A cinco años de Regensburg: Ratzinger y el diálogo con el islam
El 12 de septiembre de 2006, el Papa sostuvo la famosa lección en su universidad que desencadenó violentas reacciones en el mundo musulmán.
por Andrea Tornielli
Hace 5 años, la tarde del 12 de septiembre de 2006, Benedicto XVI regresó a su universidad, en Regensburg, para pronunciar un discurso ante los representantes del mundo de la ciencia. El título de su lección magistral fue: «Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones».
Al empezar a explicar la parte sustancial de su discurso, el vínculo que existe entre religión y razón, quiso explicar que es razonable creer y que no se puede creer contra la razón. Una afirmación que ejemplificó citando un el diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleologo tuvo en 1391 con un persa culto sobre el cristianismo y el islam.
Manuel II Paleologo, explicó el Papa, «de manera sorprendentemente brusca y que extraña, se dirige a su interlocutor simplemente con la pregunta fundamental sobre la relación entre religión y violencia en general, diciendo: “Muéstrame, pues, lo nuevo que trajo Mahoma, y solo encontrarás cosas malas e inhumanas, como su orden de difundir mediante la espada la fe que él predicaba”. El emperador, tras haber hablado de forma tan brusca, explica minuciosamente las razones por las que la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional... La afirmación decisiva de esta argumentación contra la conversión mediante la violencia es: no actuar siguiendo la razón va en contra de la naturaleza de Dios».
El discurso de Benedicto XVI prosiguió, concentrándose sobre el concepto de “razón” y su relación con la religión. Ratzinger explicó que una cierta mentalidad penetró incluso la esfera religiosa, según la cual, la razón es un obstáculo para la fe: la fe, en sí misma, sin necesidad de interrogarse ni de verificarse con ayuda de la razón metafísica, sería más que suficiente para fundar la vida de cada creyente y de la comunidad en la que vive.
El pasaje de su discurso con el ejemplo del emperador bizantino fue retomado con mucho énfasis. La frase viajó por el mundo y el mensaje que fue recibido fue: según el Papa, el islam es una religión violenta, volcada hacia la guerra santa. Muchas, muchísimas, fueron las reacciones islámicas, acompañadas con la petición de que retirara lo dicho y de que pidiera disculpas. Las protestas provocaron más protestas. En muchos de los países musulmanes se llenaron las calles y se organizaron protestas. Incluso, diferentes grupos extremistas amenazaron de muerte a Benedicto XVI. Entre ellos: al-Qaida, Iraq al-Jihadiyya y el Ejército de los Mujahidin. Y en Mogadisco perdió la vida una religiosa italiana, Leonella Sgorbati, cuyo homicidio fue relacionado con la indignación islámica ante las palabras del Pontífice.
Algo no funcionó en el círculo papal, dado que los periodistas, que tenían el texto del discurso, habían difundido que ese pasaje podía dar lugar a malas interpretaciones y que podía ser instrumentalizado. Benedicto XVI y sus colaboradores aclararon muchas veces el sentido de tales palabras, que era, como dijo el Papa el 17 de septiembre, una invitación para dialogar, franca y sinceramente, «con gran respeto recíproco». El ejemplo de Manuele II Paleologo no tenía ninguna intención ofensiva con respecto al islam y, sobre todo, no expresaba el pensamiento del Pontífice.
Una semana después, Ratzinger habría añadido: «Esta cita, desgraciadamente, se prestó a malas interpretaciones. Para el lector atento de mi texto, sin embargo, resulta claro que no quise de ninguna manera hacer mías las palabras negativas que pronunció el emperador medieval en este diálogo y que el contenido polémico no expresa mi convicción personal». El Papa convocaría a diferentes exponentes del mundo islámico para llevar a cabo un encuentro que se desarrolló en Castel Gandolfo. El capítulo de Ratisbona se pudo considerar definitivamente cerrado desde la visita a Turquía, dos meses después, cuando Benedicto XVI entraría en la magnífica mezquita Azul de Estambul; allí, el imam lo invitaría a orar por un instante a su lado.
Hay quienes consideran, como el jesuita islamólogo Samir Khalil Samir, que la lectio magistralis de Ratisbona («paso en falso, según muchos cristianos y musulmanes») representó una base para instaurar un diálogo más cierto con el islam. «El Papa trazó las bases para un verdadero diálogo entre cristianos y musulmanes, convirtiéndose en la voz de muchos musulmanes reformadores y sugiriendo cuál camino tomar para llevar a cabo el diálogo entre cristianos y musulmanes». Un mes después de la lección de Benedicto XVI, 38 personalidades musulmanas escribieron una carta abierta al Papa, en la que expresaban sus posiciones a favor y en contra de las palabras que había pronunciado. Los 38 se convirtieron, un mes después en 138 y enviaron una segunda carta, al final del Ramadán de ese año, que se llamó «Una palabra común entre nosotros». En ambas cartas se sostienen posiciones a favor de la libertad para profesar la fe «sin restricciones», reivindicando al mismo tiempo la racionalidad del islam, incluso insistiendo en la sbsoluta trascendencia de Dios.
¿Cómo vivió esa crisis Benedicto XVI? Se lo contó él mismo al periodista Peter Seewald, en el libro-entrevista «Luz del mundo», que fue publicado en noviembre de 2010. «Había concebido aquel discurso –explicó– como una clase estrictamente académica, sin darme cuenta de que el discurso de un Papa nunca es condierado desde el punto de vista académico, sino desde un punto de vista político. Desde una prospectiva política, el discurso no fue considerado en su complejidad; se sacaró de contexto un pasaje y se le dio un significado político, que en realidad no tenía».
«Ese pasaje –sigue Benedicto XVI– trataba sobre un antiguo diálogo que, ahora como entonces, considero de enorme interés. El Emperador Manuele, de quien se habla, en ese tiempo ya era vasallo del Reino ottomano. No podía enfrentarse a los musulmanes; sino que, en el ámbito de un diálogo intelectual, podía hacer preguntas vivas. Sin embargo, la actual comunicación política es tal que no permite la comprensión de correlaciones semejantes».
«Representó un comienzo verdaderamente positivo –concluye Ratzinger– el hecho de que, justamente en ámbito islámico, se haya considerado necesario aclarar dos cuestiones y, como consecuencia, se haya puesto en marcha una reflexión interna entre estudiosos del Islam, una reflexión que luego se volvió diálogo».
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