Una monja a juicio
Sentencia provisional de María Félix Torres: humildad y caridad, vida teologal. El juicio pasa a la sala del tribunal superior, quien analizará la santidad de la fundadora de la Compañía del Salvador.
por José F. Vaquero
El pasado 16 de diciembre estuve presente en un juicio. Un juicio un tanto peculiar, con una religiosa como delegada del “abogado defensor”; un notario, secretario y presidente vestidos con sotana, y una pila de treinta cajas archivadoras con la documentación. A la izquierda de la mesa de presidencia, una fotografía con la juzgada, María Félix Torres, monja sonriente y llena de paz. Después de las diversas alegaciones, suplicatorios y lecturas del notario, y tras los oportunos juramentos ante el rigor y la importancia del acto judicial, se firman las diversas actas y se lacra la documentación aportada. Finalmente, se nombra responsable del traslado de la documentación al tribunal superior (sito en Roma) y se concluye el acto con unas palabras de quien lo preside.
Esta sesión judicial lleva un título concreto y explicativo: “Sesión de clausura del procedimiento instructivo de la causa de canonización de la sierva de Dios Madre María Félix Torres, fundadora de la Compañía del Salvador”. Se cierra así uno de los pasos en el juicio, que abre las puertas de un futuro reconocimiento jurídico-canónico de la santidad de la Madre Félix. Un proceso realizado bajo la supervisión y presidencia de la cabeza de la Iglesia en la diócesis, en este caso, el Cardenal Antonio Mª Rouco Varela.
Más allá de la formalidad y corrección de este acto, claro ejemplo del rigor con el que la Iglesia analiza la declaración solemne de la santidad de sus hijos, está la persona concreta que “es juzgada” y las enseñanzas que a todos nos trae. Al clausurar la sesión, que no significa necesariamente que el proceso culmine con la beatificación o canonización de la Sierva de Dios, el Cardenal Rouco recordó su significado profundo: el reconocimiento de las virtudes heroicas de un cristiano nos debe recordar cómo debemos vivir las virtudes humanas y cristianas, de modo especial las virtudes teologales. Ser santo es amar totalmente, entregarse, darse.
María Félix, nacida en Albelda (Huesca) el 25 de agosto de 1907, creció cimentada en dos fundamentos de todo niño y adolescente, pilares que deben fundar cualquier vida: la familia y el colegio. Para continuar sus estudios sale del pueblo a la edad de 14 años. Lérida, concretamente el internado del colegio “La Enseñanza” y las monjas que cuidan esta obra dan un fuerte impulso a su formación cristiana y humana, que ambas cosas van de la mano. En estos años se va arraigando la que será su principal convicción: “Soy suya (del Señor), plena y conscientemente, para siempre”.
Inicia sus estudios de Medicina en Barcelona, y después se traslada a Zaragoza, donde estudia Ciencias Químicas. En medio de una vida normal, disfrutando como cualquier joven de su tiempo, se empieza a forjar su alma de apóstol bajo la guía espiritual de los jesuitas. El apostolado se convierte en una necesidad surgida del encuentro profundo con Cristo. Y este apostolado no son palabras huecas, sino ayuda concreta, desde lo humano a lo divino, en los cuerpos y las almas de los niños y adolescentes. Se implica en primera persona en grupos de Acción Católica, y comienza una generosa labor de apostolado con los pobres del barrio de las Delicias, en esta ciudad aragonesa. Es tal su entrega que gasta casi todo lo que le envían sus padres en las chicas del barrio (llegó a ir con zapatos rotos) e incluso saca horas extra entre semana para dar clases particulares en su pensión a algunas jóvenes de condición humilde.
Su profesor de Biología en la Universidad era ateo y, para contrarrestar su influjo, María se dio cuenta de la necesidad de una sólida formación filosófica, de la que carecía por entonces. Solución: le contaba a su director espiritual las “cosas raras” que el profesor decía durante las explicaciones en clase. El P. Orlandis. S.J., le daba doctrina para contrarrestarlas y, con lo que aprendía en esa formación, la joven iba deshaciendo la confusión sembrada entre sus compañeros.
En una época tan difícil como los inicios de la década de los 30, clima previo de la persecución religiosa en España, esta mujer de gran corazón va descubriendo la voz de Dios, que le empuja a dedicarse a la juventud. Funda un pequeño colegio en Lérida, la “Academia Nueva”, que funcionará durante algunos años.
Terminada la Guerra Civil, la inquieta María, junto con varias compañeras, inician una nueva institución religiosa en Barcelona. La preocupación es la misma: “el apostolado de las inteligencias sedientas de amor, de verdad y de fuerza”. Cree en la juventud, en el desgaste por y para ella, y en los grandes retos a que los jóvenes están llamados.
Su deseo de educar y formar los cristianos del mañana la lleva a fundar diversas casas y colegios, primero en España (Barcelona, Lérida, Madrid, Mota del Marqués-Valladolid) y después fuera de las fronteras del país (Venezuela, Estados Unidos, Puerto Rico). Busca que los que fueron pilares en su vida –la familia y el colegio–, se conviertan en robustos fundamentos para la sociedad del mañana. Y es la primera en poner en práctica aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando”: hay que rezar, ser santos, pedir a Dios, pero también hay que ponerse a trabajar, desgastarse por la formación y crecimiento de aquellos jóvenes que dependen de sus colegios, de sus apostolados.
Asomándonos a la vida de tan impresionante mujer, observamos un camino de creciente virtud que culminó en una humildad enorme –apenas se la conoció fuera de la Congregación como fundadora en vida, pese a tener miles de alumnas en sus centros educativos– y perfectísima caridad. Tras su muerte, casi todos los que con ella trataron, desde novicias al personal de mantenimiento de los colegios, afirmaban que se sentían queridos por ella “de una manera especial”, personal, casi con predilección.
