Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El prelado del lobby gay


Hechos y personajes del escandaloso pasado del hombre que Francisco, ignaro, delegó como su representante en el IOR. He aquí como vive y prospera en el Vaticano un poder paralelo que trama para dañar al Papa

por Sandro Magister

Opinión

"En la curia se habla de ´lobby gay´. Y es verdad, existe. Veremos qué podemos hacer", dijo Francisco el 6 de junio a unos religiosos latinoamericanos a los que había recibido en audiencia.

Y más: "No es fácil. Aquí hay muchos ‘amos’ del Papa y con mucha antigüedad de servicio", ha confiado hace algunos días a su amigo argentino y ex alumno Jorge Milia.

Efectivamente, algunos de estos "amos" han urdido, en detrimento de Jorge Mario Bergoglio, el más cruel y pérfido engaño desde su elección como Papa.

Le han ocultado información importante que, de haberla tenido a tiempo, habría evitado que nombrara a monseñor Battista Ricca "prelado" del Instituto para las Obras de Religión.

Con este nombramiento, hecho público el 15 de junio, Francisco quería situar dentro del IOR a una persona de su confianza en una función clave, con el poder de acceder a todos los actos y documentos, y de asistir a todas las reuniones, ya sea de la comisión cardenalicia de vigilancia, como del consejo de sobreintendencia, es decir, de la junta del devastado “banco” vaticano. En resumen, con la tarea de hacer limpieza.

Ricca, de 57 años, nativo de la diócesis de Brescia, procede de la carrera diplomática. Ha prestado servicio durante quince años en nunciaturas de distintos países, antes de ser llamado al Vaticano, a la secretaría de Estado. Pero conquistó la confianza de Bergoglio realizando otra función: al inicio como director de la residencia de via della Scrofa en la que se alojaba el arzobispo de Buenos Aires cuando venía a Roma de visita, y ahora como director de la Domus Sanctæ Marthæ, en la cual Francisco ha decidido vivir como Papa.

Antes del nombramiento se le había presentado a Francisco, como es habitual en estos casos, el fascículo personal sobre Ricca, donde no había visto nada inapropiado. Había escuchado a varias personalidades de la curia y nadie había levantado objeciones.

Sin embargo, apenas una semana después de haber nombrado al "prelado", en los mismos días en que se reunía con los nuncios apostólicos llegados a Roma de todas partes del mundo, el Papa fue informado, a través de distintas fuentes, de hechos del pasado de Ricca por él desconocidos hasta ese momento, y de tal magnitud que podían dañar seriamente al mismo Papa y su voluntad de reforma.

Al conocer los hechos, los sentimientos que el Papa Francisco ha expresado han sido tanto de dolor por haber sido mantenido al oscuro de actos tan graves, como de voluntad de reparar al nombramiento por él realizado, aunque haya sido "ad interim" y no de manera definitiva.

El periodo negro en la historia personal de Ricca es el que transcurrió en Uruguay, en Montevideo, en la orilla norte del Rio de la Plata, frente a Buenos Aires.

Ricca llegó a esa nunciatura en 1999, cuando el mandato del nuncio Francesco De Nittis llegaba a su término. En precedencia había prestado servicio en las misiones diplomáticas de Congo, Argelia, Colombia y, por último, Suiza.

En este país, en Berna, había conocido y estrechado amistad con un capitán del ejército suizo, Patrick Haari. Ambos llegaron a Uruguay juntos, y Ricca pidió que también a su amigo se le diese una función y un alojamiento en la nunciatura.

El nuncio rechazó la petición, pero pocos meses después se jubiló y Ricca, que se quedó como encargado de negocios "ad interim" mientras llegaba el nuevo nuncio, le asignó un alojamiento en la nunciatura y le dio un empleo regular con sueldo.

En el Vaticano dejaron hacer. En ese periodo, Giovanni Battista Re, futuro cardenal, era el sustituto en la secretaría de Estado para los asuntos generales, y también él era nativo de la diócesis de Brescia.

Las patentes relaciones de intimidad entre Ricca y Haari escandalizaban a muchos obispos, sacerdotes y laicos de ese pequeño país, incluidas las religiosas que se ocupaban de la nunciatura.

También el nuevo nuncio, el polaco Janusz Bolonek, que había llegado a Montevideo a principios del año 2000, inmediatamente encontró intolerable ese "ménage" e informó a las autoridades vaticanas, insistiendo varias veces para que Haari se fuera. Pero fue inútil, vista la relación de éste con Ricca.

