¿Compromiso o simple sonido?
La palabra de estas parejas se junta con la Palabra, aquel ser que ama del todo y para siempre. La fiesta de la humanidad de un Dios que era palabra, compromiso, amor, y dio su palabra de que permanecería siempre junto a su creatura
por José F. Vaquero
¿Funcionaría nuestra sociedad sólo con el contrato verbal, el simple pero valioso compromiso de la palabra?
Celebramos este miércoles la fiesta de San Antonio de Padua, un santo popular, y de mucha devoción. Gran predicador franciscano, con vocación europea, audaz inteligencia y santidad de corazón. Además de acudir a él ante causas perdidas y objetos extraviados, numerosos pueblos y ciudades le invocan como patrón y protector, entre ellos mi villa natal. Y mi recerdo va más a lo profano que a lo religioso, al lugar que celebra la fiesta de su patrón.
Medina del Campo tuvo su su edad dorada durante el reinado de los Reyes Católicos, gracias principalmente a las ferias de la época, conocidas a lo largo y ancho del continente. La historia cuenta que se celebraban en la Plaza Mayor, junto al palacio de la reina Isabel. Entre tenderetes y puestecillos, los mercaderes buscaban, negociaban, regateaban, y finalmente cerraban y firmaban sus tratos comerciales. ¿Firmaban? Sí, con lo más valioso que tiene el hombre, su palabra. Los banqueros más evolucionados firmaron allí una de las primeras letras de cambio, ésta sí escrita, aunque yo prefiero recordarla tallada en piedra, rodeada de cuatro postes, y con los niños jugueteando a su alrededor.
Los comerciantes de la época firmaban con su palabra, con un apretón de manos y un compromiso firme de cumplir el acuerdo. Y la devoción popular añade que los tratos se llevaban a cabo después de la Santa Misa, celebrada a mediodía, al aire libre, y vivida por los asistentes al mercado, señores y criados, comerciantes, ganaderos, trabajadores de la lana e incluso curiosos de la villa. Una palabra, después del encuentro con la Palabra, bastaba para rubricar el acuerdo.
El tiempo ha pasado, sobre esta plaza y sobre las costumbres, en esta villa vallisoletana y en la aldea global de la que todos formamos parte. ¿Para bien o para mal? Como en botica, hay de todo, avances y retrocesos. Hoy la palabra se da por escrito, bajo notario, y con todo tipo de condiciones, cláusulas, seguridades, e incluso demasiada letra pequeña... Se juega mucho con este don de los dioses, mimado tanto por los clásicos grecorromanos. Hace pocos años se hablaba de recesión, crecimiento negativo, deceleración de la economía y otros artificios para denominar a lo que en la calle bautizábamos como crisis. Una evolución más preocupante que las nueve definiciones de nación, que vieron la luz cuando el Estatuto de Cataluña zigzagueó por la Carrera de San Jerónimo. Estos días hemos visto algo semejante con el rescate, línea de crédito, ayuda bancaria... y la consiguiente intervención, presencia de auditores, control del Estado o al Estado... Dejemos las precisiones terminológicas a los economistas y políticos, pero vuelve la pregunta: ¿Cuánto vale hoy la palabra? ¿Sigue teniendo peso? Los ojos son la ventana del alma; creo que la palabra su expresión más clara.
Esta pérdida de peso específico de la palabra se constata, con tristeza, en lo relacionado con el servicio a la res – pública, vocación, según dicen las palabras, de todo político. Pero también nos la encontramos en la sociedad más básica y cercana, la familia y el matrimonio. La palabra que sustenta el matrimonio, eclesial o civil, no son unos sonidos románticos, un bello poema que suena muy bien; es una palabra comprometida y comprometedora, y creo, de buena fe, que es lo que funda una decisión así. Amor para siempre quiere dar el novio y recibir la novia, y viceversa. Este viernes en la catedral de Madrid se va a celebrar este amor. Allí estarán los matrimonios que celebran sus bodas de oro o de plata en este año. Veinticinco, cincuenta años de una palabra mantenida, un sí sostenido, y como fruto, muchas familias que cuelgan de ellos, que amplían la cadena de ese compromiso.
