Esos santos hechos como él manda
Para Romero, Francisco desbloquea los frenos del Santo Oficio. Para Juan XXIII y para un jesuita del que es devoto, avanza sin esperar el milagro exigido por las normas. En las beatificaciones y canonizaciones el Papa actúa como monarca absoluto
por Sandro Magister
Jorge Mario Bergoglio sigue prefiriendo autodenominarse obispo de Roma y evita, hasta donde puede, hacer seguir su firma con la doble "P" que se utiliza para significar al Papa.
No obstante esto, sigue actuando en todo y para todo como sumo pontífice de la Iglesia universal.
Y lo hace con una prontitud y eficacia de gobierno curial que hace empalidecer la mostrada por sus inmediatos predecesores. Con un estilo que recuerda en ciertas formas al de Pío XII, que fue secretario de Estado de sí mismo – dejando vacante el cargo – y que fue el último pontífice que no tuvo un secretario particular más o menos embarazoso, como le ocurrió a sus sucesores hasta Francisco.
Un campo en el que el papa Bergoglio hace sentir todo el peso de sus decisiones personales es el de las beatificaciones y canonizaciones, que desde hace siglos son un poder exclusivo del sumo pontífice.
SEMÁFORO VERDE PARA ROMERO
Como reveló el arzobispo Vincenzo Paglia, postulador de la causa, luego de una audiencia con el papa Francisco, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha dado finalmente vía libre al proceso de beatificación del arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, brutalmente asesinado mientras celebraba la Eucaristía.
Fue el ex Santo Oficio guiado por el entonces cardenal Joseph Ratzinger quien bloqueó la causa, también por la influencia que había ejercido sobre el obispo Romero – y en especial sobre su exterminada producción homilética – el jesuita Jon Sobrino, exponente de avanzada de la teología de la liberación, cuyos escritos sufrieron una censura, con una notificación de la Congregación vaticana.
No es claro en absoluto si la decisión de la Congregación para la Doctrina de la Fe de hacer retomar el camino a la causa ya había sido tomada en las últimas fases del pontificado ratzingeriano.
"MOTU PROPRIO" PARA EL AMADÍSIMO JESUITA
Una decisión ciertamente personal de Francisco es la de proceder – como fue revelado en "Avvenire" por Stefania Falasca, la periodista y amiga del actual Papa – a la canonización del saboyano Pedro Fabro, uno de los fundadores de la Compañía de Jesús, venerado hasta ahora como beato.
Las razones de esta intención son fácilmente detectables en la evidente analogía que se puede encontrar entre el modo en el que Fabro desarrolló su misión durante el terrible período de crisis que vivió la Iglesia, como fue el de la reforma protestante, y el modo en el que el papa Bergoglio intenta cumplir hoy la tarea de sucesor de Pedro.
De hecho, contado por los historiadores, Fabro antepuso su propio testimonio de vida y la insistencia en una fuerte reforma interna de la Iglesia ante las controversias teológicas y ante toda ilusión de poder imponer la fe auténtica mediante la fuerza. Y lo hizo ganándose la estima de santos que también son considerados aguerridos campeones de la contrarreforma católica, como Francisco de Sales y Pedro Canisio.
Con toda probabilidad la canonización de Fabro se llevará a cabo sin la ceremonia acostumbrada, con un simple acto pontificio que certificará la llamada canonización "equivalente".
Se trata de un procedimiento utilizado normalmente para personajes que vivieron en los siglos pasados y que el Papa, en virtud de su autoridad, decide elevar al rango de santos sin el milagro atribuido a una intercesión de su parte, que sí es necesario en las causas normales.
Este procedimiento fue utilizado, por ejemplo, por Benedicto XVI para Hildegarda de Bingen, por Juan XXIII para Gregorio Barbarigo, por Pío XII para Margarita de Hungría y por Pío XI para Alberto Magno.
EL PAPA JUAN, SANTO SIN EL MILAGRO
Pero la decisión más clamorosa tomada por el papa Francisco en este campo es ciertamente la de proceder a la canonización de Juan XXIII, sin que haya un milagro atribuido a su intercesión y que haya ocurrido luego de su beatificación.
El papa Roncalli equilibrará así, de hecho, la otra canonización prevista, la de Juan Pablo II. Así se repetirá lo que aconteció en el año 2000, cuando la beatificación de Angelo Giuseppe Roncalli, el papa del Concilio Vaticano II, fue acompañada por la de Pío IX, el Papa del "Syllabis" antimoderno.
La derogación del milagro concedida por Francisco al papa Juan es particularmente llamativa.
