Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El secreto de la felicidad


por Cardenal Juan José Omella

Opinión

Estos días de verano he recuperado un cuento precioso sobre la felicidad que quisiera compartir con vosotros. Es la historia de una niña que salió a dar un paseo. En su camino se encontró con una mariposa, prendida entre las zarzas y agitando sus delicadas alas sin conseguir liberarse. La niña cogió con todo cuidado a la mariposa y la soltó. Ya libre, la mariposa se convirtió en un hada que, agradecida, le dijo a la niña: «Quiero agradecerte tu buena acción. Pídeme el deseo que más quieras; te lo concederé. Dime, ¿qué es lo que más ansías?» Abriendo los ojos, sorprendida, la niña dijo: «Quiero ser feliz. Dime cuál es el camino de la felicidad». El hada le susurró al oído el secreto de la felicidad, y salió volando.

Desde ese momento la niña empezó a ser otra; siempre estaba alegre. Nadie en el pueblo era tan feliz como aquella niña. La gente empezó a interesarse, y curiosa le preguntaba continuamente por qué era tan feliz. Pero la niña evadía siempre la respuesta, diciendo que era un secreto, el secreto del hada. Así llegó a anciana y seguía siendo la persona más feliz del pueblo; una viejecita realmente feliz; y eso que en su vida no faltaron las dificultades y contratiempos.

Temerosos de que muriera y se llevara el secreto a la tumba, la gente del pueblo le insistía, más que nunca, en que revelara la fórmula de la felicidad. Al fin, un día, la viejecita, sonriendo, accedió a descubrirla. Y dijo que lo que contó el hada era muy sencillo; pero que para ella había sido, a lo largo de toda su vida, el secreto de su felicidad. El hada le había susurrado al oído: «Aunque las personas parezcan autosuficientes... ¡No lo creas! Todos te necesitan». La viejecita añadió que siempre había vivido con la seguridad de que todos necesitaban de ella: «Me he dado a ellos, y eso me ha hecho feliz». Este cuento nos enseña que para ser feliz no necesitamos grandes logros ni costosas adquisiciones.

Este relato nos recuerda cómo nos necesitamos los unos a los otros. ¡Qué importante es hacer el bien y ayudarnos mutuamente! Es bueno y necesario que reconozcamos el don que Dios nos ha dado para compartirlo con los demás. El tiempo de vacaciones puede ser el momento oportuno para pedir a Dios que nos ayude a descubrir los dones que hemos recibido. El Papa Francisco nos dice: «Solamente a partir del don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más» (Gaudete et Exsultate, 56).

Queridos hermanos, el amor entre nosotros, la fraternidad entre los miembros de un mismo pueblo, es signo y fuerza de la comunidad cristiana. El amor de Dios nos supera infinitamente, no puede ser comprado por nosotros con nuestras obras y solo puede ser acogido como un regalo iniciativa de su amor.

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