¿Es posible un transhumanismo cristiano?
por Albert Cortina
En julio de 2013, el entonces prior del monasterio de Santa María de Poblet (Tarragona), Fra Lluc Torcal, actualmente Procurador General de la Orden Cisterciense, me invitó a participar en un seminario titulado Encuentro internacional sobre mejoramiento humano dirigido por Gennaro Auletta, filósofo de la ciencia, experto en mecánica cuántica y profesor agregado de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Al citado encuentro asistí junto a mi buen amigo el doctor Miquel-Àngel Serra, en aquel momento director de proyectos internacionales vinculados a las neurociencias en la Universidad Pompeu Fabra. Con él publiqué el primer libro sobre estas materias titulado: ¿Humanos o Posthumanos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano (Fragmenta, 2015).
Providencialmente ese encuentro en Poblet me hizo despertar. En esos días mi mirada se dirigió a otra realidad que me resultaba totalmente desconocida. Resultó muy revelador. Todo sucedió como un flash fulgurante ante mis ojos. Por primera vez, en aquel entorno monástico, tomaba contacto con la corriente de pensamiento denominada transhumanismo/posthumanismo, que promulgaba el deber moral de mejorar al ser humano a través de las tecnologías exponenciales (biotecnología, nanotecnología, inteligencia artificial, neurotecnología…), así como a través de la modificación genética y la hibridación de nuestro cuerpo y mente con la máquina.
Durante los días que duró el seminario tuve la clara intuición de que dicha cosmovisión socavaba profundamente la antropología en la que se basa el humanismo cristiano. Fue allí donde realmente tomé conciencia de que si dicha corriente de pensamiento se transformaba en la ideología hegemónica del nuevo orden financiero-tecnológico global, los efectos sobre el ser humano y sobre la humanidad podrían ser devastadores.
Comprendí que si la sociedad en su conjunto y sus representantes democráticos no reaccionaban a tiempo, se podría estar alumbrando un Ciberleviatán muy poderoso contra el cual al ser humano le sería muy difícil combatir. La lucha parecía ser similar a la de David contra Goliat.
Lo curioso es que en aquellas noches de verano en Poblet, bajo las estrellas que brillaban en la inmensidad del Cosmos, y después de las sesiones dedicadas al transhumanismo, lo que resonaba intensamente en el interior de mi corazón era la necesidad de volver la mirada hacia el Creador. En aquel diálogo de mi alma con el Espíritu, comprendí que solo desde la humildad de sentirnos criaturas y custodios de la Creación podíamos evitar la actitud rebelde y soberbia que trata de imponernos globalmente la nueva religión secular del transhumanismo.
En efecto, dicha espiritualidad sin Dios pretende engañar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, haciéndoles creer que pueden llegar a ser, por sí mismos, Homo Deus utilizando las tecnologías exponenciales para disolver y transformar la naturaleza humana y alcanzar una nueva condición posthumana. Sin embargo, en Poblet fui plenamente consciente de que la última palabra la tiene el Creador, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un Dios de Amor que ama a su creación y la sostiene en su belleza y bondad. Una creación que al final de los tiempos será restaurada y recapitulada en Cristo, el auténtico salvador de la humanidad.
¿Cabe entonces una interpretación cristiana del transhumanismo? En dos capítulos de mi reciente libro ¡Despertad! Transhumanismo y Nuevo Orden Mundial (Eunsa, 2021) analizo si es posible un transhumanismo cristiano, como algunos pretenden. Mi respuesta es claramente que no.
"¡Despertad!": una visión completa y rigurosa del transhumanismo desde la razón, la ciencia y la fe cristiana.
Desde el humanismo cristiano, el máximo valor es la persona humana, su dignidad inherente. La ciencia debe estar al servicio de su pleno desarrollo. El humanismo cristiano no está contra las biotecnologías, pero sí en contra del paradigma tecnocrático, contra la economía excluyente que mata y descarta a los más vulnerables, y, contra la biotecnología que se apropia de la naturaleza para convertirla en un recurso objeto de explotación.
En este contexto, se impone la necesidad de reivindicar lo humano. Desde el humanismo cristiano, el ser humano es, en último término, un enigma que trasciende a la ciencia y al lenguaje cuantitativo, que atesora un misterio que escapa a la conceptualización racional. En mi anterior libro Humanismo avanzado para una sociedad biotecnológica (Teconté, 2017) desarrollé una alternativa al transhumanismo/posthumanismo desde una cosmovisión cristiana del humanismo enraizado en Jesucristo.
De todas formas, es cierto que desde determinadas asociaciones en Estados Unidos se pretende conciliar cristianismo y transhumanismo utilizando la ciencia y la tecnología, según afirman, para participar en la obra de Dios. Algunos de los autodenominados cristianos transhumanistas creen que la misión de Dios implica la transformación y renovación de la creación, incluida la humanidad, y que Cristo nos llama a participar en esta misión: trabajar contra la enfermedad, el hambre, la opresión, la injusticia y la muerte.
Por ese motivo, los miembros de dichas asociaciones cristiano-transhumanistas buscan el crecimiento y el progreso en todas las dimensiones de la humanidad: espiritual, física, emocional, mental y en todos los niveles: individual, comunitario, social y mundial.
A su vez, dicen reconocer la ciencia y la tecnología como expresiones tangibles del impulso dado por Dios para explorar y descubrir, así como una consecuencia natural de haber sido creados a la imagen de Dios. Según ellos, los humanos somos guiados por los más grandes mandatos de Jesús: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Por tanto, creen que el uso intencional de las tecnologías, junto con el seguimiento de Cristo, puede empoderarnos para crecer en nuestra identidad como seres humanos hechos a la imagen de Dios. De esta forma se consideran cristianos transhumanistas.
Si bien es cierto que el ser humano es un ser que busca la perfección infinita, y que esta es una tarea para la humanidad como organismo colectivo, el ser humano debe ir más allá de sí mismo y desplegar todo su potencial creativo actuando coordinadamente con el resto de seres humanos y transformando la realidad en su conjunto.
Como señalo en el libro ¡Despertad!, el fundamento es supraindividual y la consecución del fin, la transfiguración de la realidad, depende únicamente de la voluntad de Dios. De este modo, todos y cada uno de los seres humanos que habitan sobre la faz de la tierra, hermanados y unidos por la misma fe pronuncian con todo su ser -como en el Padrenuestro- un “venga a nosotros tu Reino”. Un reino de paz, libertad, justicia, bondad, verdad, belleza y amor.
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