Benedicto XVI hizo muchísimo por el papa Karol Wojtyla, al derogar la norma que establece que para iniciar el proceso deben pasar cinco años de la muerte del candidato a los altares. Pero más allá de esta importante aceleración, las normas procedimentales han sido formalmente respetadas y ha habido dos milagros atribuidos a su intercesión para poder inscribirlo en el álbum de los santos.
Pero Francisco ha hecho más por Juan XXIII. Justamente ejerciendo el poder de sumo pontífice ha dispuesto que para Roncalli no sea necesario el milagro y que bastan la perseverante fama de santidad que rodea a su figura y la “fama signorum”, es decir, las gracias atribuidas a él, que siguen siendo testimoniadas (aunque ninguna de ellas ha sido certificada canónicamente como verdadero y auténtico milagro).
En la práctica, entonces, Francisco ha usufructuado al máximo el poder pontificio del que dispone en cuanto jefe de la Iglesia universal, para asumir una decisión que no parece tener precedentes en lo que se refiere a causas que no incluyen mártires.
De hecho en 1982, al forzar normas y praxis tradicionales Juan Pablo II canonizó a Maximiliano Kolbe – quien había sido beatificado por Pablo VI como confesor inmediatamente después de los dos milagros requeridos en esa época –, proclamándolo mártir de la caridad.
Y luego en el año 2000 canonizó a 120 mártires de China, “eximiendo” a cada uno de ellos del milagro. Esa acción provocó una grave crisis con el gobierno de Pequín, también porque el rito se celebró el 1º de octubre, fiesta nacional de la República Popular China, una decisión ésta última que fue considerada como una “gaffe” del también combativo cardenal Joseph Zen.
MÁS QUE CON LA MADRE TERESA DE CALCUTTA
De todos modos, a pesar de una petición firmada por numerosos cardenales, Juan Pablo II no concedió que la Madre Teresa de Calcuta fue proclamada rápidamente santa, con el único milagro que se le atribuyó en la causa de beatificación.
En este sentido, Francisco ha concedido a Juan XXIII lo que Juan Pablo II no permitió para la Madre Teresa.
Pero se puede pensar que la religiosa albanesa en el cielo no peleará por esto con el pontífice oriundo de Bérgamo.
Tampoco se lamentará con el Papa polaco por no haber ejercido al máximo con ella el "munus" petrino, tal como está haciendo el actual obispo de Roma.
No obstante esto, sigue actuando en todo y para todo como sumo pontífice de la Iglesia universal.
Y lo hace con una prontitud y eficacia de gobierno curial que hace empalidecer la mostrada por sus inmediatos predecesores. Con un estilo que recuerda en ciertas formas al de Pío XII, que fue secretario de Estado de sí mismo – dejando vacante el cargo – y que fue el último pontífice que no tuvo un secretario particular más o menos embarazoso, como le ocurrió a sus sucesores hasta Francisco.
Un campo en el que el papa Bergoglio hace sentir todo el peso de sus decisiones personales es el de las beatificaciones y canonizaciones, que desde hace siglos son un poder exclusivo del sumo pontífice.
SEMÁFORO VERDE PARA ROMERO
Como reveló el arzobispo Vincenzo Paglia, postulador de la causa, luego de una audiencia con el papa Francisco, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha dado finalmente vía libre al proceso de beatificación del arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, brutalmente asesinado mientras celebraba la Eucaristía.
Fue el ex Santo Oficio guiado por el entonces cardenal Joseph Ratzinger quien bloqueó la causa, también por la influencia que había ejercido sobre el obispo Romero – y en especial sobre su exterminada producción homilética – el jesuita Jon Sobrino, exponente de avanzada de la teología de la liberación, cuyos escritos sufrieron una censura, con una notificación de la Congregación vaticana.
No es claro en absoluto si la decisión de la Congregación para la Doctrina de la Fe de hacer retomar el camino a la causa ya había sido tomada en las últimas fases del pontificado ratzingeriano.
"MOTU PROPRIO" PARA EL AMADÍSIMO JESUITA
Una decisión ciertamente personal de Francisco es la de proceder – como fue revelado en "Avvenire" por Stefania Falasca, la periodista y amiga del actual Papa – a la canonización del saboyano Pedro Fabro, uno de los fundadores de la Compañía de Jesús, venerado hasta ahora como beato.
Las razones de esta intención son fácilmente detectables en la evidente analogía que se puede encontrar entre el modo en el que Fabro desarrolló su misión durante el terrible período de crisis que vivió la Iglesia, como fue el de la reforma protestante, y el modo en el que el papa Bergoglio intenta cumplir hoy la tarea de sucesor de Pedro.
De hecho, contado por los historiadores, Fabro antepuso su propio testimonio de vida y la insistencia en una fuerte reforma interna de la Iglesia ante las controversias teológicas y ante toda ilusión de poder imponer la fe auténtica mediante la fuerza. Y lo hizo ganándose la estima de santos que también son considerados aguerridos campeones de la contrarreforma católica, como Francisco de Sales y Pedro Canisio.
