Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

¿Quién manda en el mundo?


Esa deuda que no aparece en los titulares de los periódicos, que no genera cumbres mundiales urgentes de los poderosos de los países; que ni siquiera es exigible, muchas veces, ante la justicia.

por José F. Vaquero

Opinión

La respuesta es fácil y difícil a la vez; muchos contestarán inmediatamente, como un resorte, con respuestas variopintas, sensatas, utópicas e idealistas a lo Quijote, realistas a lo Sancho, con un NSNC (no sabe no contesta) e incluso en términos espiritualistas, supersticiosos y religiosos. Y todos tienen algo de razón. Si atendemos a las noticias de las últimas semanas, la palma de la solución al interrogante se la lleva la economía, ese agujero negro que sufrimos día a día pero no terminamos de entender.

En los últimos meses están en las portadas unos entes que antes casi desconocíamos: las agencias de rating (Fitch, Moody´s y Standard&Poor´s), la venta de deuda y la prima de riesgo, esa prima inquietante que ha puesto en jaque mate a dos presidentes europeos y continúa marcando jaques a otros cuantos (cómo juega esta prima...). Lo que no han logrado numerosas acusaciones en Italia, que esperamos que algún día se vayan aclarando, lo ha logrado la deuda, la prima de riesgo, los indicadores que califican la economía y “los mercados”. Parece que este agujero se lleva las de ganar, y es quien manda en el mundo. Prefiero no pensar en quiénes están detrás de estos hilos de las agencias de rating, la prima de riesgo, el precio del dinero y temas similares. Como dicen los gallegos de las meigas, haberlas, haylas.

En este panorama que nos rodea, y que incluso ha eclipsado un poco la campaña electoral, mi inquietud va más allá. ¿Dónde queda la libertad? ¿Hay sitio para ella? ¿Podemos decir que de verdad somos libres? ¿o somos marionetas movidas y manejadas por las manos ocultas de los mercados? Podemos caer en la tentación de pensar que los únicos libres son los que habitan en la cima del iceberg, los que agitan estas marionetas; el resto, la mayoría, la muchedumbre, parecemos hormiguitas predeterminas para una actividad, con un arco de acción que satisface unos minúsculos deseos de libertad.

Me resisto a ese terrible reduccionismo, que no responde a los deseos de grandeza de nuestro corazón. ¿Pero dónde ser libre? ¿cómo ser libre? Creo que la respuesta apunta a una mirada más profunda del hombre, del mundo, de la realidad. La economía tiene su importancia, el mundo material, que no es de por sí materialismo opuesto al humanismo, nos limita, pero no cierra nuestros horizontes, nuestros proyectos, nuestras ilusiones. Más allá del mundo económico, basado en relaciones económicas, hay un mundo humano, basado en relaciones humanas: amor, entrega, felicidad, donación. La alegría de saberse amado y de amar es más profunda que la profundidad de la deuda, pública o privada.

Y en estos días que la deuda asoma y brilla por todas partes, no está de más recordar la deuda madre que tenemos, la deuda de todas las deudas: a alguien le debemos la vida. Alguien con mayúscula nos la dio y nos la mantiene, confesamos los creyentes, pero alguien, y eso lo aceptan creyentes, ateos y agnósticos, nos proporcionó el origen físico de esa vida. Alguien, de modo desinteresado, nos cuidó, nos protegió, nos alimentó, nos educó. Esa deuda no aparece en los titulares de los periódicos, no genera cumbres mundiales urgentes de los poderosos de los países; ni siquiera es exigible, en su mayor parte, ante la justicia. Tal vez por eso, por su ocultamiento, la olvidamos con facilidad.

Una palabra final para los cristianos. Este domingo la Iglesia celebra el día de Jesucristo, Rey del Universo, la fiesta de Cristo Rey. ¿Tiene sentido proclamar un rey como éste en un mundo gobernado por la mano invisible de la economía, superior incluso a la política y el gobierno? En la dimensión de un mundo económico, tal vez no. En la dimensión de un mundo humano, un mundo de relaciones humanas, proyectos y aspiraciones, es la clave de bóveda que sustenta el edificio. Sólo esa realeza divina, esa justicia perfecta de un Dios amor, que ha amado y muerto por el hombre, satisface plenamente nuestras ansias de justicia y felicidad. ¿Quién puede hacer justicia al hombre? En nuestras manos está trabajar por la justicia, conseguir una sociedad y una micro-sociedad más justa, pero la realización plena nos sobrepasa.
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