Matrimonio, patinaje sobre hielo
Una pareja baila junta, en una pista de hielo y sobre patines. Cada parte depende de la otra, y a la vez se apoya en la otra
por José F. Vaquero
Una tímida buena noticia se quiere abrir paso en nuestro panorama de crisis: acabamos de conocer que junio ha terminado con una buena noticia para el desempleo: casi 100,000 parados menos. Como se hace con todos los datos, las interpretaciones son variadas, casi hasta contradictorias. Parte de razón tienen unos y otros, pero el hecho es que un buen puñado de gente está trabajando, generando economía y riqueza, con la perspectiva de nivelar, al menos un poco, el desequilibrio entre gastos familiares e ingresos familiares.
Hay una riqueza mayor, un capital mayor, del que muchas veces nos olvidamos. Afortunadamente, siempre hay algunos que nos lo recuerdan, que remueven la tranquila conciencia de la total economía, del bienestar social. Y la grandeza de este capital no es monotema de la Iglesia; también hablan de él economistas, pensadores, que basan sus argumentos en el análisis psicosocial de la realidad. Se trata del valioso capital social de la persona, que encuentra su plena realización en el entorno de la familia. La conferencia episcopal española ha publicado unas reflexiones para recordarnos la belleza de la verdad del ser humano, y su magistral vocación al amor.
Cuatro notas caracterizan este amor humano, que llega a su zenit en el matrimonio: amor fiel, amor exclusivo, amor fecundo y amor para siempre. ¿Mucho amor? Sí, porque es lo esencial del hombre, el oxígeno para una vida humana. Detrás de estas características subyace una entrega total, sueño de dos jóvenes, cualquiera que sea su creencia, cuando se deciden a casarse, compartir totalmente la vida. Hace años se estrenó una película italiana titulada “Caso mai”, algo así como “por si acaso”, “quien sabe si”; un cierto temor e imprevisión ante lo que pueda venir. La escena inicial, reflejo de la grandeza del matrimonio, humano y cristiano, centra el film. Una pareja baila junta, en una pista de hielo y sobre patines. Cada parte depende de la otra, y a la vez se apoya en la otra. La pareja, unos jóvenes románticos, se casa en una ermita perdida en la campiña, y durante la boda, con las palabras provocadoras del sacerdote, reviven el pasado de la relación, y se les presenta el futuro, con sus crisis de familia. En un tiempo y otro, uno depende del otro, se fía del otro, y se apoya en el otro. Y los acontecimientos serán difíciles.
La película antes citada la distribuyeron en España bajo un título algo distinto, aparentemente inventado: “Comprométete”. Sin embargo, no está tan lejos de la realidad. Uno, Caso mai, se enfoca ante lo imprevisto del futuro. Otro, Comprométete, sintetiza la actitud ante lo imprevisto del futuro. Ambos se unen en una de las frases clave de los obispos: “El amor conyugal es un amor comprometido, que crea plena comunión de vida entre un hombre y una mujer; es fiel y exclusivo, fecundo y para siempre”.
Además del amor y el matrimonio, hay un cimiento antropológico que no podemos olvidar: el hombre es cuerpo y alma, material y espiritual, y así también es su sexualidad. “Tanto el espiritualismo, que no reconoce a la corporeidad sexuada su sentido espiritual, como la ideología de género, que le niega su carácter personal, impiden la consideración adecuada del ser humano en su realidad armónica”. El cuerpo constituye a la persona, forma parte integrante de su naturaleza, y por ello no se puede despreciar ni crear a nuestro antojo. El ser humano nace hombre o mujer, no ente neutro que luego opta por un género u otro.
Junto al componente corporal está el componente espiritual. Las dos partes van juntas, como las piernas con las que andamos, o las dos partes de nuestro corazón. De aquí que las acciones de una parte repercuten en la otra y viceversa. “Entre cuerpo, alma y vida se da una relación tan íntima que hace imposible pensar el cuerpo humano como reductible únicamente a su estructuración orgánica, o la vida humana a su dimensión biológica”.