En los primeros meses del 2001 Ricca tuvo más de un accidente a causa de su conducta desatinada. Un día, yendo como ya había hecho otras veces – a pesar de las advertencias recibidas – al Bulevar Artigas, a un local de encuentro entre homosexuales, fue agredido y tuvo que llamar a unos sacerdotes para que le ayudaran y lo llevaran a la nunciatura, con el rostro tumefacto.

En agosto del mismo año tuvo lugar otro accidente. En plena noche el ascensor de la nunciatura se bloqueó y a primera hora de la mañana tuvieron que acudir los bomberos, los cuales encontraron atrapado en la cabina junto a monseñor Ricca a un joven que las autoridades de la policía identificaron.

El nuncio Bolonek pidió de inmediato el alejamiento de Ricca de la nunciatura y el despido de Haari, obteniendo vía libre por parte del secretario de Estado, el cardenal Angelo Sodano.

Ricca, aunque reacio, fue trasladado a la nunciatura de Trinidad y Tobago, donde permaneció hasta 2004. También aquí entró en conflicto con el nuncio. Al final fue llamado al Vaticano y expulsado del servicio diplomático de campo.

En lo que respecta a Haari, cuando dejó la nunciatura pretendió que unos baúles de su propiedad fueran enviados al Vaticano, a la dirección de monseñor Ricca, como equipaje diplomático. El nuncio Bolonek se negó y los baúles fueron depositados en un edificio externo a la nunciatura, donde permanecieron durante unos años hasta que, desde Roma, Ricca dijo que ya no quería tener nada que ver con ellos.

Cuando se abrieron los baúles para eliminar el contenido – siguiendo una decisión del nuncio Bolonek – se encontraron en ellos una pistola, que fue entregada a las autoridades uruguayas y, además de efectos personales, una cantidad ingente de preservativos y de material pornográfico.

En Uruguay, los hechos arriba referidos son conocidos por decenas de personas: obispos, sacerdotes, religiosas, laicos, sin contar las autoridades civiles, desde las fuerzas de seguridad a los bomberos. Muchas de estas personas han tenido una experiencia directa con estos hechos en distintos momentos.

Pero en el Vaticano también hay quien los conoce. Según dicen en Roma, el nuncio de ese momento, Bolonek, siempre se había expresado con severidad respecto a Ricca.

Pues bien, a pesar de todo, una capa de silencio público ha cubierto hasta hoy estos hechos de monseñor.

En Uruguay hay quien respeta la consigna de silencio por escrúpulo de conciencia; quien por deber de oficio y quien calla porque no quiere poner bajo una luz negativa ni a la Iglesia ni al Papa.

Pero hay quien, en el Vaticano, ha promovido de manera activa esta operación de encubrimiento, frenando las investigaciones desde esa época hasta hoy, ocultando los informes del nuncio y manteniendo inmaculado el fascículo personal de Ricca, facilitando, de este modo, que Ricca tuviera una nueva y prestigiosa carrera.

Después de su vuelta a Roma, monseñor Ricca fue situado entre el personal diplomático que prestaba servicio en la secretaría de Estado: inicialmente, desde 2005, en la primera sección, la de asuntos generales; después, a partir de 2008, en la segunda sección, la de relaciones con los Estados y después, de nuevo, a partir de 2012, en la primera sección, con un estatus de alto nivel, el de consejero de nunciatura de primera clase.

Entre las tareas que le fueron asignadas estaba la del control de los gastos de las nunciaturas. También por esto nació esa fama de moralizador incorruptible que le asignaron los medios de comunicación de todo el mundo tras la noticia de su nombramiento como "prelado" del IOR.

Además, a partir de 2006, se le confió la dirección de una residencia para cardenales, obispos y sacerdotes de visita en Roma; después, de dos y, al final, de tres. Entre ellas, la de Santa Marta. Esto le permitió tejer una densa red de relaciones con los más altos niveles de la jerarquía católica de todo el mundo.

Para Ricca, su nombramiento como "prelado" del IOR ha sido la cima de ésta, su segunda carrera.

Pero ha sido también el inicio del fin. Para la gran cantidad de personas intachables que conocían su pasado escandaloso, la noticia de su promoción fue motivo de gran amargura, que se agudizó aún más porque anunciaba daños en perjuicio de la ardua empresa que el Papa ha empezado de purificación de la Iglesia y de reforma de la curia romana.

Por esta razón algunos han considerado que era su deber decir al Papa la verdad, seguros de que éste decidirá en consecuencia.
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