Recortes y más recortes
Un pequeño empezó a recortar un cuadrado, redondeando las puntas, y al poco tiempo tenía en sus manos un "cuadrado" recortado en forma circular, o sea, un círculo. ¿En qué no se debería recortar?
por José F. Vaquero
Llevamos una semana, un mes, todo este año, con la tijera funcionando a marchas forzadas. Recortes y más recortes: subida del IRPF (recortando la nómina), recortes en subvenciones, recortes a los sueldos estratosféricos, recortes en educación, recortes en sanidad... Se recorta en todo, menos en número de parados. Si todo se recorta, vamos a terminar sin reconocernos a nosotros mismos, ni la sociedad en la que vivimos. Y en esta era de la tijera cabe preguntarse: ¿Hay algo en lo que no se vaya a recortan, o al menos en lo que no se deba recortar?
Un pequeño empezó a recortar un cuadrado, redondeando las puntas, y al poco tiempo tenía en sus manos un “cuadrado” recortado en forma circular, o sea, un círculo. ¿En qué no se debería recortar?
No deberíamos minimizar ni reducir nuestra diferencia específica como individuo de la especie humana, que es la racionalidad, el duo pensar – amar. No significa esto despotricar contra cualquier recorte en educación. Gestores hay que buscarán (o debieran buscar) la mejor fórmula para ahorrar sin perjudicar al estudiante. Recortar, o no hacerlo, en pensar va mucho más allá de estar sentado 5 o 6 horas al día escuchando, atendiendo, lo que nos cuenta una persona llamada profesor. Implica y compromete cómo nos formamos y se forman esos alumnos, e igualmente implica y compromete como nos formamos y se forman los alumnos de la oficina, los alumnos de los medios de comunicación, los alumnos del cina, la cultura, las películas, las series... Pensar es una actitud que implica buscar la verdad con honestidad, defenderla con coherencia y promoverla con arrojo: verdad en los principios y sentido común, honestidad en el trabajo, en los negocios. Puede ser que hayamos llegado a los recortes actuales por haber recortado precisamente en esta transparencia, sinceridad y honradez.
Otro gran sector en el que no debería campear la tijera, ni siquiera en estos tiempos de crisis, es en el respeto. ¿Recortar en respetar la opinión de los demás, su fama, su trabajo? Hace ya muchos siglos Alguien dejó esta consigna: “No hagas a los otros lo que no quieras que los otros te hagan a ti”. O como decía una vieja canción, hablando del poco respeto a los otros y lo rápido que nos olvidamos de ellos. “Olvidamos que somos // los demás de los demás”. Toda persona, por sí misma, es digna de respeto. Tendrá opiniones más o menos acertadas. Y podremos estar de acuerdo con ellas o no. Pero de ahí a llamar a Mons. Reig Plá (por poner un ejemplo reciente) “ese peligroso imbécil”, creo que hay un abismo. Cuando se pasa de la argumentación al ataque personal se deja traslucir la falta de argumentos, o el ataque visceral. Y los ejemplos abundas.
No hay que recortar tampoco en perdonar, aunque hay que entender el perdón. Más allá del gesto de D. Juan Carlos, de un decir “Lo siento. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”, el perdón implica reconocer la propia imperfección, el pecado cometido, arrepentirse de él, satisfacer por el mal cometido y cambiar de conducta. Cuando hay estas condiciones, se puede perdonar. Pero otorgar el perdón y la libertad a la ligera, simplemente porque un preso terrorista firma una carta y dice unas palabras bonitas, es un perdón de hojalata y una injusticia catedralicia.