¿Por qué este viernes? Porque la Iglesia celebra la fiesta del Sagrado Corazón. La palabra de estas parejas se junta con la Palabra, aquel ser que ama del todo y para siempre. La fiesta de la humanidad de un Dios que era palabra, compromiso, amor, y dio su palabra de que permanecería siempre junto a su creatura.
Celebramos este miércoles la fiesta de San Antonio de Padua, un santo popular, y de mucha devoción. Gran predicador franciscano, con vocación europea, audaz inteligencia y santidad de corazón. Además de acudir a él ante causas perdidas y objetos extraviados, numerosos pueblos y ciudades le invocan como patrón y protector, entre ellos mi villa natal. Y mi recerdo va más a lo profano que a lo religioso, al lugar que celebra la fiesta de su patrón.
Medina del Campo tuvo su su edad dorada durante el reinado de los Reyes Católicos, gracias principalmente a las ferias de la época, conocidas a lo largo y ancho del continente. La historia cuenta que se celebraban en la Plaza Mayor, junto al palacio de la reina Isabel. Entre tenderetes y puestecillos, los mercaderes buscaban, negociaban, regateaban, y finalmente cerraban y firmaban sus tratos comerciales. ¿Firmaban? Sí, con lo más valioso que tiene el hombre, su palabra. Los banqueros más evolucionados firmaron allí una de las primeras letras de cambio, ésta sí escrita, aunque yo prefiero recordarla tallada en piedra, rodeada de cuatro postes, y con los niños jugueteando a su alrededor.
Los comerciantes de la época firmaban con su palabra, con un apretón de manos y un compromiso firme de cumplir el acuerdo. Y la devoción popular añade que los tratos se llevaban a cabo después de la Santa Misa, celebrada a mediodía, al aire libre, y vivida por los asistentes al mercado, señores y criados, comerciantes, ganaderos, trabajadores de la lana e incluso curiosos de la villa. Una palabra, después del encuentro con la Palabra, bastaba para rubricar el acuerdo.
El tiempo ha pasado, sobre esta plaza y sobre las costumbres, en esta villa vallisoletana y en la aldea global de la que todos formamos parte. ¿Para bien o para mal? Como en botica, hay de todo, avances y retrocesos. Hoy la palabra se da por escrito, bajo notario, y con todo tipo de condiciones, cláusulas, seguridades, e incluso demasiada letra pequeña... Se juega mucho con este don de los dioses, mimado tanto por los clásicos grecorromanos. Hace pocos años se hablaba de recesión, crecimiento negativo, deceleración de la economía y otros artificios para denominar a lo que en la calle bautizábamos como crisis. Una evolución más preocupante que las nueve definiciones de nación, que vieron la luz cuando el Estatuto de Cataluña zigzagueó por la Carrera de San Jerónimo. Estos días hemos visto algo semejante con el rescate, línea de crédito, ayuda bancaria... y la consiguiente intervención, presencia de auditores, control del Estado o al Estado... Dejemos las precisiones terminológicas a los economistas y políticos, pero vuelve la pregunta: ¿Cuánto vale hoy la palabra? ¿Sigue teniendo peso? Los ojos son la ventana del alma; creo que la palabra su expresión más clara.
Esta pérdida de peso específico de la palabra se constata, con tristeza, en lo relacionado con el servicio a la res – pública, vocación, según dicen las palabras, de todo político. Pero también nos la encontramos en la sociedad más básica y cercana, la familia y el matrimonio. La palabra que sustenta el matrimonio, eclesial o civil, no son unos sonidos románticos, un bello poema que suena muy bien; es una palabra comprometida y comprometedora, y creo, de buena fe, que es lo que funda una decisión así. Amor para siempre quiere dar el novio y recibir la novia, y viceversa. Este viernes en la catedral de Madrid se va a celebrar este amor. Allí estarán los matrimonios que celebran sus bodas de oro o de plata en este año. Veinticinco, cincuenta años de una palabra mantenida, un sí sostenido, y como fruto, muchas familias que cuelgan de ellos, que amplían la cadena de ese compromiso.
¿Por qué este viernes? Porque la Iglesia celebra la fiesta del Sagrado Corazón. La palabra de estas parejas se junta con la Palabra, aquel ser que ama del todo y para siempre. La fiesta de la humanidad de un Dios que era palabra, compromiso, amor, y dio su palabra de que permanecería siempre junto a su creatura.
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