De la solidaridad entre autonomías al DOMUND
Las palabras de un agnóstico: "Al menos ese día podríamos pensar en ellos (los misioneros) y en qué podemos colaborar"
por José F. Vaquero
El pasado sábado, festividad de la Virgen del Pilar y día de la fiesta nacional de España, ha traído cola nacionalista. En Barcelona celebraron, una cosa obvia, visto desde fuera: que son españoles y españoles catalanes, y no apoyan el independentismo político de la Generalidad. De nuevo, como en las últimas semanas, meses, salta a la opinión pública el tema de Cataluña, la unidad de España, las pérdidas y ganancias de esta comunidad autónoma, y de las demás. Abunda también un término que, atendiendo a la situación actual, parece casi cómico: “la solidaridad” entre regiones, comunidades...
La Iglesia celebrará el próximo domingo lo contrario de estas tendencias nacionalistas, que por naturaleza terminan siendo individualistas e insolidarias: el domingo mundial de las misiones, el día del DOMUND. Poco tienen que ver ambas cosas (el DOMUND empezó a celebrarse en 1926), salvo la coincidencia en el tiempo. Pero sorprende el enfoque tan distinto de la solidaridad en ambos casos. En clave política, solidaridad es que me den lo justo que me tienen que dar, y si puede ser más mejor; para un misionero, solidaridad es que el necesitado pueda recibir, al menos lo mínimo para mantener una vida digna, digna en lo material y digna en lo humano.
El misionero, esa persona que deja su comodidad, incluso la austeridad con la que podría vivir en un país occidental, para dedicarse a transmitir la fe, la alegría, y al Señor de esa fe y esa alegría. Incluso de agnósticos he oído que estos hombres y mujeres son dignos de admiración; el misionero tiene “buena prensa”, aunque muchos de ellos quisieran también “buena generosidad” y “buena colaboración”.
Su dedicación, y su alegría en esa dedicación, no nos dejan indiferentes. ¿Por qué tanta alegría en medio de la miseria, el olvido de sí y la preocupación por Dios y por sus hijos más pobres, muchas veces olvidados porque “el país no interesa”, (léase no tiene diamantes o petróleo)? Sólo Alguien, Alguien más grande que cualquier ser humano, puede mantener su felicidad; es el gozo que procede de Dios. Paloma Gómez Borrero recordaba recientemente que una persona le dijo en África: “¿Qué es la alegría? La sonrisa de un misionero cuando está hablando de Dios”. En un África olvidada y explotada, donde los africanos saben que nadie les hace ni caso, de pronto se encuentran con que los misioneros les dan amor y comparten su miseria y angustias. Y todo, por amor a Dios. El 92 % de las diócesis de este continente son tierra de misión.
Monseñor Kike Figaredo, español y misionero en Camboya desde hace 28 años, explica esa “solidaridad” de la que a veces se habla tanto en clave nacionalista. “Nuestra identidad es compartir. Somos seres humanos, por definición solidarios, compartir es parte de nuestra identidad. Si tenemos poco, compartimos poco, compartir nos dice quién somos. Aunque estemos en crisis, con problemas, compartir con el más necesitado es salir de nosotros mismos, y nos dice quiénes somos. Si nos cerramos, nunca conoceremos nuestra identidad”.
“Les diría a los españoles que somos hermanos en el mundo, que hay que echar unos lazos e hilos y puentes de unión con los que son menos privilegiados y viven en situación de supervivencia. No es sólo el dinero, es la actitud de compartir. En Camboya con un euro podemos dar de desayunar a varios niños”.
“Al menos ese día podríamos pensar en ellos y en qué podemos colaborar”, y lo dice un agnóstico.
La Iglesia celebrará el próximo domingo lo contrario de estas tendencias nacionalistas, que por naturaleza terminan siendo individualistas e insolidarias: el domingo mundial de las misiones, el día del DOMUND. Poco tienen que ver ambas cosas (el DOMUND empezó a celebrarse en 1926), salvo la coincidencia en el tiempo. Pero sorprende el enfoque tan distinto de la solidaridad en ambos casos. En clave política, solidaridad es que me den lo justo que me tienen que dar, y si puede ser más mejor; para un misionero, solidaridad es que el necesitado pueda recibir, al menos lo mínimo para mantener una vida digna, digna en lo material y digna en lo humano.
El misionero, esa persona que deja su comodidad, incluso la austeridad con la que podría vivir en un país occidental, para dedicarse a transmitir la fe, la alegría, y al Señor de esa fe y esa alegría. Incluso de agnósticos he oído que estos hombres y mujeres son dignos de admiración; el misionero tiene “buena prensa”, aunque muchos de ellos quisieran también “buena generosidad” y “buena colaboración”.
Su dedicación, y su alegría en esa dedicación, no nos dejan indiferentes. ¿Por qué tanta alegría en medio de la miseria, el olvido de sí y la preocupación por Dios y por sus hijos más pobres, muchas veces olvidados porque “el país no interesa”, (léase no tiene diamantes o petróleo)? Sólo Alguien, Alguien más grande que cualquier ser humano, puede mantener su felicidad; es el gozo que procede de Dios. Paloma Gómez Borrero recordaba recientemente que una persona le dijo en África: “¿Qué es la alegría? La sonrisa de un misionero cuando está hablando de Dios”. En un África olvidada y explotada, donde los africanos saben que nadie les hace ni caso, de pronto se encuentran con que los misioneros les dan amor y comparten su miseria y angustias. Y todo, por amor a Dios. El 92 % de las diócesis de este continente son tierra de misión.
Monseñor Kike Figaredo, español y misionero en Camboya desde hace 28 años, explica esa “solidaridad” de la que a veces se habla tanto en clave nacionalista. “Nuestra identidad es compartir. Somos seres humanos, por definición solidarios, compartir es parte de nuestra identidad. Si tenemos poco, compartimos poco, compartir nos dice quién somos. Aunque estemos en crisis, con problemas, compartir con el más necesitado es salir de nosotros mismos, y nos dice quiénes somos. Si nos cerramos, nunca conoceremos nuestra identidad”.
“Les diría a los españoles que somos hermanos en el mundo, que hay que echar unos lazos e hilos y puentes de unión con los que son menos privilegiados y viven en situación de supervivencia. No es sólo el dinero, es la actitud de compartir. En Camboya con un euro podemos dar de desayunar a varios niños”.
“Al menos ese día podríamos pensar en ellos y en qué podemos colaborar”, y lo dice un agnóstico.
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