Para más información sobre la Madre María Félix, http://www.mariafelix.org
Esta sesión judicial lleva un título concreto y explicativo: “Sesión de clausura del procedimiento instructivo de la causa de canonización de la sierva de Dios Madre María Félix Torres, fundadora de la Compañía del Salvador”. Se cierra así uno de los pasos en el juicio, que abre las puertas de un futuro reconocimiento jurídico-canónico de la santidad de la Madre Félix. Un proceso realizado bajo la supervisión y presidencia de la cabeza de la Iglesia en la diócesis, en este caso, el Cardenal Antonio Mª Rouco Varela.
Más allá de la formalidad y corrección de este acto, claro ejemplo del rigor con el que la Iglesia analiza la declaración solemne de la santidad de sus hijos, está la persona concreta que “es juzgada” y las enseñanzas que a todos nos trae. Al clausurar la sesión, que no significa necesariamente que el proceso culmine con la beatificación o canonización de la Sierva de Dios, el Cardenal Rouco recordó su significado profundo: el reconocimiento de las virtudes heroicas de un cristiano nos debe recordar cómo debemos vivir las virtudes humanas y cristianas, de modo especial las virtudes teologales. Ser santo es amar totalmente, entregarse, darse.
María Félix, nacida en Albelda (Huesca) el 25 de agosto de 1907, creció cimentada en dos fundamentos de todo niño y adolescente, pilares que deben fundar cualquier vida: la familia y el colegio. Para continuar sus estudios sale del pueblo a la edad de 14 años. Lérida, concretamente el internado del colegio “La Enseñanza” y las monjas que cuidan esta obra dan un fuerte impulso a su formación cristiana y humana, que ambas cosas van de la mano. En estos años se va arraigando la que será su principal convicción: “Soy suya (del Señor), plena y conscientemente, para siempre”.
Inicia sus estudios de Medicina en Barcelona, y después se traslada a Zaragoza, donde estudia Ciencias Químicas. En medio de una vida normal, disfrutando como cualquier joven de su tiempo, se empieza a forjar su alma de apóstol bajo la guía espiritual de los jesuitas. El apostolado se convierte en una necesidad surgida del encuentro profundo con Cristo. Y este apostolado no son palabras huecas, sino ayuda concreta, desde lo humano a lo divino, en los cuerpos y las almas de los niños y adolescentes. Se implica en primera persona en grupos de Acción Católica, y comienza una generosa labor de apostolado con los pobres del barrio de las Delicias, en esta ciudad aragonesa. Es tal su entrega que gasta casi todo lo que le envían sus padres en las chicas del barrio (llegó a ir con zapatos rotos) e incluso saca horas extra entre semana para dar clases particulares en su pensión a algunas jóvenes de condición humilde.
Su profesor de Biología en la Universidad era ateo y, para contrarrestar su influjo, María se dio cuenta de la necesidad de una sólida formación filosófica, de la que carecía por entonces. Solución: le contaba a su director espiritual las “cosas raras” que el profesor decía durante las explicaciones en clase. El P. Orlandis. S.J., le daba doctrina para contrarrestarlas y, con lo que aprendía en esa formación, la joven iba deshaciendo la confusión sembrada entre sus compañeros.
En una época tan difícil como los inicios de la década de los 30, clima previo de la persecución religiosa en España, esta mujer de gran corazón va descubriendo la voz de Dios, que le empuja a dedicarse a la juventud. Funda un pequeño colegio en Lérida, la “Academia Nueva”, que funcionará durante algunos años.
Terminada la Guerra Civil, la inquieta María, junto con varias compañeras, inician una nueva institución religiosa en Barcelona. La preocupación es la misma: “el apostolado de las inteligencias sedientas de amor, de verdad y de fuerza”. Cree en la juventud, en el desgaste por y para ella, y en los grandes retos a que los jóvenes están llamados.
Su deseo de educar y formar los cristianos del mañana la lleva a fundar diversas casas y colegios, primero en España (Barcelona, Lérida, Madrid, Mota del Marqués-Valladolid) y después fuera de las fronteras del país (Venezuela, Estados Unidos, Puerto Rico). Busca que los que fueron pilares en su vida –la familia y el colegio–, se conviertan en robustos fundamentos para la sociedad del mañana. Y es la primera en poner en práctica aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando”: hay que rezar, ser santos, pedir a Dios, pero también hay que ponerse a trabajar, desgastarse por la formación y crecimiento de aquellos jóvenes que dependen de sus colegios, de sus apostolados.
Asomándonos a la vida de tan impresionante mujer, observamos un camino de creciente virtud que culminó en una humildad enorme –apenas se la conoció fuera de la Congregación como fundadora en vida, pese a tener miles de alumnas en sus centros educativos– y perfectísima caridad. Tras su muerte, casi todos los que con ella trataron, desde novicias al personal de mantenimiento de los colegios, afirmaban que se sentían queridos por ella “de una manera especial”, personal, casi con predilección.
Para más información sobre la Madre María Félix, http://www.mariafelix.org
Comentarios
Otros artículos del autor
- El misterio del bien y el mal, siempre presente
- Médicos humanos, para niños y mayores
- Buceando en el matrimonio, un iceberg con mucho fondo
- La fecundidad social del matrimonio
- Cuarenta años de la reproducción «in vitro» en España
- Una bola de nieve llamada Belén de la Cruz
- Hakuna, la Carta a Diogneto del siglo XXI
- El drama de los «likes»: ¿qué diría Juan Pablo II?
- Procesiones y profesiones
- ¿Qué pasa con la natalidad?