El hombre habla al hombre
Cuando una persona habla al corazón y habla desde el corazón, el oyente deja de ser oyente y pasa a ser escuchante. Papa Francisco: premio a la "comunicación sencilla".
por José F. Vaquero
Semanas, meses, años de estudio de la formación jesuítica tradicional. Ejercicios orales y escritos, en público y en privado, corregidos y vueltos a corregir. Así se formaron muchas generaciones de jesuitas, y de tantos sacerdotes y seglares, formados en numerosas instituciones de esta Compañía. El objetivo: aprender a transmitir un mensaje (la Verdad) y a mover con la palabra (hacia el Bien). La asignatura: la retórica sagrada, y su aplicación a la retórica “profana”.
También el Papa Francisco se formó en esta escuela, y todos vemos sus resultados, su oratoria, de mayor impacto por su sencillez y cercanía. No resulta extraño que un instituto dedicado a la comunicación y transmisión del mensaje, el instituto Terzo Millenio, le haya concedido el premio "Comunicación sencilla".
¿Por qué el Papa Francisco es un gran predicador? ¿en qué se basa su predicación? Podríamos decir que es “un hombre que habla al hombre”, y con ello esboza una realidad más profunda, “Dios que habla hombre”. Para hablar al corazón, el centro de la persona, hay que conocer bien a sus ansias, sus anhelos, sus movimientos e inclinaciones, su naturaleza.
Una de las bases de este conocimiento del hombre que nos ha ido enseñando este Papa la encontramos en su convicción de que el ser humano necesita de Dios y de los demás. Ya lo hizo en su primera aparición pública, cuando puso al cristianismo a rezar por Benedicto XVI, y luego pidió reiteradamente oraciones por él. Cuando rezamos por alguien, o por nosotros, testimoniamos que el destinatario de las oraciones no está completo, tiene necesidades.
En días pasados una señora entró en el metro con su nieta de quince meses. La pequeña, como la mayoría de los niños, miraba con interés a los pasajeros que tenía cerca, con una mirada que solicitaba una respuesta; al de la derecha, al de la izquierda, a la señora de en frente. Necesitaba ser mirada, atendida, mimada. Y a la mínima respuesta contestaba con una sonrisa, un gesto, un ofrecimiento de lo que tuviese a mano. El niño es todo necesidad, petición, reclamo. "De los que se hacen como niños es el Reino de los Cielos", leemos en el Evangelio.
La segunda base de este conocimiento, una base más humano – divina, radica en la necesidad de dar, de salir, de transmitir lo que se ha recibido. ¡Cuántas veces ha exhortado a obispos, sacerdotes, monjas y todo fiel cristiano empujándonos a salir a las periferias, a transmitir el Evangelio, el mensaje de Dios! Prefiere que los cristianos se equivoquen en esta transmisión de la fe, a que por miedo no hagan nada.
Retomando el ejemplo de mi pequeña compañera del metro, ese salir constituye el contrapunto para no caer en el infantilismo, en la eterna niñez que sólo quiere ser el centro de las miradas, y no deja que su corazón salga a cuantos le rodean. El niño, con el tiempo, aprende que también los demás tienen necesidades, están esperando recibir amor. Cuando mira, además de querer ser mirado, empieza a salir de sí, a querer amar.
Cuando una persona, más allá de su vocación o su profesión, habla al corazón y habla desde el corazón, el oyente deja de ser oyente y pasa a ser escuchante. Le interesa lo que oye, y naturalmente se deja interpelar.
Segunda afirmación de la descripción de oratoria que señalaba al inicio: “Dios habla al hombre”. Escuchamos de modo natural a alguien semejante a nosotros. Y también Dios quiso obrar según esas reglas de la naturaleza humana: se hizo hombre, para revelar el hombre al propio hombre. Juan Pablo II, otro gran orador (muchos dirían artista), repetía con frecuencia esta frase del Vaticano II, en su Constitución Gaudium et Spes. Dios, haciéndose hombre, se acercó lo más posible al corazón humano, para hablarle de Corazón a corazón, para mostrarnos que la santidad es la perfección del hombre, la grandeza del hombre que ama al hombre y al Hombre.
También el Papa Francisco se formó en esta escuela, y todos vemos sus resultados, su oratoria, de mayor impacto por su sencillez y cercanía. No resulta extraño que un instituto dedicado a la comunicación y transmisión del mensaje, el instituto Terzo Millenio, le haya concedido el premio "Comunicación sencilla".
¿Por qué el Papa Francisco es un gran predicador? ¿en qué se basa su predicación? Podríamos decir que es “un hombre que habla al hombre”, y con ello esboza una realidad más profunda, “Dios que habla hombre”. Para hablar al corazón, el centro de la persona, hay que conocer bien a sus ansias, sus anhelos, sus movimientos e inclinaciones, su naturaleza.
Una de las bases de este conocimiento del hombre que nos ha ido enseñando este Papa la encontramos en su convicción de que el ser humano necesita de Dios y de los demás. Ya lo hizo en su primera aparición pública, cuando puso al cristianismo a rezar por Benedicto XVI, y luego pidió reiteradamente oraciones por él. Cuando rezamos por alguien, o por nosotros, testimoniamos que el destinatario de las oraciones no está completo, tiene necesidades.
En días pasados una señora entró en el metro con su nieta de quince meses. La pequeña, como la mayoría de los niños, miraba con interés a los pasajeros que tenía cerca, con una mirada que solicitaba una respuesta; al de la derecha, al de la izquierda, a la señora de en frente. Necesitaba ser mirada, atendida, mimada. Y a la mínima respuesta contestaba con una sonrisa, un gesto, un ofrecimiento de lo que tuviese a mano. El niño es todo necesidad, petición, reclamo. "De los que se hacen como niños es el Reino de los Cielos", leemos en el Evangelio.
La segunda base de este conocimiento, una base más humano – divina, radica en la necesidad de dar, de salir, de transmitir lo que se ha recibido. ¡Cuántas veces ha exhortado a obispos, sacerdotes, monjas y todo fiel cristiano empujándonos a salir a las periferias, a transmitir el Evangelio, el mensaje de Dios! Prefiere que los cristianos se equivoquen en esta transmisión de la fe, a que por miedo no hagan nada.
Retomando el ejemplo de mi pequeña compañera del metro, ese salir constituye el contrapunto para no caer en el infantilismo, en la eterna niñez que sólo quiere ser el centro de las miradas, y no deja que su corazón salga a cuantos le rodean. El niño, con el tiempo, aprende que también los demás tienen necesidades, están esperando recibir amor. Cuando mira, además de querer ser mirado, empieza a salir de sí, a querer amar.
Cuando una persona, más allá de su vocación o su profesión, habla al corazón y habla desde el corazón, el oyente deja de ser oyente y pasa a ser escuchante. Le interesa lo que oye, y naturalmente se deja interpelar.
Segunda afirmación de la descripción de oratoria que señalaba al inicio: “Dios habla al hombre”. Escuchamos de modo natural a alguien semejante a nosotros. Y también Dios quiso obrar según esas reglas de la naturaleza humana: se hizo hombre, para revelar el hombre al propio hombre. Juan Pablo II, otro gran orador (muchos dirían artista), repetía con frecuencia esta frase del Vaticano II, en su Constitución Gaudium et Spes. Dios, haciéndose hombre, se acercó lo más posible al corazón humano, para hablarle de Corazón a corazón, para mostrarnos que la santidad es la perfección del hombre, la grandeza del hombre que ama al hombre y al Hombre.
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