En busca del optimismo perdido
Desear es, en cierto modo, poseer aquello que deseamos. El que busca y anhela posee, al menos en ciernes, la meta perseguida y anhelada
por José F. Vaquero
Está ganando adeptos una nueva actitud social, fruto, según dicen, de la crisis; podríamos bautizarlo como el síndrome de las “noticias apagadas” . Cada vez que pongo un informativo, constatan, independientemente de la cadena, recibo una exuberante carga de malas noticias. Cuando no es el rescate o la amenaza del IVA, la actualidad se centra en el paro, el re-paro (o parón) de la economía, los sueldos millonarios de ciertos politico-empresarios y los empujones de las agencias de calificación. Ante tal cúmulo de negativismo, algunos prefieren la ignorancia (ojos que no ven, corazón que no siente), la simple constatación de que todo está mal, y prefiero no saber qué entra dentro de ese todo.
¿Se puede salir de este pesimismo existencial? Ayer por la noche disfrutamos de un pequeño paréntesis, alegrándonos al ver a España finalista en la Eurocopa. Como todo paréntesis, se abre y se cierra, volviendo al hilo conductor de nuestro día cotidiana. ¿Hay sallida del laberinto del pesimismo? Más aún, ¿tiene cabida el optimismo, cuando a nuestro alrededor la perspectiva cada vez es más negra, e incluso lo que nos pintaban como luz resulta ser una bombilla de luz negra, un foco estilo “agujero negro”? Casi hasta me cuestiono: ¿será lícito, legítimo, esparcir semillas de optimismo? El corazón del hombre lo sigue anhelando, deseando, buscando, y ésa es razón suficiente para darle cabida en nuestra sociedad. Esta actitud nos ilusiona más que la desesperanza existencialista que nos identifica con una pasión inútil. Pasión somos, es cierto, pues lo que sucede a nuestro alrededor nos afecta, nos hace padecer buenos o malos sentimientos. ¿Pero pasión inútil?
Aristóteles, en los inicios de la filosofía occidental y del pensamiento moral, basa su sistema ético en una simple constatación: todo hombre, por naturaleza desea ser feliz. Y ese deseo lo califica de “deseo natural”, lícito, legítimo, bueno por sí mismo. En medio de la situación actual, de este caos de cada día, constatamos otro desiderium naturale, tan vital como la felicidad: todo hombre, por naturaleza, desea ser optimista, anhela vivir con optimismo, quiere construir una vida pensando en positivo.
Desear es, en cierto modo, poseer aquello que deseamos. El que busca y anhela posee, al menos en ciernes, la meta perseguida y anhelada. Los médicos lo saben muy bien, sobre todo los que tratan enfermedades como el cáncer: la actitud positiva, la fe en la victoria, el optimismo, ayudan de modo eficaz a la curación; No sustituyen la medicina, pero la abonan positivamente. E incluso si llega el empeoramiento, confortan al ánimo y al corazón para seguir sembrando optimismo, alegría y ganas de vivir.
Hace poco más de un mes, el centro de Italia, la región de Emilia – Romaña, sufrió varios seísmos. Edificios, viviendas, monumentos, y sobre todo vidas, quedaron destruidos. Un niño, testigo de la catástrofe, afirmaba: "Hay muchas grietas en nuestras casas, pero ninguna en nuestros corazones". Un ejemplo de optimismo, coraje, ánimo ante una “crisis urbana”. Y Benedicto XVI, visitándoles el pasado martes, les decía: "¡No estáis y no estaréis solos! Mirando a vuestras tierras he experimentado profunda conmoción ante tantas heridas, pero he visto muchas manos que las quieren curar junto a vosotros; he visto que la vida vuelve a empezar, quiere recomenzar con fuerza y coraje, y este es el signo más bello y luminoso".
Cuando no vemos la luz del sol tocan a nuestra puerta dos opciones: llorar amargamente, llenando nuestros ojos de lágrimas y, queriéndolo o no, impidiendo que vean las estrellas, y alegrarnos por la luz de una estrella, aunque sea pequeña, y coger un espejo para que se multipliquen sus rayos, y puedan iluminar a más personas.
