Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El jesuita que humilló a los generales


La historia jamás contada hasta ahora sobre la red clandestina con la que el joven Bergoglio salvó a decenas de "subversivos" de la crueldad de los dictadores argentinos

por Sandro Magister

Opinión

En su entrevista a "La Civiltà Cattolica" que ha dado la vuelta al mundo, el Papa Francisco describe a la Iglesia como "un hospital de campaña después de una batalla", donde la primera cosa que hay que hacer es "curar a los heridos".

Pero, ¿qué cambia cuando la batalla está en pleno proceso?

En su Argentina, entre los años 1976 y 1983, Jorge Mario Bergoglio vivió los años de plomo de la dictadura militar. Secuestros, torturas, masacres, 30.000 desaparecidos, 500 madres asesinadas después de haber dado a luz en prisión a sus hijos, que luego les fueron sustraídos.

Lo que hizo en esos años el entonces joven provincial de los jesuitas argentinos ha sido un misterio durante mucho tiempo. Y un misterio tan impenetrable que hizo nacer la sospecha de que había asistido inerte al horror o, peor, que había expuesto a un peligro mayor a algunos de sus hermanos, los más comprometidos entre los resistentes.

Estas acusaciones volvieron a lanzarse la primavera pasada, tras su elección como Papa.

Pero fueron inmediatamente rebatidas por voces eminentes, aunque muy críticas sobre el papel que en conjunto tuvo la Iglesia argentina en esos años: las madres de la Plaza de Mayo, el premio Nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel, Amnistía Internacional. La misma magistratura argentina había exonerado a Bergoglio de todas las acusaciones, después de haberlo interrogado en un juicio entre 2010 y 2011.

Pero si bien ya se verificado que el actual Papa no había hecho nada condenable, aún no se sabía si, en esos años terribles, había hecho algo bueno para "curar a los heridos".

Pero esta falta de información acabó ayer, porque ahora, gracias a un libro publicado por la EMI, pequeño de volumen pero explosivo en el contenido, se alza por primera vez el velo sobre esta faceta desconocida del pasado del Papa Francisco. Estará en las librerías a partir del 3 de octubre; seguidamente saldrá en otros ocho países del mundo donde ya se están realizando las traducciones. Su título: "La lista de Bergoglio". Y el pensamiento vuela enseguida a "La lista de Schindler", inmortalizada en la película de Steven Spielberg. Porque la sustancia es la misma, como dice a continuación el subtítulo del libro: "Los salvados por Francisco durante la dictadura. La historia jamás contada".

En la parte final del libro se ha incluido la transcripción íntegra del interrogatorio al que fue sometido el entonces arzobispo de Buenos Aires, el 8 de noviembre de 2010.

Frente a los tres jueces, Bergoglio es acosado durante tres horas y cincuenta minutos con preguntas insidiosas, en particular del abogado Luis Zamora, defensor de las víctimas. Un pasaje clave del interrogatorio es el momento en el que le piden a Bergoglio que justifique sus encuentros con los generales Jorge Videla y Emilio Massera en 1977.

Dos sacerdotes muy cercanos a él, los padres Franz Yalics y Orlando Yorio, habían sido secuestrados y encarcelados en un lugar secreto. El primero había sido durante dos años su director espiritual y el segundo su profesor de teología; después se habían comprometido a fondo con los pobres de las "villas miserias" de Buenos Aires, y esto los había convertido en blanco de la represión. Cuando fueron capturados, el entonces provincial de los jesuitas se movilizó para saber dónde estaban detenidos. Lo supo: estaban en la tristemente célebre Escuela Superior de Medicina de los oficiales de la marina, de la que pocos salían vivos.

Para pedir su liberación Bergoglio quiso reunirse, sobre todo, con el general Videla, en esa época el número uno de la junta. Y lo consiguió dos veces, la segunda convenciendo al sacerdote que celebraba la misma en la casa del general para que dijera que estaba enfermo, y así poder sustituirlo. Este coloquio confirmó de manera definitiva que los dos jesuitas estaban en las cárceles de la marina.

No le quedaba, por tanto, otro recurso que dirigirse al almirante Massera, personaje irascible y vengativo. Tuvo dos encuentros, el segundo de los cuales fue brevísimo. "Le dije: Mire, Massera, quiero que me los devuelva vivos. Me levanté y me fui", dijo Bergoglio en el interrogatorio de 2010.

