Un balance ante el pasado
Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y continúa siendo la tarea fundamental de los políticos.
por José F. Vaquero
Estamos cerrando una legislatura (Deo gratias, responderá más de alguno), y se abrirá una nueva etapa. Nueva, según estadísticas por el partido en el poder, y nueva, según otros, por el personaje socialista que ocupa ya el primer lugar en el partido. Nos hallamos en un interregno, bombardeados cada vez más por eslóganes de campaña electoral, un periodo que se extenderá durante casi dos meses. Es buen momento, más allá de las promesas, para hacer balance. Antes de mirar al futuro alocadamente, y prometer el oro y el moro, detengámonos a ver el pasado y el presente. Demóstenes, ese gran orador y “tertuliano” de la Grecia clásica, recordaba a sus ciudadanos: lo peor del pasado, eso, precisamente eso, se puede convertir en lo mejor para el futuro.
Echando un vistazo hacia atrás, a la España de los últimos siete años, todos consttamos que abunda lo negativo. En el plano material la crisis económica, el desempleo y sus terribles consecuencias tienen raíces profundas y abundantes brotes, no precisamente verdes. En el plano cultural y educativo la formación de los niños y jóvenes españoles no alcanza buenos resultados si la comparamos con los niños y jóvenes europeos. La cultura del esfuerzo, del trabajo, de la obra bien hecha, brilla por su ausencia.
Si subimos al plano de los derechos, se privilegia la decisión de acabar con la vida de un embrión por encima de la defensa del indefenso e inocente embrión. Se quiere constituir en derecho la omisión del mínimo cuidado de un enfermo, su derecho a ser alimentado. Si sacamos consecuencias de algunos recortes presupuestarios, se prefiere la difusión de una cultura catalana nacionalista, el ataque a todo lo que huela a España, al pago del justo salario a quienes trabajan por la salud y el bienestar de los ciudadanos. No me gusta ser pesimista, pero el pasado del que venimos no es muy lúcido.
De todos estos males, uno me preocupa por lo paralizante que puede llegar a ser: la corrupción de una parte importante de la clase política. Corrupción a gran escala, o corrupción favoreciendo al amigismo con subvenciones. Ellos no obligan a la sociedad a ir por un derrotero y otro, pero su influjo es grande, y por ende también su responsabilidad Me preocupa porque muchos jóvenes, valiosos y con grandes ideales, se preguntan seriamente: ¿Merece la pena ser político? ¿Se puede ser buen político?
Benedicto XVI, en su reciente visita al parlamento alemán ha tirado un certero dardo a la política, y ha dado en el centro de la diana, en su esencia. “Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y continúa siendo la tarea fundamental de los políticos”; he ahí la misión del político, el anhelo que debe latir en el corazón del político de buena voluntad. Y yo diría más, el crisol para filtrar al buen político del político de profesión y conveniencia. Por supuesto, el éxito, humano y electoral, importa y es legítimo, pero debe estar subordinado 1. al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y 2. a la comprensión del derecho.
Cada palabra parece medida, teledirigida, orientadora de este dardo hacia la diana: servir, es decir, buscar objetivamente el bien de los ciudadanos, de cada ciudadano, sin privilegiar a unos por encima de otros, en un cálculo medido de consecuencias. Derecho, es decir, algo constitutivo que vale por sí mismo, más allá de las circunstancias, del entorno, de las conveniencias. Derecho que sólo puede encontrar un fundamento fuerte en la naturaleza humana, en el hombre en cuanto hombre, eso que los clásicos bautizaron como “ley natural”. Si el derecho se basa sólo en las mayorías terminaremos legitimando el nazismo, pues Hittler llegó al poder en unas elecciones democráticas justas, ejerció el poder, durante parte de su dominio, en conformidad a la voz de la mayoría hecha palabra en unas elecciones. Tan importante es el derecho que ya antiguamente avisaban: “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos”
Y finalmente, combatir la injusticia. Poca observación se necesita para constatar que, con frecuencia, el egoísmo está por encima de la justicia, incluso en las decisiones más cotidianas de nuestra vida. Por ello el Santo Padre habla de defensa, de combatir la injusticia, de promover la justicia, un nombre más cercano para denominar al bien común.
¿Utopía de un anciano de 84 años? Yo lo llamaría esperanza, ilusión, deseo del corazón, que por naturaleza busca el bien, la verdad. También este ámbito “profano” ha sido redimido por Jesucristo.
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