Redescubrir a Pablo VI
Hace 33 años murió Giovanni Battista Montini, un Papa que merece ser conocido.
por Andrea Tornielli
Treinta y tres años después de su muerte, en la soledad de un caluroso verano de Castel Gandolfo, la figura de Pablo VI, cuyo nombre era Giovanni Batista Montini, parece lejana, desconocida, sobre todo para las nuevas generaciones que crecieron con Juan Pablo II. Y hay que admitir que no han ayudado mucho al gran Pontífice de Brescia (Italia) algunos celosísimos custodios de su memoria, que, sintiéndose los únicos autorizados para mantener y difundir sus enseñanzas, acabaron (más o menos inconscientemente) por hacer que su recuerdo se haya vuelto elitista.
La figura de Pablo VI es compleja, una figura que tuvo que mantener el rigor de la Iglesia católica durante años muy difíciles: Fue elegido después de la primera sesión del Concilio que comenzó su predecesor Juan XXIII y se encontró con la enorme tarea de llevarlo a buen puerto en medio de muchas dificultades, y logró concluirlo. Después tuvo que conducir la ardua fase de la aplicación de las reformas conciliares, que coincidieron con la crisis del ’68 y con una reacción corrosiva al interior de la Iglesia, en la que muchos, en lugar de aplicar y de seguir las indicaciones del Vaticano, en nombre del «espíritu del Concilio», querían ir más allá de lo que dictaban los documentos e hicieron estallar una polémica en torno a los fundamentos mismos de la fe.
Durante esta fase, Pablo VI fue un testigo firme y apenado, que insistió en lo que la Iglesia siempre había creído y afirmado mediante sus encíclicas. Y, al mismo tiempo, nunca retrocedió con respecto al camino indicado por el Concilio. Por ello, Pablo VI fue muy criticado por la izquierda y por la derecha. Cierto mundo tradicionalista nunca le ha perdonado que reformara la liturgia, que hiciera el ecumenismo más abierto y que dialogara con otras religiones. Por otra parte, cierto mundo progresista ha definido a Pablo VI como el Papa que «frenó» la reforma de la Iglesia.
Leyendo el magisterio de papa Montini, sus discursos, sus declaraciones, sus cartas, uno se encuentra ante un testigo extraordinario, que ya desde sus años del episcopado milanés (cuando la Iglesia italiana todavía daba la impresión de ser un fenómeno arraigadísimo a nivel popular) se dió cuenta de que algunos mundos empezaban a “impermeabilizarse” ante la difusión del Evangelio. No eran adversarios o enemigos declarados, sino indiferentes. Eran los mundos de las finanzas de Milán, de la moda, de cierta cultura e incluso del mundo obrero, que, a caballo entre los años 50 y 60, con la gran inmigración) había transformado las periferias de la metrópolis de Milán. No se puede comprender a Pablo VI si no se parte desde su anhelo evangelizador, que lo empujó tras el impacto que le causo la ciudad de Milán.
Montini, que reinó de junio de 1963 a agosto de 1978, fue el Papa del diálogo. Pero no del diálogo como un fin en sí mismo. Para Pablo VI, de hecho, el diálogo siempre era un medio, no un fin. Un medio para divulgar el Evangelio entre los hombres modernos, un medio para acercarse a las angustias de sus contemporáneos. Mostró el rostro de una Iglesia que propone y no impone, que sabe estar cerca de los que sufren, que considera el mundo como «un campo de trigo y no un abismo de perdición» (palabras de Battista Montini).
Víctima de dos interpretaciones opuestas, ambas negativas, Pablo VI fue abandonado por sus amigos, fue sometido a los ataques más duros, sobre todo tras haber publicado su última encíclica (“Humanae vitae”, 1968), tras la cual, durante una década, no quiso publicar nada más para que documentos tan importantes no sufrieran ataques tan feroces.
Sin embargo, habría que recordar que el sufrimiento y la firmeza de Pablo VI permitieron el pontificado itinerante de Juan Pablo II. Habrí que recordar que muchos textos de papa Montini muestran una catualidad impresionante y una fuerte carga profética. El conocimiento de su figura y de su pontificado es decisivo para comprender la que Benedicto XVI, en el famoso discurso de felicitaciones navideñas a la Curia romana (de 2005), definió como la hermenéutica de la reforma en la continuidad, es decir de la clave para interpretar el Concilio Vaticano II que muestra cómo el evento más significativo para la Iglesia católica durante el siglo XX sigue la tradición, sin nostalgias por el pasado ni fugas injustificadas hacia el futuro.
También por ello hay que redescubrir la figura de Pablo VI, hacer que los jóvenes lo conozcan, contarles su testimonio, divulgando su estudio, devolviéndole a todos su figura. Papa Montini, cuyo proceso de beatificación está en curso, no merece permanecer encerrado en el pequeño espacio elitista que crearon los que se atribuyen la tarea de proteger su memoria (y que no la han dado a conocer). Su magisterio es enormemente rico y es un ejemplo que tiene una actualidad única que nos ayuda a comprender la situación de la Iglesia de hoy y las enseñanzas de los sucesores de Montini, empezando por la enseñanza de Benedicto XVI, a quien Pablo VI quiso nombrar obispo de Múnich y hacer cardenal.
Vatican insider
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