemente, el cardenal Walter Kasper se ha referido a la praxis ortodoxa de las segundas nupcias para apoyar que también los católicos que estén divorciados y vueltos a casar sean admitidos a la comunión.

Sin embargo, tal vez no ha dado importancia al hecho de que los ortodoxos no hacen la comunión en el rito de las segundas nupcias, pues en el rito bizantino del matrimonio no está prevista la comunión, sólo el intercambio de la copa común de vino, que no es el vino consagrado.

Por otra parte, entre los católicos se suele decir que los ortodoxos permiten las segundas nupcias, tolerando, por consiguiente, el divorcio del primer cónyuge.

En verdad no es del todo así, porque no se trata de la institución jurídica moderna. La Iglesia ortodoxa está dispuesta a tolerar las segundas nupcias de personas cuyo vínculo matrimonial haya sido disuelto por ella, no por el Estado, en base al poder dado por Jesús a la Iglesia de “disolver y unir” y concediendo una segunda oportunidad en algunos casos especiales (en concreto, en los casos de adulterio continuado, pero por extensión también en ciertos casos en los que el vínculo matrimonial se ha convertido en una ficción). También se prevé, aunque no se alienta, la posibilidad de un tercer matrimonio. Además, la posibilidad de acceder a las segundas nupcias, en los casos de disolución del matrimonio, es concedida sólo al cónyuge inocente.

Las segundas y terceras nupcias, a diferencia del primer matrimonio, se celebran entre los ortodoxos con un rito especial, definido de “tipo penitencial”. Al faltar antiguamente en el rito de las segundas nupcias el momento de la coronación de los esposos, considerado por la teología ortodoxa el momento esencial del matrimonio, las segundas nupcias no son un sacramento verdadero; son, utilizando la terminología latina, un "sacramental", que permite a los nuevos esposos considerar la propia unión como plenamente aceptada por la comunidad eclesial. El rito de las segundas nupcias se aplica también en el caso de esposos que han enviudado.

La no sacramentalidad de las segundas nupcias está confirmada por la desaparición de la comunión eucarística de los ritos matrimoniales bizantinos, que es sustituida por la copa entendida como símbolo de la vida común. Este parece ser un intento de "desacramentalizar" el matrimonio, debido tal vez al embarazo creciente que causaban las segundas y terceras nupcias, a causa de la abolición del principio de la indisolubilidad del vínculo, directamente proporcional al sacramento de la unidad: la eucaristía.

A este respecto, el teólogo ortodoxo Alexander Schmemann ha escrito que precisamente la copa, elevada como símbolo de la vida común, “muestra la ‘desacramentalización’ del matrimonio, reducido a una felicidad natural. En el pasado, ésta era alcanzada con la comunión, la coparticipación en la eucaristía, signo último del cumplimiento del matrimonio en Cristo. Cristo debe ser la verdadera esencia de la vida juntos”. ¿Cómo permanecería en pie esta “esencia”?

Por lo tanto, se trata de un “qui pro quo” imputable en ámbito católico a la escasa o nula consideración por la doctrina, por lo que se ha afirmado la opinión, incluso la herejía, de que la misa sin comunión no es válida. Toda la preocupación sobre la comunión a los divorciados vueltos a casar, que tiene poco que ver con la visión y la praxis oriental, es una consecuencia de ello.

Hace unos diez años, mientras colaboraba en la preparación del sínodo sobre la eucaristía, en el que participé como experto en 2005, dicha “opinión” fue avanzada por el cardenal Cláudio Hummes, miembro del consejo de la secretaría del sínodo. Invitado por el cardenal Jan Peter Schotte, que entonces era el secretario general, tuve que recordar a Hummes que los catecúmenos y los penitentes, entre los cuales estaban los dígamos, en los distintos grados penitenciales, participaban en la celebración de la misa o en partes de ella, sin acercarse a la comunión.

La "opinión" errónea está difundida hoy entre clérigos y fieles, por lo que, como observó Joseph Ratzinger: “hay que ser, de nuevo, más claramente conscientes del hecho de que la celebración eucarística no está carente de valor para quien no comulga. [...] Al no ser la eucaristía un banquete ritual, sino la oración comunitaria de la Iglesia, en el que el Señor reza con nosotros y en nosotros se participa, ella sigue siendo valiosa y grande, un verdadero don, aunque no podamos comulgar. Si adquiriéramos otra vez un conocimiento mejor de este hecho y volviéramos a ver la propia eucaristía de una manera más correcta, varios problemas pastorales, como por ejemplo el de la posición de los divorciados vueltos a casar, perdería automáticamente mucho de su oprimente peso”.

Lo que se ha descrito es un efecto de la divergencia, y también de la oposición, entre dogma y liturgia. El apóstol Pablo pidió a quienes tenían la intención de comulgar que se examinaran a sí mismos, para no comer y beber la propia condena (1 Corintios 11, 29). Esto significa: “Quién quiera el cristianismo sólo como jubiloso anuncio, en el que no debe estar presente la amenaza del juicio, lo falsifica”.

Nos preguntamos cómo hemos llegado a este punto. Distintos autores, en la segunda mitad del siglo pasado, mantuvieron la teoría – recuerda Ratzinger – según la cual “la eucaristía derivaba, más o menos exclusivamente, de las comidas que Jesús consumía con los pecadores. […] Pero de ello deriva después una idea de la eucaristía que no tiene nada en común con la costumbre de la Iglesia primitiva”. Aunque Pablo proteja a la comunión del abuso con el anatema (1 Corintios 16, 22), susodicha teoría propone “como esencia de la eucaristía que ésta sea ofrecida a todos sin distinción alguna y sin condición preliminar, […] también a los pecadores, es más, también a los no creyentes”.

No, sigue escribiendo Ratzinger: desde los orígenes la eucaristía fue entendida como una comida con los reconciliados, no con los pecadores: “Existían también para la eucaristía, desde el principio, condiciones de acceso bien definidas [...] y de este modo ha construido la Iglesia”.

La eucaristía, por lo tanto, permanece como “el banquete de los reconciliados”, algo que es recordado en la liturgia bizantina, en el momento de la comunión, con la invitación "Sancta sanctis", las cosas santas a los santos.
A pesar de todo la teoría de la invalidez de la misa sin la comunión sigue influenciando la liturgia hodierna.
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Este texto de Nicola Bux ha sido extraído de la conclusión por él escrita para la última obra de Antonio Livi, teólogo y filósofo de la Pontificia Universidad Lateranense, de inminente publicación, dedicada a los escritos y discursos del cardenal Giuseppe Siri (1906-1989):

A. Livi, "Dogma e liturgia. Istruzioni dottrinali e norme pastorali sul culto eucaristico e sulla riforma liturgica promossa dal Vaticano II", Casa Editrice Leonardo da Vinci, Roma, 2014.
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Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.
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