Los recortes actuales están sacando a la luz algo en lo que muchos católicos no recortan; es más, aumentan, multiplican: el amor y la solidaridad. Se aprecia este crecimiento en obras solidarias como Caritas, principal sostén de muchos “recortados” que carecen de ingresos o los ven reducidos a su mínima expresión. Pero también se palpa este crecimiento “obligado” de la solidaridad, de la caridad, del amor, en muchas familias donde se recortan los miembros que trabajan y pueden ganar algo de dinero. Esa célula principal de la sociedad, más allá de ideologías de género y esquemas hombre versus mujer, está permitiendo que muchos parados y muchas familias puedan llevarse algo a la boca. Esos son los no-recortes que aporta la Iglesia, además de la dimensión trascendente de la vida, del sentido de la existencia, la explicación última de la racionalidad del ser humano.
Un pequeño empezó a recortar un cuadrado, redondeando las puntas, y al poco tiempo tenía en sus manos un “cuadrado” recortado en forma circular, o sea, un círculo. ¿En qué no se debería recortar?
No deberíamos minimizar ni reducir nuestra diferencia específica como individuo de la especie humana, que es la racionalidad, el duo pensar – amar. No significa esto despotricar contra cualquier recorte en educación. Gestores hay que buscarán (o debieran buscar) la mejor fórmula para ahorrar sin perjudicar al estudiante. Recortar, o no hacerlo, en pensar va mucho más allá de estar sentado 5 o 6 horas al día escuchando, atendiendo, lo que nos cuenta una persona llamada profesor. Implica y compromete cómo nos formamos y se forman esos alumnos, e igualmente implica y compromete como nos formamos y se forman los alumnos de la oficina, los alumnos de los medios de comunicación, los alumnos del cina, la cultura, las películas, las series... Pensar es una actitud que implica buscar la verdad con honestidad, defenderla con coherencia y promoverla con arrojo: verdad en los principios y sentido común, honestidad en el trabajo, en los negocios. Puede ser que hayamos llegado a los recortes actuales por haber recortado precisamente en esta transparencia, sinceridad y honradez.
Otro gran sector en el que no debería campear la tijera, ni siquiera en estos tiempos de crisis, es en el respeto. ¿Recortar en respetar la opinión de los demás, su fama, su trabajo? Hace ya muchos siglos Alguien dejó esta consigna: “No hagas a los otros lo que no quieras que los otros te hagan a ti”. O como decía una vieja canción, hablando del poco respeto a los otros y lo rápido que nos olvidamos de ellos. “Olvidamos que somos // los demás de los demás”. Toda persona, por sí misma, es digna de respeto. Tendrá opiniones más o menos acertadas. Y podremos estar de acuerdo con ellas o no. Pero de ahí a llamar a Mons. Reig Plá (por poner un ejemplo reciente) “ese peligroso imbécil”, creo que hay un abismo. Cuando se pasa de la argumentación al ataque personal se deja traslucir la falta de argumentos, o el ataque visceral. Y los ejemplos abundas.
No hay que recortar tampoco en perdonar, aunque hay que entender el perdón. Más allá del gesto de D. Juan Carlos, de un decir “Lo siento. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”, el perdón implica reconocer la propia imperfección, el pecado cometido, arrepentirse de él, satisfacer por el mal cometido y cambiar de conducta. Cuando hay estas condiciones, se puede perdonar. Pero otorgar el perdón y la libertad a la ligera, simplemente porque un preso terrorista firma una carta y dice unas palabras bonitas, es un perdón de hojalata y una injusticia catedralicia.
Los recortes actuales están sacando a la luz algo en lo que muchos católicos no recortan; es más, aumentan, multiplican: el amor y la solidaridad. Se aprecia este crecimiento en obras solidarias como Caritas, principal sostén de muchos “recortados” que carecen de ingresos o los ven reducidos a su mínima expresión. Pero también se palpa este crecimiento “obligado” de la solidaridad, de la caridad, del amor, en muchas familias donde se recortan los miembros que trabajan y pueden ganar algo de dinero. Esa célula principal de la sociedad, más allá de ideologías de género y esquemas hombre versus mujer, está permitiendo que muchos parados y muchas familias puedan llevarse algo a la boca. Esos son los no-recortes que aporta la Iglesia, además de la dimensión trascendente de la vida, del sentido de la existencia, la explicación última de la racionalidad del ser humano.
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