El secreto de la juventud
por José F. Vaquero
“Sonríe, que sin sonrisa te haces feo y viejo antes de tiempo”. Suena a consejo de abuela a su nieto, y puede ser. Muchas veces la sabiduría de la experiencia, la sabiduría “de los viejos” penetra la realidad hasta los niveles más profundos. La universidad de la vida, de la vida campestre y serena. No hablamos aquí de la risa ruidosa, en ocasiones reflejo de la propia insatisfacción y miedo a encontrarse con uno mismo. Hablamos de la sonrisa pacífica, que brota de la sobreabundancia del corazón.
Para entender muchas realidades nos ayuda pensar en el origen de las mismas. ¿De dónde nacen? ¿Por qué surgen? ¿Qué las suscita? Los primeros filósofos buscaban el arjé de las cosas, su principio, como el principal camino de la filosofía. ¿De dónde nace la sonrisa? ¿Por qué sonreímos?
Cuando sonreímos por un chiste, por ejemplo, antes lo hemos escuchado. Incluso a veces no nos reímos porque no lo hemos escuchado con atención, no nos hemos fijado en los detalles; y pedimos que nos vuelvan a repetir alguna parte. Para reír ante la vida, para sonreír, primero debemos escuchar qué nos dice la vida, necesitamos dejarnos interpelar por ella, salir de nuestra torre de marfil y escuchar al otro. Es el primer paso de cualquier comunicación, también aquella que hacemos mediante la sonrisa.
Un chiste, en la mayoría de los casos, es algo que no es previsible, que sale del ritmo aburrido de lo rutinario y rompe con la previsión de los actos que “deberían ser así” Nos saca del ritmo aburrido de la vida diaria, y sucede algo inesperado, sacándonos del ritmo aburrido de la vida. Quizás por este motivo los niños sonrían tanto. Para un niño pequeño, ir a comprar el pan no es la repetición de un acto que hacemos mecánicamente todos los días; es una aventura, una novedad, un acontecimiento único. Ese candor les permite valorar lo ordinario, no vivir en la rutina, y afrontar cada día como la aventura de vivir este nuevo día. Esa apertura a la novedad de hoy es una autopista por la que la sonrisa puede salir a la superficie, sin las piedras del aburrimiento existencial. “Si no os hacéis como niños –nos dijo el Señor– no entraréis en el Reino de los cielos”
La sonrisa surge cuando hay alegría en el corazón, esa tranquila pacecita de saber que hemos hecho lo que teníamos que hacer, ese premio de la voz interior que nos dice: felicidades, has hecho el bien. En muchas películas, y tal vez también en nuestro modo de hablar, se escucha “has hecho lo correcto”. Creo que es una visión demasiado automática, externa, cientificista. Si a dos manzanas le sumas otras dos, tienes cuatro manzanas; eso es correcto. Pero si veo a un niño que da un beso a su madre, no me sale decir “es correcto”, o sea, cumple las leyes de la lógica. Mi reacción es decir que has hecho algo bien, más allá de las leyes externas de la física y la biología. En un caso privilegiamos la ciencia científica, el frío rigor empírico matemático; en el otro, la grandeza del corazón humano, el don de su libertad que elige conscientemente el bien, sin otra explicación que el bien mismo.
En estas profundidades del corazón encontramos, en último término, el origen de la sonrisa, la causa de nuestro sonreír. O de nuestro no sonreír. Y desde estas profundidades podemos provocar la verdadera sonrisa, esa que nos alegra internamente y alegra a cuantos están a nuestro alrededor. La sonrisa que brota de un corazón que está en paz con Dios y consigo mismo.
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