Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La patrona de los deprimidos


Nuestra Señora del Pozo está de máxima actualidad. En el panorama actual, a gran escala y en la situación concreta de cada día, seguimos bajo el dominio de una palabra: crisis.

por José F. Vaquero

Opinión

La religiosidad popular, que ha impregnado y sigue permeando nuestra cultura, digan lo que digan algunos, ha “inventado” patrones y protectores para todas las circunstancias. No se exceptúan momentos tan sublimes como el umbral de la muerte (y ahí está san José, esposo de la Virgen), el nacimiento de un hijo (San Ramón Nonato)  o tan cotidianos como la búsqueda de un objeto perdido o extraviado (y aquí la lista sería interminable).

También los deprimidos, enfermedad de moda en las últimas décadas, tienen su patrona. En fechas recientes los argentinos la han entronizado en dos parroquias. No es una advocación inventada ad hoc, aunque sí describe gráficamente la situación del deprimido: Nuestra Señora del Pozo, “del pozo negro color oscuro que no logro salir”, añadiría alguno. La imagen de la santa patrona, por aquello del rigor histórico, proviene de mediados del siglo XIII, de la Iglesia romana de Santa María in via. Esa imagen, pintada sobre una baldosa, fue lanzada años después a las aguas de un aljibe de la casa de un cardenal en Roma; se supone que lo hizo algún despechado deprimido. Milagrosamente quedó flotando como cerniéndose por encima de las aguas. Un miembro del personal de servicio la encontró, y de ahí comenzó la devoción a esta Virgen, que no se hundió en el pozo, físico y anímico, sino que surgió de las aguas, salió a flote.

Nuestra Señora del Pozo está de máxima actualidad. En el panorama actual, a gran escala y en la situación concreta de cada día, seguimos bajo el dominio de una palabra: crisis. Ante ella, parece que la actitud duradera más sensata es el desánimo, la desconfianza. En los primeros momentos de una crisis, crisis económica o crisis personal, crisis familiar,la reacción primaria se divide entre el “todo está fatal” y el “esto se supera en un tris”. Pero con el paso del tiempo, la actitud pesimista se hunde en el agujero negro oscuro, y la optimista va cayendo, desgastada por el tiempo, al mismo agujero negro oscuro, después de 3 o 4 intentos de fulminar a la crisis.

Para unos y otros está Nuestra Señora del Pozo, y sobre todo la esperanza que trae consigo. Se oye mucho, en términos económicos, que la salida de la crisis pasa por recuperar la confianza. Prefiero hablar de esperanza, que es una confianza basada en un fundamento firme, en una certeza. No es un confío en que, si tenemos suerte, saldremos adelante, sino un espero y tengo la certeza de que saldremos adelante. El optimismo, como actitud, es muy positivo. Construye hacia arriba pisos y pisos de nuestro edificio personal. Pero si no hay cimientos, fundamentos, el edificio baja y cae mucho más rápido de lo que ha subido.

Hace años leí un libro que habría que volver a poner de moda. “Razones para la esperanza”. Un gran periodista, un gran hombre y un gran sacerdote recopiló en él un buen número de sus artículos. En la presentación, comenta su autor, José Luis Martín Descalzo: “Dicen que la gran enfermedad de este mundo es la falta de fe o la crisis moral que atraviesa. No lo creo. Me temo que lo que está agonizante es la esperanza, el redescubrimiento de las infinitas zonas luminosas que hay en las gentes y cosas que nos rodean”.

En sus páginas va desgranando multitud de situaciones y personas con esperanza, con empeño, con alegría y ganas de vivir. Casos que nos muestran motivos para seguir esperando, amando, trabajando. Anécdotas de los “don nadie” que construyen la sociedad con su esperanza y su trabajo. No salen en los periódicos, es verdad, no serán estudiados como revolucionarios sociales, pero causan una sana revolución en la pequeña sociedad que les rodea.

El mundo está perdiendo la confianza, dicen; padece una gran crisis de esperanza. Pero ¿cómo está mi pequeño mundo, el mundo de quienes me rodean? Ahí precisamente está una de las grandezas de Santa María del Pozo: no fue la protagonista de una revolución mundial en la principal ciudad del imperio romano, pero fue la callada protagonista en una familia, la Sagrada Familia, en la que un Hombre vivió el 90 por ciento del tiempo que pasó en esta tierra, a la que vino para enseñarnos a ser hombre, a ser hijo, a ser amigo, a amar y dejarse amar. He aquí una buena medicina para este hombre deprimido.

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