La sexualidad, catalogada por algunos sólo en la parte corporal, está igualmente presente en la otra pierna, y por ello entra en el ámbito de lo que hace buena o mala a la persona, de lo que la conciencia analiza y juzga de acuerdo al bien.
Hay una riqueza mayor, un capital mayor, del que muchas veces nos olvidamos. Afortunadamente, siempre hay algunos que nos lo recuerdan, que remueven la tranquila conciencia de la total economía, del bienestar social. Y la grandeza de este capital no es monotema de la Iglesia; también hablan de él economistas, pensadores, que basan sus argumentos en el análisis psicosocial de la realidad. Se trata del valioso capital social de la persona, que encuentra su plena realización en el entorno de la familia. La conferencia episcopal española ha publicado unas reflexiones para recordarnos la belleza de la verdad del ser humano, y su magistral vocación al amor.
Cuatro notas caracterizan este amor humano, que llega a su zenit en el matrimonio: amor fiel, amor exclusivo, amor fecundo y amor para siempre. ¿Mucho amor? Sí, porque es lo esencial del hombre, el oxígeno para una vida humana. Detrás de estas características subyace una entrega total, sueño de dos jóvenes, cualquiera que sea su creencia, cuando se deciden a casarse, compartir totalmente la vida. Hace años se estrenó una película italiana titulada “Caso mai”, algo así como “por si acaso”, “quien sabe si”; un cierto temor e imprevisión ante lo que pueda venir. La escena inicial, reflejo de la grandeza del matrimonio, humano y cristiano, centra el film. Una pareja baila junta, en una pista de hielo y sobre patines. Cada parte depende de la otra, y a la vez se apoya en la otra. La pareja, unos jóvenes románticos, se casa en una ermita perdida en la campiña, y durante la boda, con las palabras provocadoras del sacerdote, reviven el pasado de la relación, y se les presenta el futuro, con sus crisis de familia. En un tiempo y otro, uno depende del otro, se fía del otro, y se apoya en el otro. Y los acontecimientos serán difíciles.
La película antes citada la distribuyeron en España bajo un título algo distinto, aparentemente inventado: “Comprométete”. Sin embargo, no está tan lejos de la realidad. Uno, Caso mai, se enfoca ante lo imprevisto del futuro. Otro, Comprométete, sintetiza la actitud ante lo imprevisto del futuro. Ambos se unen en una de las frases clave de los obispos: “El amor conyugal es un amor comprometido, que crea plena comunión de vida entre un hombre y una mujer; es fiel y exclusivo, fecundo y para siempre”.
Además del amor y el matrimonio, hay un cimiento antropológico que no podemos olvidar: el hombre es cuerpo y alma, material y espiritual, y así también es su sexualidad. “Tanto el espiritualismo, que no reconoce a la corporeidad sexuada su sentido espiritual, como la ideología de género, que le niega su carácter personal, impiden la consideración adecuada del ser humano en su realidad armónica”. El cuerpo constituye a la persona, forma parte integrante de su naturaleza, y por ello no se puede despreciar ni crear a nuestro antojo. El ser humano nace hombre o mujer, no ente neutro que luego opta por un género u otro.
Junto al componente corporal está el componente espiritual. Las dos partes van juntas, como las piernas con las que andamos, o las dos partes de nuestro corazón. De aquí que las acciones de una parte repercuten en la otra y viceversa. “Entre cuerpo, alma y vida se da una relación tan íntima que hace imposible pensar el cuerpo humano como reductible únicamente a su estructuración orgánica, o la vida humana a su dimensión biológica”.
La sexualidad, catalogada por algunos sólo en la parte corporal, está igualmente presente en la otra pierna, y por ello entra en el ámbito de lo que hace buena o mala a la persona, de lo que la conciencia analiza y juzga de acuerdo al bien.
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