Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Médicos de ayer, hoy y siempre


Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higías y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y iosas, de que he de observar el siguiente juramento.

por José F. Vaquero

Opinión

Corría el año 460 a.C. cuando vio la luz un bebé en la isla de Cos, Grecia, llamado a ser padre (o patriarca) de la medicina occidental. Su axioma: erradicar viejas supersticiones sobre el origen divino de las enfermedades y buscar su causa medio-ambiental, física, observada y observable. En definitiva, busca hacer de la medicina ciencia, una disciplina académica que funciona con unas causas que provocan unas consecuencias. Ciencia, afirmaban sus colegas filósofos, es un conocimiento cierto a partir de sus causas.

Traigo a colaciòn a este médico porque he estado leyendo el famoso Juramento de Hipócrates, en su versión traducida del griego y en su actualización de la Asociación Médica Mundial, publicado en 1948 (¿Será casualidad que coincide con la publicación de la Declaración de los Derechos Humanos?). Se trata de uno de los primeros códigos deontológicos profesionales, que contiene actitudes muy interesantes, para el siglo V a.C., y para el XXI d.C., pasando por todos sus años, meses y días.

“Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higías y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y iosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia.”. Se toma muy en serio lo que promete, y no es para menos, pues juega con la vida de sus pacientes.

“No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante; me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos.”. Parece que temas como el aborto y la eutanasia tienen más raigambre histórica de lo que pensamos. Nada hay nuevo bajo el sol, y el hombre siempre ha querido ser creador, dueño de la vida.

“No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase.... Aún bajo amenazas -puntualiza la Asociación de Médicos Mundial- no admitiré utilizar mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad.”. La sombra de la masacre hitleriana estaba muy próxima, y el temor a experimentar alegremente con ciudadanos de segunda o a seleccionar a las personas en función de su raza. Ahora somos más sofisticados; seleccionamos en función de la viabilidad de los embriones, o de la posibilidad de una posible enfermedad.

“Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria”. Consecuencias, para bien o para mal. La alegría de dar vida, o el remordimiento de venderse por dinero (a las palabras de un “médico” abortista me remito) y negar la mano a una mujer que cae por el terraplén del miedo, de la soledad, de la desesperación.

Este sábado celbramos el Día Internacional por la Vida. Fiesta bautizada por el cristianismo (coincide con el día de la Encarnación, día en que Dios se hizo carne en María). Pero más que cristiana, antes que cristiana, brota de la ley natural, del sentido común que busca defender la vida por encima de todo. La persona es maravillosa, encarnación y fruto del amor, y por ello es digna de amor, de respeto, de cuidado. Hipócrates, cinco siglos antes del cristianismo, ya lo vio claro; y muchos incipientes médicos, egipcios, mesopotámicos, de Oriente, también.

¿Será que los médicos y los científicos van por un lado, y los defensores del derecho a interrumpir voluntariamente el embarazo (lo que mi amigo de Perogrullo llama aborto) van por otro? Cuando los intereses ideológicos o políticos mandan sobre la ciencia la humanidad empieza a perder su esencia.



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