Corona hispánica
No voy a hablar de Felipe VI, que debe de estar hasta la coronilla, sino de la corona de Adviento, que empezamos a encender hoy. Como saben, se trata de esa tradición navideña que consiste en ir encendiendo una vela más cada uno de los cuatro domingos de Adviento. Sirve para ir marcando el camino de luz creciente hacia la Navidad. Dicen que la inventó un pastor protestante, pero ¿vamos a renunciar por eso a convertirla al catolicismo?
Soy, además, un gran defensor de hispanizarla. ¿Cómo? Añadiéndole una vela azul purísima. Los sacerdotes españoles tienen el privilegio único en el mundo de celebrar con una casulla azul celeste el día de la Inmaculada en recuerdo de la defensa que siempre hizo nuestra nación de ese dogma preciosísimo. Muy partidario de los privilegios, éste podemos traérnoslo a casa en nuestra corona y sumar la azul purísima a las cuatro clásicas: la primera, morada, llamando a la penitencia a porta gayola para empezar con buen pie; la segunda, verde, por la esperanza todavía incipiente; la tercera, rosa, porque en el domingo Gaudete las vestiduras litúrgicas son de ese color del que da gusto ver la vida; el último domingo, roja, cuando la espera ya ha madurado en caridad encendida. La blanca la guardamos para el 25 por el Niño recién nacido, luz del mundo. Más que una corona de Adviento, me ha dicho un escéptico, lo mío parece la candelería de la Esperanza de Triana, pero es que el barroco también es muy nuestro.
Es el tercer año que dedico a la corona hispánica un artículo ya ritual. Hago cuanto está en mi mano para que se expanda esta nueva tradición. Decía Chesterton: “Si puedo pasar a la historia como el hombre que salvó de la extinción unas cuantas costumbres inglesas […] podré mirar a la cara a mis grandes antepasados, con reverencia, pero sin temor, cuando llegue a la última mansión de los reyes”. Esto se lo copió Tolkien para la muerte gloriosa del rey Théoden: “Vuelvo con mis padres, en cuya poderosa compañía no he de sentir vergüenza”. Yo estoy en ello y, mientras trato de salvar un puñado de costumbres españolas, como la siesta, en la que me esfuerzo lo indecible, o la tipografía Ibarra Real, aporto alguna nueva, porque siendo tradiciones y españolas, todas me parecen pocas.
Dentro de 150 años sólo cuatro historiadores se acordarán de Pedro Sánchez y, en cambio, en muchas casas se encenderán velas de azul purísima y oro (el de la llama).
Publicado en Diario de Cádiz.