Verdad y maquillaje, o la persona y el personaje
Jesús descubre el fondo del corazón, más allá de la apariencia.
Estamos ahítos del “glamour” de las mil pasarelas en las que exhibimos trucados lo que quizás no somos en verdad. Este truco que maquilla la humilde realidad de nuestra vida, parece que logra engañar a todos los incautos que nos ven pasar. Vivimos en una sociedad que ama el control, la burocracia, la etiquetación. Como antaño, es difícil salir del sambenito que te colocan y con el que casi te obligan a ser y a vivir. No obstante, no siempre corresponde esa etiqueta con la verdad honda que se es conde detrás del escaparate personal. Siempre hemos de distinguir entre la persona y el personaje, entre la verdad y la apariencia, entre el contenido y el continente.
El Evangelio de este domingo nos presenta un lúcido y duro diálogo de Jesús con los ancianos y sumos sacerdotes de Israel. No se dirige a sus discípulos, gente sencilla y hasta vulgar, sino a aquellos que eran el colectivo más influyente y determinante entre los varios grupos judíos.
Jesús trae a colación a los pecadores formales, pero que pueden tener un fondo diverso. La apariencia de esta gente es posiblemente desastrosa, impresentable, desaconsejable; pero lo que hay por dentro es diverso; tanto, tanto, que hasta pudiera ser parecido al de Dios. Son los peca dores que viven mal, pero sólo por fuera, porque el corazón nunca ha negado de verdad a Dios ni a los demás lo que en un momento dado pudieran pedir. Lo cual no quiere decir que no tengan que cambiar o que no tengan que convertirse seriamente. Pero su malvi vir, su pecado real no ha llegado a corromper el corazón hasta el punto de disfrazarse de falsa disponibilidad, como hacen los del "sí" que luego resulta "no".
Para comprender este Evangelio hay que tener presente lo que Jesús dice en otras ocasiones en las que aborda el mismo tema de la apariencia hipócrita. Son, por ejemplo, los dos que oran en el templo: uno se pavonea de su virtud pasando la factura a Dios, despreciando al prójimo que está al fondo, mientras que éste sólo sabe pedir perdón; son los dos hijos del padre bueno: el pró digo y el que sin haber salido nunca de casa jamás estuvo de corazón con su padre; es la mujer adúltera: los impecables oficiales que querían tirar piedras puritanas, pero que es taban manchadas de complicidad e hipocresía.
Jesús descubre el fondo del corazón, más allá de la apariencia. Es más fácil cam biar y convertirse quien tiene un corazón entrañable y un rostro manchado, que quien tapa con extraños cosméticos la fealdad de su cara... fiel reflejo de un corazón endure cido y lleno de sí.
Comentario al pasaje evangélico del domingo XXVI del tiempo ordinario.
El Evangelio de este domingo nos presenta un lúcido y duro diálogo de Jesús con los ancianos y sumos sacerdotes de Israel. No se dirige a sus discípulos, gente sencilla y hasta vulgar, sino a aquellos que eran el colectivo más influyente y determinante entre los varios grupos judíos.
Jesús trae a colación a los pecadores formales, pero que pueden tener un fondo diverso. La apariencia de esta gente es posiblemente desastrosa, impresentable, desaconsejable; pero lo que hay por dentro es diverso; tanto, tanto, que hasta pudiera ser parecido al de Dios. Son los peca dores que viven mal, pero sólo por fuera, porque el corazón nunca ha negado de verdad a Dios ni a los demás lo que en un momento dado pudieran pedir. Lo cual no quiere decir que no tengan que cambiar o que no tengan que convertirse seriamente. Pero su malvi vir, su pecado real no ha llegado a corromper el corazón hasta el punto de disfrazarse de falsa disponibilidad, como hacen los del "sí" que luego resulta "no".
Para comprender este Evangelio hay que tener presente lo que Jesús dice en otras ocasiones en las que aborda el mismo tema de la apariencia hipócrita. Son, por ejemplo, los dos que oran en el templo: uno se pavonea de su virtud pasando la factura a Dios, despreciando al prójimo que está al fondo, mientras que éste sólo sabe pedir perdón; son los dos hijos del padre bueno: el pró digo y el que sin haber salido nunca de casa jamás estuvo de corazón con su padre; es la mujer adúltera: los impecables oficiales que querían tirar piedras puritanas, pero que es taban manchadas de complicidad e hipocresía.
Jesús descubre el fondo del corazón, más allá de la apariencia. Es más fácil cam biar y convertirse quien tiene un corazón entrañable y un rostro manchado, que quien tapa con extraños cosméticos la fealdad de su cara... fiel reflejo de un corazón endure cido y lleno de sí.
Comentario al pasaje evangélico del domingo XXVI del tiempo ordinario.
Comentarios
Otros artículos del autor
- Carlo Acutis: la santidad jovial
- Las aguas turbulentas de la actualidad
- Covadonga: la romería asturiana
- Sanz Montes y Belorado: la exabadesa trae «un "cuasi suicidio" intelectual, espiritual y eclesial»
- No monje de clausura, sino obispo encarcelado
- La matraca acusadora
- Como una vidriera de la vida
- Un puente sobre aguas turbulentas
- Cuando un amigo se va. In memoriam: Carras
- Entre el cansancio y la ilusión: la cuesta de enero