Buscando la libertad de la mujer
Defender a la mujer es mucho más. Es valorar su empatía y sensibilidad en las relaciones sociales y humanas, a todos los niveles, es admirar la grandeza de un corazón que ama.
por José F. Vaquero
Estamos en unas semanas poco gratar a nivel político. En los países de la Unión Europea se acercan las elecciones al parlamento europeo, los políticos realizan mítines, campañas y encuentros; y al menos en España, crece el cansancio ante las palabras de los políticos. Si a diario no tienen buena nota, cuando se multiplican las noticias políticas, sube también el cansancio ante sus palabras.
Unos comentarios, sin embargo, me han llamado la atención del debate entre los dos principales candidatos españoles. El planteamiento se repite mucho, demasiado. Proclaman unos, a diestra y siniestra, que hay que defender la libertad de la mujer. Pero esta libertad de la mujer se reduce a una decisión, una sola: la posibilidad de decir si vive o no vive el hijo que ha sido engendrado, engendrado por ella sólo a la mitad, si analizamos genéticamente esa nueva creatura. Una gran reducción, primero de la libertad, y luego de la mujer.
Empecemos por el principio: ¿Qué es eso de libertad? Todo grupo, con cualquier ideología, cualquier fin, cualquier propósito, enarbola esta bandera: grupos pro-vida y pro-aborto, defensores de la ley y partidarios de la anarquía, nacionalistas, centralistas e independentistas, grupos feministas, defensores y detractores de la ecología… Si la libertad justifica todo, termina siendo papel mojado, no justifica ni cimienta nada.
Para unos la libertad es “hacer lo que quiero”. Qué bonito es el vuelo de las águilas planeando por las llanuras castellanas o las cordilleras pirenaicas; como yo no puedo volar, oh terrible drama, ya no tengo libertad. Qué descansado sería salir de casa y, al instante siguiente, estar trabajando en la oficina, sin tener que soportar atascos, pitidos, aglomeraciones en el metro o el autobús, un viaje de 40, 50 ó 60 minutos. Como no lo puedo hacer, oh terrible drama, ya no tengo libertad.
En la libertad hay algo más que la no determinación. No se trata de una decisión arbitraria, sino dentro de ciertos límites, los límites del ser humano y de su corazón, orientado al bien. La experiencia nos confirma que no nos orientamos tan fácilmente al bien, que en el corazón también se mezclan intereses personales, egoísmos, odios, y por eso hay que vigilar y discernir esas inclinaciones del corazón, hay que buscar un bien objetivo, un Bien, para encauzar ese corazón. Pero sí tenemos algo claro: si la actuación no va orientada al bien, bien íntegro para mí y bien íntegro para los otros, la “decisión libre” carece de lo propio de la libertad, la orientación al bien, la decisión autoperfeccionante.
Otra vía de defensa de la mujer es igualarla igualitariamente al varón, olvidando que el varón trabaja como varón y la mujer como mujer, que el hombre habla y actúa como hombre y la mujer como mujer. ¿Quién es mejor o superior? Ninguno; la grandeza de uno y otro está en ser como son, parte complementaria del entrelazado social y no enemigo acérrimo de la otra mitad de la sociedad.
El ejemplo más claro lo vemos a diario en cientos, miles de familias: un hombre y una mujer, en parte distintos y en parte iguales, construyen la vida de sus hijos, hijos e hijas, y crecen en amor, alegría y esperanza. La sociedad se construye compartiendo, no enfrentando. Todos conocemos casos “problemáticos”, de familias que han perdido a uno de los padres, por fallecimiento, abandono o maltrato; pero no lo identificamos con el caso normal. Y no podemos ofrecer una regla general en base a la excepción, sino al revés.
