Sentirse necesitado
El mito del hombre perfecto, señor único en su torre de marfil, no nos satisface. Y si la torre no tiene ventanas, haremos un agujero en la pared.
por José F. Vaquero
Eres adolescente: disfruta, diviértete, vive la vida, también aprovechando la adicción al juego, alcohol, droga. Dicho así nos puede parecer un tanto exagerado, casi ofensivo, sobre todo para tantos padres que luchan por la educación y formación de sus hijos. Sin embargo, los datos de iniciación temprana en la bebida (y abuso de ésta) nos debe hacer pensar. Aumentan las cifras, y parece que en la sociedad hay una cierta indiferencia, una banalización de este «peligro»: no es para tanto. ¿Cuántos adolescentes, menores de 15 y 16 años, ya se han en estas adicciones? Demasiados. Algunas voces proponen subir la edad mínima legal para consumir alcohol de los 18 años a los 21. ¿Pero esta medida legal solucionaría el problema?
Una inquietud me suscita esta constatación: ¿Por qué nos aficionamos tan fácilmente al vicio, al uso desmedido de algo, y nos resulta tan difícil acercarnos a la virtud, a la bondad, a la decencia? ¿Estaremos tan mal hechos? Creo que no, aunque ciertamente tenemos nuestros defectos, nuestro egoísmo, esa “gota de veneno” que puede emborronar nuestro cuaderno. Tenemos, como afirmaba un profesor de retórica, “cosas positivas” y “cosas positivables”.
Junto a esos “datos negros” de los adolescentes y jóvenes, hay quienes buscan algo grande, bello, hermoso en sus vidas. El joven, por esencia, es aquel que anhela grandes retos, altos ideales, pero se los tenemos que proporcionar. El joven desea destacar, siempre que le piques su sano orgullo. ¿Qué hay de interesante en ser uno del montón? Es más fácil, más cómodo cuando se está dentro del montón, pero un poco más tarde, cuando se queda a solas con su corazón, vacío por el vicio desenfrenado, ese disfrute le sabe a poco, y hasta le hastía igual que la resaca o el domingo tirado en la cama.
Llama la atención, junto al descenso de la práctica religiosa, el aumento del «voluntariado». El término puede englobar variadas realidades, pero me quedo con una definición genérica: una acción desinteresada para el servicio de la comunidad. Un gran número de estos voluntarios, también por cuestión de tiempo, son jóvenes y jubilados. ¿Y qué buscan? La respuesta primaria que todos suponemos, ayudar a los demás, comparte el primer lugar con otra bastante más inesperada: sentirse necesitado.
El joven del siglo XXI, seguidor del dios progreso (progreso tecnológico que se identifica con progreso humano) desea sentirse necesitado, un niño débil que tiene necesidad de que alguien le ayude. A la vez que aumenta esa hybris prometeica, ese orgullo desmedido, crece también la conciencia de la propia limitación y necesidad. ¿No será un llamado a recordar que el hombre sólo vive si comparte su vida con los demás? El mito del hombre perfecto, señor único en su torre de marfil, no nos satisface. Y si la torre no tiene ventanas, terminaremos haciendo algunos agujeros en el muro para ver y vivir con los que están al lado. Estamos hechos para vivir con alguien y para alguien, con Alguien y para Alguien.
Una inquietud me suscita esta constatación: ¿Por qué nos aficionamos tan fácilmente al vicio, al uso desmedido de algo, y nos resulta tan difícil acercarnos a la virtud, a la bondad, a la decencia? ¿Estaremos tan mal hechos? Creo que no, aunque ciertamente tenemos nuestros defectos, nuestro egoísmo, esa “gota de veneno” que puede emborronar nuestro cuaderno. Tenemos, como afirmaba un profesor de retórica, “cosas positivas” y “cosas positivables”.
Junto a esos “datos negros” de los adolescentes y jóvenes, hay quienes buscan algo grande, bello, hermoso en sus vidas. El joven, por esencia, es aquel que anhela grandes retos, altos ideales, pero se los tenemos que proporcionar. El joven desea destacar, siempre que le piques su sano orgullo. ¿Qué hay de interesante en ser uno del montón? Es más fácil, más cómodo cuando se está dentro del montón, pero un poco más tarde, cuando se queda a solas con su corazón, vacío por el vicio desenfrenado, ese disfrute le sabe a poco, y hasta le hastía igual que la resaca o el domingo tirado en la cama.
Llama la atención, junto al descenso de la práctica religiosa, el aumento del «voluntariado». El término puede englobar variadas realidades, pero me quedo con una definición genérica: una acción desinteresada para el servicio de la comunidad. Un gran número de estos voluntarios, también por cuestión de tiempo, son jóvenes y jubilados. ¿Y qué buscan? La respuesta primaria que todos suponemos, ayudar a los demás, comparte el primer lugar con otra bastante más inesperada: sentirse necesitado.
El joven del siglo XXI, seguidor del dios progreso (progreso tecnológico que se identifica con progreso humano) desea sentirse necesitado, un niño débil que tiene necesidad de que alguien le ayude. A la vez que aumenta esa hybris prometeica, ese orgullo desmedido, crece también la conciencia de la propia limitación y necesidad. ¿No será un llamado a recordar que el hombre sólo vive si comparte su vida con los demás? El mito del hombre perfecto, señor único en su torre de marfil, no nos satisface. Y si la torre no tiene ventanas, terminaremos haciendo algunos agujeros en el muro para ver y vivir con los que están al lado. Estamos hechos para vivir con alguien y para alguien, con Alguien y para Alguien.
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