La alegría de vivir
El problema no se soluciona eliminando todo lo que rodea a esta situación, sino buscando la mejor solución para todos
por José F. Vaquero
«Todo tiene arreglo menos la muerte», reza uno de tantos refranes populares, reflejos de la sabiduría popular, la sabiduría aprendida en la escuela de la experiencia. Seguro que lo hemos oído muchas veces, e incluso quizás lo hemos bautizado con el agua bendita, matizando que también la muerte tiene solución. Me llama la atención esa visión de la vida. Mientras hay vida hay esperanza, se puede enderezar esta o aquella situación; y sobre todo, seguimos viviendo, no queremos morir. ¿Por qué amamos tanto la vida, deseamos tanto vivir? Percibimos como algo evidente que la depresión, el querer morir o incluso plantearnos el suicidio no va con nuestros deseos. Y si caemos en una depresión, o vemos a un conocido en ese drama queremos que la supere y salga adelante.
Amamos la vida, deseamos vivir, y nos alegramos por una vida nueva. Pocos no sonríen ante quien está estrenando la vida, un bebé de pocas semanas, pocos meses, o un pequeño estrenando sus primeros pasos (y sus primeras caídas). Parafraseando al gran filósofo griego Aristóteles, constatamos en nosotros el deseo natural de vivir, y de vivir felices. «Todos los hombres por naturaleza desean ser felices». La vida, sobre todo la que nace y crece, es felicidad.
Pasan los años, las décadas, los siglos, y afirmamos que la vida progresa. ¿Progresa, o mejor avanza? Un niño piensa en progresar, crecer, pero a medida que cumple años, como un regalo inevitable, se le van pegando responsabilidades, retos, dificultades, problemas. Y parece que la vida pierde un poco ese color de rosa (o azul) de la infancia. La vida avanza y se va complicando. Sucede lo mismo en la sociedad, avanza, cambia, “progresa”, y cada vez se complica más el trabajo, la vida familiar, la economía doméstica, y un etcétera demasiado largo. Avanzamos, y se nos puede olvidar la belleza y el frescor de la vida. Se nos puede olvidar, aunque la vida sigue siendo bella, fresca; y basta mirar a los pequeños que hay a nuestro alrededor.
¿Está pasado de moda amar la vida? ¿O más bien tenemos ese amor como la mesa de algunos despachos? Llegan cartas, documentos, hojas, paquetes, “temas urgentes” y no se ve la mesa; simplemente un cúmulo de papeles y más papeles. Pero debajo, aunque oculta, sigue la mesa sosteniendo las urgencias que reposan sobre ella. Lo mismo puede suceder con la vida: llegan situaciones, circunstancias, dificultades que la van cubriendo, y en el fragor de la vida diaria olvidamos lo que sostiene ese cúmulo de cosas.
Ese amor a la vida es más natural, y más fuerte, cuando contemplamos la vida naciente, la vida frágil e inocente de un niño. Brota espontáneo felicitar a una amiga o compañera de trabajo que nos anuncia: estoy embarazada. Los papeles urgentes pueden ocultar esa alegría: una situación familiar o económica delicada, una presión profesional, o presión por no estar en el mundo profesional, es decir, por estar en el paro. Muchos papeles que ocultan la belleza de la vida. Y ante ello, unos invitan a quemar papeles y mesa, y otros se ofrecen a buscar una solución conjunta, a ordenar esos “urgentes” y ver cómo podemos seguir amando la vida. En el primer grupo, unos empresarios del drama de la embarazada, del niño, de la familia. En el segundo, algunos grupos como Fundación Madrina o Red Madre que se desviven desinteresadamente por ayudar a la mujer, al pequeño, a la familia, a la sociedad. ¿No es más esperanzador y más humana esta salida que la eliminación del “problema” dañando también a la otra protagonista del “problema”? Todo tiene arreglo menos la muerte, e incluso ésta cuando se cree en Alguien.
Este domingo celebramos la alegría de vivir. El Día Internacional de la Vida, ese bien que todos amamos y deseamos. En muchas ciudades miles y miles de personas testimoniarán esta alegría con su presencia en concentraciones, y marchas que proclaman el sí a la vida: por la vida, la mujer y la maternidad. El problema no se soluciona eliminando todo lo que rodea a esta situación, sino buscando la mejor solución para todos.
Amamos la vida, deseamos vivir, y nos alegramos por una vida nueva. Pocos no sonríen ante quien está estrenando la vida, un bebé de pocas semanas, pocos meses, o un pequeño estrenando sus primeros pasos (y sus primeras caídas). Parafraseando al gran filósofo griego Aristóteles, constatamos en nosotros el deseo natural de vivir, y de vivir felices. «Todos los hombres por naturaleza desean ser felices». La vida, sobre todo la que nace y crece, es felicidad.
Pasan los años, las décadas, los siglos, y afirmamos que la vida progresa. ¿Progresa, o mejor avanza? Un niño piensa en progresar, crecer, pero a medida que cumple años, como un regalo inevitable, se le van pegando responsabilidades, retos, dificultades, problemas. Y parece que la vida pierde un poco ese color de rosa (o azul) de la infancia. La vida avanza y se va complicando. Sucede lo mismo en la sociedad, avanza, cambia, “progresa”, y cada vez se complica más el trabajo, la vida familiar, la economía doméstica, y un etcétera demasiado largo. Avanzamos, y se nos puede olvidar la belleza y el frescor de la vida. Se nos puede olvidar, aunque la vida sigue siendo bella, fresca; y basta mirar a los pequeños que hay a nuestro alrededor.
¿Está pasado de moda amar la vida? ¿O más bien tenemos ese amor como la mesa de algunos despachos? Llegan cartas, documentos, hojas, paquetes, “temas urgentes” y no se ve la mesa; simplemente un cúmulo de papeles y más papeles. Pero debajo, aunque oculta, sigue la mesa sosteniendo las urgencias que reposan sobre ella. Lo mismo puede suceder con la vida: llegan situaciones, circunstancias, dificultades que la van cubriendo, y en el fragor de la vida diaria olvidamos lo que sostiene ese cúmulo de cosas.
Ese amor a la vida es más natural, y más fuerte, cuando contemplamos la vida naciente, la vida frágil e inocente de un niño. Brota espontáneo felicitar a una amiga o compañera de trabajo que nos anuncia: estoy embarazada. Los papeles urgentes pueden ocultar esa alegría: una situación familiar o económica delicada, una presión profesional, o presión por no estar en el mundo profesional, es decir, por estar en el paro. Muchos papeles que ocultan la belleza de la vida. Y ante ello, unos invitan a quemar papeles y mesa, y otros se ofrecen a buscar una solución conjunta, a ordenar esos “urgentes” y ver cómo podemos seguir amando la vida. En el primer grupo, unos empresarios del drama de la embarazada, del niño, de la familia. En el segundo, algunos grupos como Fundación Madrina o Red Madre que se desviven desinteresadamente por ayudar a la mujer, al pequeño, a la familia, a la sociedad. ¿No es más esperanzador y más humana esta salida que la eliminación del “problema” dañando también a la otra protagonista del “problema”? Todo tiene arreglo menos la muerte, e incluso ésta cuando se cree en Alguien.
Este domingo celebramos la alegría de vivir. El Día Internacional de la Vida, ese bien que todos amamos y deseamos. En muchas ciudades miles y miles de personas testimoniarán esta alegría con su presencia en concentraciones, y marchas que proclaman el sí a la vida: por la vida, la mujer y la maternidad. El problema no se soluciona eliminando todo lo que rodea a esta situación, sino buscando la mejor solución para todos.
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