Defender a la mujer, la libertad de la mujer, es mucho más. Es contemplar su aportación específica, femenina, en la sociedad, es valorar su empatía y sensibilidad en las relaciones sociales y humanas, a todos los niveles, es admirar la grandeza de un corazón que ama. Cuando vemos en quien nos rodea algo más que un elemento productor de la empresa o un cuerpo que engendra algo que llamamos tejido celular construimos una sociedad humana, masculina y femenina, amante de la vida, y a la vez cercana con aquellos y aquellas que sufren, también cuando llega un embarazo “problemático”. La solución: construir y no destruir.
Unos comentarios, sin embargo, me han llamado la atención del debate entre los dos principales candidatos españoles. El planteamiento se repite mucho, demasiado. Proclaman unos, a diestra y siniestra, que hay que defender la libertad de la mujer. Pero esta libertad de la mujer se reduce a una decisión, una sola: la posibilidad de decir si vive o no vive el hijo que ha sido engendrado, engendrado por ella sólo a la mitad, si analizamos genéticamente esa nueva creatura. Una gran reducción, primero de la libertad, y luego de la mujer.
Empecemos por el principio: ¿Qué es eso de libertad? Todo grupo, con cualquier ideología, cualquier fin, cualquier propósito, enarbola esta bandera: grupos pro-vida y pro-aborto, defensores de la ley y partidarios de la anarquía, nacionalistas, centralistas e independentistas, grupos feministas, defensores y detractores de la ecología… Si la libertad justifica todo, termina siendo papel mojado, no justifica ni cimienta nada.
Para unos la libertad es “hacer lo que quiero”. Qué bonito es el vuelo de las águilas planeando por las llanuras castellanas o las cordilleras pirenaicas; como yo no puedo volar, oh terrible drama, ya no tengo libertad. Qué descansado sería salir de casa y, al instante siguiente, estar trabajando en la oficina, sin tener que soportar atascos, pitidos, aglomeraciones en el metro o el autobús, un viaje de 40, 50 ó 60 minutos. Como no lo puedo hacer, oh terrible drama, ya no tengo libertad.
En la libertad hay algo más que la no determinación. No se trata de una decisión arbitraria, sino dentro de ciertos límites, los límites del ser humano y de su corazón, orientado al bien. La experiencia nos confirma que no nos orientamos tan fácilmente al bien, que en el corazón también se mezclan intereses personales, egoísmos, odios, y por eso hay que vigilar y discernir esas inclinaciones del corazón, hay que buscar un bien objetivo, un Bien, para encauzar ese corazón. Pero sí tenemos algo claro: si la actuación no va orientada al bien, bien íntegro para mí y bien íntegro para los otros, la “decisión libre” carece de lo propio de la libertad, la orientación al bien, la decisión autoperfeccionante.
Otra vía de defensa de la mujer es igualarla igualitariamente al varón, olvidando que el varón trabaja como varón y la mujer como mujer, que el hombre habla y actúa como hombre y la mujer como mujer. ¿Quién es mejor o superior? Ninguno; la grandeza de uno y otro está en ser como son, parte complementaria del entrelazado social y no enemigo acérrimo de la otra mitad de la sociedad.
El ejemplo más claro lo vemos a diario en cientos, miles de familias: un hombre y una mujer, en parte distintos y en parte iguales, construyen la vida de sus hijos, hijos e hijas, y crecen en amor, alegría y esperanza. La sociedad se construye compartiendo, no enfrentando. Todos conocemos casos “problemáticos”, de familias que han perdido a uno de los padres, por fallecimiento, abandono o maltrato; pero no lo identificamos con el caso normal. Y no podemos ofrecer una regla general en base a la excepción, sino al revés.
Defender a la mujer, la libertad de la mujer, es mucho más. Es contemplar su aportación específica, femenina, en la sociedad, es valorar su empatía y sensibilidad en las relaciones sociales y humanas, a todos los niveles, es admirar la grandeza de un corazón que ama. Cuando vemos en quien nos rodea algo más que un elemento productor de la empresa o un cuerpo que engendra algo que llamamos tejido celular construimos una sociedad humana, masculina y femenina, amante de la vida, y a la vez cercana con aquellos y aquellas que sufren, también cuando llega un embarazo “problemático”. La solución: construir y no destruir.
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