¿Se puede salir de este pesimismo existencial? Ayer por la noche disfrutamos de un pequeño paréntesis, alegrándonos al ver a España finalista en la Eurocopa. Como todo paréntesis, se abre y se cierra, volviendo al hilo conductor de nuestro día cotidiana. ¿Hay sallida del laberinto del pesimismo? Más aún, ¿tiene cabida el optimismo, cuando a nuestro alrededor la perspectiva cada vez es más negra, e incluso lo que nos pintaban como luz resulta ser una bombilla de luz negra, un foco estilo “agujero negro”? Casi hasta me cuestiono: ¿será lícito, legítimo, esparcir semillas de optimismo? El corazón del hombre lo sigue anhelando, deseando, buscando, y ésa es razón suficiente para darle cabida en nuestra sociedad. Esta actitud nos ilusiona más que la desesperanza existencialista que nos identifica con una pasión inútil. Pasión somos, es cierto, pues lo que sucede a nuestro alrededor nos afecta, nos hace padecer buenos o malos sentimientos. ¿Pero pasión inútil?
Aristóteles, en los inicios de la filosofía occidental y del pensamiento moral, basa su sistema ético en una simple constatación: todo hombre, por naturaleza desea ser feliz. Y ese deseo lo califica de “deseo natural”, lícito, legítimo, bueno por sí mismo. En medio de la situación actual, de este caos de cada día, constatamos otro desiderium naturale, tan vital como la felicidad: todo hombre, por naturaleza, desea ser optimista, anhela vivir con optimismo, quiere construir una vida pensando en positivo.
Desear es, en cierto modo, poseer aquello que deseamos. El que busca y anhela posee, al menos en ciernes, la meta perseguida y anhelada. Los médicos lo saben muy bien, sobre todo los que tratan enfermedades como el cáncer: la actitud positiva, la fe en la victoria, el optimismo, ayudan de modo eficaz a la curación; No sustituyen la medicina, pero la abonan positivamente. E incluso si llega el empeoramiento, confortan al ánimo y al corazón para seguir sembrando optimismo, alegría y ganas de vivir.
Hace poco más de un mes, el centro de Italia, la región de Emilia – Romaña, sufrió varios seísmos. Edificios, viviendas, monumentos, y sobre todo vidas, quedaron destruidos. Un niño, testigo de la catástrofe, afirmaba: "Hay muchas grietas en nuestras casas, pero ninguna en nuestros corazones". Un ejemplo de optimismo, coraje, ánimo ante una “crisis urbana”. Y Benedicto XVI, visitándoles el pasado martes, les decía: "¡No estáis y no estaréis solos! Mirando a vuestras tierras he experimentado profunda conmoción ante tantas heridas, pero he visto muchas manos que las quieren curar junto a vosotros; he visto que la vida vuelve a empezar, quiere recomenzar con fuerza y coraje, y este es el signo más bello y luminoso".
Cuando no vemos la luz del sol tocan a nuestra puerta dos opciones: llorar amargamente, llenando nuestros ojos de lágrimas y, queriéndolo o no, impidiendo que vean las estrellas, y alegrarnos por la luz de una estrella, aunque sea pequeña, y coger un espejo para que se multipliquen sus rayos, y puedan iluminar a más personas.
Comentarios
Otros artículos del autor
- ¿Redes sociales o redes vinculares?
- El misterio del bien y el mal, siempre presente
- Médicos humanos, para niños y mayores
- Buceando en el matrimonio, un iceberg con mucho fondo
- La fecundidad social del matrimonio
- Cuarenta años de la reproducción «in vitro» en España
- Una bola de nieve llamada Belén de la Cruz
- Hakuna, la Carta a Diogneto del siglo XXI
- El drama de los «likes»: ¿qué diría Juan Pablo II?
- Procesiones y profesiones