La noche siguiente los padres Yalics y Yorio fueron drogados, metidos en un helicóptero y abandonados en medio de una ciénaga.

Pero en los seis meses que estuvieron prisioneros y fueron torturados, a los dos sacerdotes se les hizo creer que habían sido delatados por su padre provincial. Y en una ficha de los servicios secretos alguien escribió: "A pesar de la buena voluntad de padre Bergoglio, la Compañía de Jesús argentina no ha hecho limpieza en su interior", insinuando una complicidad por su parte con la represión.

"Una canallada", dijo cortante sobre esta insinuación el fiscal del juicio de 1985, que condenó a cadena perpetua tanto a Videla como a Massera.

En cuanto a los padres Yalics y Yorio, ambos reconocieron la falsedad de las acusaciones contra su superior, con el cual se reconciliaron públicamente.

El entonces general de los jesuitas había conseguido dar una idea de sí mismo a los generales de ser una persona que permanecía escondida en su Colegio Máximo de San Miguel, esperando tiempos mejores. Pero lo que el libro revela, por primera vez, es mucho más.

Nello Scavo, autor de la investigación y cronista judicial de "Avvenire", ha descubierto, con la ayuda de numerosas personas que habían huido y uniendo sus testimonios como un puzle, que Bergoglio tejía silenciosamente una red clandestina que consiguió salvar a muchas decenas, sino centenares, de personas cuyas vidas corrían peligro.

Mientras el general Videla urdía sus sanguinarios planes desde los salones de la Casa Rosada, a pocos pasos de distancia, en el callejón que se adentra en el barrio de Monserrat, surgía la iglesia de San Ignacio de Loyola, con anexa una residencia de los jesuitas y una escuela. Aquí, el provincial de los jesuitas citaba a los perseguidos para darles las últimas instrucciones antes de embarcarlos clandestinamente en los barcos que transportaban fruta y mercancía desde Buenos Aires a Montevideo, en Uruguay, a una hora de navegación. Jamás los militares se imaginaron que ese sacerdote los desafiaba desde tan cerca.

El éxito de cada operación dependía de la salvaguardia del secreto que existía también entre quienes la realizaban o se beneficiaban. Las personas que entraban en la red de protección organizada por Bergoglio no conocían la existencia de otros que estaban en su misma situación.

Al colegio de San Miguel llegaban, o desde él salían, por motivos aparentes de estudio, de retiro espiritual o de discernimiento de la vocación, hombres y mujeres que, en realidad, estaban siendo buscados como "subversivos". Para ponerlos al seguro a menudo la meta era Brasil, donde a su vez había una red análoga de protección organizada por los jesuitas del lugar.

Pero el único que sostenía las riendas era Bergoglio. El anciano jesuita Juan Manuel Scannone, hoy el teólogo más importante de Argentina, y el más estimado por el Papa actual, vivía en esa época también en San Miguel. Pero no se dio cuenta de nada. Solamente muchos años después, él y otros empezaron a confiarse y a entender: "Si uno de nosotros hubiera sabido y hubiera sido secuestrado y sometido a tortura, toda la red de protección habría saltado. Padre Bergoglio era consciente de este riesgo y por eso mantuvo el secreto. Un secreto que mantuvo también después, porque nunca ha querido presumir de esa excepcional misión".

La "lista" de Bergoglio es un conjunto de historias personales muy distintas, de lectura apasionante, cuyo rasgo común es haber sido salvados por él.

Tenemos a Alicia Oliveira, primera mujer juez penal de Argentina y también la primera a ser despedida tras el golpe militar, no católica y ni siquiera bautizada, que entró en la clandestinidad y a la que Bergoglio, metiéndola en el maletero de su coche, hacía entrar en el colegio de San Miguel para que viera a sus tres hijos.

Hay también tres seminaristas del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, asesinado en 1976 por los militares con un falso accidente de coche, al haber descubierto quienes eran los verdaderos responsables de los numerosos asesinatos.

Está Alfredo Somoza, literato, salvado sin que fuera consciente de ello.

Están Sergio y Ana Gobulin, comprometidos en las villas, casados por el padre Bergoglio, él arrestado y ella buscada, ambos salvados y expatriados con la ayuda del entonces vicecónsul italiano en Argentina, Enrico Calamai, otro de los héroes de la historia.

Como Papa, pero primero como hombre, Francisco no deja de sorprender.
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