Con toda probabilidad la canonización de Fabro se llevará a cabo sin la ceremonia acostumbrada, con un simple acto pontificio que certificará la llamada canonización "equivalente".
Se trata de un procedimiento utilizado normalmente para personajes que vivieron en los siglos pasados y que el Papa, en virtud de su autoridad, decide elevar al rango de santos sin el milagro atribuido a una intercesión de su parte, que sí es necesario en las causas normales.
Este procedimiento fue utilizado, por ejemplo, por Benedicto XVI para Hildegarda de Bingen, por Juan XXIII para Gregorio Barbarigo, por Pío XII para Margarita de Hungría y por Pío XI para Alberto Magno.
EL PAPA JUAN, SANTO SIN EL MILAGRO
Pero la decisión más clamorosa tomada por el papa Francisco en este campo es ciertamente la de proceder a la canonización de Juan XXIII, sin que haya un milagro atribuido a su intercesión y que haya ocurrido luego de su beatificación.
El papa Roncalli equilibrará así, de hecho, la otra canonización prevista, la de Juan Pablo II. Así se repetirá lo que aconteció en el año 2000, cuando la beatificación de Angelo Giuseppe Roncalli, el papa del Concilio Vaticano II, fue acompañada por la de Pío IX, el Papa del "Syllabis" antimoderno.
La derogación del milagro concedida por Francisco al papa Juan es particularmente llamativa.
Benedicto XVI hizo muchísimo por el papa Karol Wojtyla, al derogar la norma que establece que para iniciar el proceso deben pasar cinco años de la muerte del candidato a los altares. Pero más allá de esta importante aceleración, las normas procedimentales han sido formalmente respetadas y ha habido dos milagros atribuidos a su intercesión para poder inscribirlo en el álbum de los santos.
Pero Francisco ha hecho más por Juan XXIII. Justamente ejerciendo el poder de sumo pontífice ha dispuesto que para Roncalli no sea necesario el milagro y que bastan la perseverante fama de santidad que rodea a su figura y la “fama signorum”, es decir, las gracias atribuidas a él, que siguen siendo testimoniadas (aunque ninguna de ellas ha sido certificada canónicamente como verdadero y auténtico milagro).
En la práctica, entonces, Francisco ha usufructuado al máximo el poder pontificio del que dispone en cuanto jefe de la Iglesia universal, para asumir una decisión que no parece tener precedentes en lo que se refiere a causas que no incluyen mártires.
De hecho en 1982, al forzar normas y praxis tradicionales Juan Pablo II canonizó a Maximiliano Kolbe – quien había sido beatificado por Pablo VI como confesor inmediatamente después de los dos milagros requeridos en esa época –, proclamándolo mártir de la caridad.
Y luego en el año 2000 canonizó a 120 mártires de China, “eximiendo” a cada uno de ellos del milagro. Esa acción provocó una grave crisis con el gobierno de Pequín, también porque el rito se celebró el 1º de octubre, fiesta nacional de la República Popular China, una decisión ésta última que fue considerada como una “gaffe” del también combativo cardenal Joseph Zen.
MÁS QUE CON LA MADRE TERESA DE CALCUTTA
De todos modos, a pesar de una petición firmada por numerosos cardenales, Juan Pablo II no concedió que la Madre Teresa de Calcuta fue proclamada rápidamente santa, con el único milagro que se le atribuyó en la causa de beatificación.
En este sentido, Francisco ha concedido a Juan XXIII lo que Juan Pablo II no permitió para la Madre Teresa.
Pero se puede pensar que la religiosa albanesa en el cielo no peleará por esto con el pontífice oriundo de Bérgamo.
Tampoco se lamentará con el Papa polaco por no haber ejercido al máximo con ella el "munus" petrino, tal como está haciendo el actual obispo de Roma.
Comentarios
Otros artículos del autor
- El sínodo alemán contagia a toda la Iglesia
- Los cardenales deberían releer «Dominus Iesus»
- Bendición de parejas homosexuales: el Vaticano tiene un enemigo en casa
- Qué es lo que ha cambiado en dos años entre los obispos chinos
- Los tres desafíos que Alemania lanza a la Iglesia
- Francisco y el cisma de Alemania: crónica de una pesadilla
- Un misionero, tras el Sínodo: sacerdotes casados... pero en continencia perfecta
- Esos mártires de los que no se da ninguna noticia
- ¿Sacerdotes casados en los primeros siglos? Sí, pero en continencia perfecta
- Archipiélago Gulag en Rumania: lo que nunca nadie había contado