Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Cuando Dios nos desveló su secreto


Sólo los sencillos en su corazón y en su vida, podían entender las palabras de Jesús.

por Monseñor Jesús Sanz Montes

Opinión

No fue reservado, no nos engañó con largas interminables para ocultarnos la entraña de su corazón. Llegó un momento en el que Dios en su Hijo quiso decírnoslo todo. Puesto a desvelarse este Dios, puesto a revelarse, lo hizo de una manera insospechada. ¿Cuáles eran las claves en las que Dios se contaba y se cantaba?: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. Dios ha desvelado su secreto, pero los sabios sabihondos y los hinchados entendidos..., ni saben ni en tienden. Sólo todos los pocos sencillos que en el mundo han sido, sólo a ellos les ha querido revelar Dios sus adentros, porque "así le ha parecido mejor".

Podríamos pensar que este Dios, tenía también su manía persecutoria, o al menos su personal selección del personal, y que por lo tanto la emprendió con los sapientes, los potentes y los tenientes para favorecer a los que no lo eran. Pero la verdadera cuestión es preguntarse quién ha abandonado a quién, quién selecciona a quién. Porque sólo van a Jesús, y sólo en Él encuentran solaz y descanso, quienes realmente se hallan de tantos modos machacados: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré... y encontraréis vuestro descanso", y éstos, no suelen coinci dir con aquellos a los que el Padre "esconde" su secreto.

Sólo los sencillos en su corazón y en su vida, podían entender las palabras de Jesús. Porque sólo ellos se sabían desbordados por tanto cansancio y tanto agobio. Sin sentir vergüenza de su limitación, sin tener que maquillarla y disfrazarla: eran pobres, sin po der, sin saber, sin tener. Los que sabían y podían y tenían, ellos se pagaban a sí mis mos... aunque sus monedas fueran siempre desesperadamente insuficientes, pero de bían seguir aparentando que no ocurría nada, que no existían agobios ni cansancios, y por lo tanto que no padecían ninguna indigencia que les forzase a escuchar a alguien que les invitaba a ir a él para en él encontrar la paz y recuperar la esperanza.

Nosotros, dos mil años después, somos herederos y continuadores del secreto de Dios, ese que quita cansancios, seca lágrimas, desliga agobios, rompe cadenas, abre esperanzas, y todo lo llena de un buen olor de Buena Nueva. Estos son sus gestos y su lenguaje. Quiera el Señor que los sencillos de hoy, los pobres de nuestra tierra, puedan tener acceso al corazón de Dios manso y humilde, espejado y regalado en el corazón de los cristianos, para que como Jesús y con Jesús, también ellos den gracias al Padre.

Comentario al Evangelio del domingo decimocuarto del tiempo ordinario (Mateo 11, 25-30).


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