De la indignación al compromiso
El día a día de la política se corrompe por la ley del rédito electoral y el status quo del gobernante; en una escala más cercana a cualquiera de nosotros, nos podemos ir convirtiendo en perfectos previsores de la ley óptica del reflejo.
por José F. Vaquero
Me gustan las tertulias politico-económicas y sociales; lo reconozco. Y me sorprendo de la abundancia de contenidos de estas tertulias, que sobrepasan el debate económico o político, principal contenido e hilo conductor de las mismas. Uno de los temas estrella de estos días es la reforma laboral, la oportunidad, retraso, mínimo avance, necesidad y una lista interminable de calificativos. Aunque este tema desaparece pronto, ante las “hazañas” de los “indignados”. Uno de los tertulianos dio, a mi juicio, con el problema más preocupante de la política, de muchos gobiernos y de aún mayor número de decisiones politico-económicas y sociales: los gobiernos buscan el rédito electoral, más allá del rédito para el país. Cuentan los votos que se pueden ganar o perder, paso ineludible para mantener un status personal o de partido.
Más allá del campo político, la acusación es grave y preocupante, pues da lo mismo el buen obrar (no digo la vocación de servicio a la sociedad), con tal de que aumente el número de votos. Es fácil criticar a los políticos, llega casi en España a deporte nacional, junto con la siesta y el fútbol. Pero ¿qué puede hacer un simple ciudadano o ciudadana, un pequeño Gulliver, ante el mastodonte del sistema político? Un enano, que con mantenerse como está, y no ir a peor, ya tiene bastante.
El domingo pasado se cerró un capítulo, al menos para los pequeños empresarios de la zona de Sol, de respuestas ante este problema; este miércoles hemos visto que ha sido un cierre falso. El libro “Indignaos”, de Stephane Hussell, permeó, consciente o inconscientemente, el así llamado movimiento del 15-M, “democracia real ya” (¿paralelismo con el comunismo real, o apropiación de lo que ellos consideran real?). Estos jóvenes, y no tan jóvenes, enarbolaron la bandera de la indignación, la protesta, el anti-sistema; la solución pasa por destruir lo que tenemos, afirman, que está viciado y corrupto. Hasta sacaron un libro, que no sé cuántos leerán más allá del título (Indignados), no por su contenido sino por la cultura lectora de buena parte de la sociedad.
La indignación es un primer paso, que tiene un punto interesante: el jarro de agua fría para despertarnos, tirando sobre el dormido el agua fría, no el jarro; que aquí ya estamos con la violencia que estamos viendo en personas de este grupo, y por ende en el grupo. La indignación es un primer paso que puede quedarse como utópico, manipulable, pataleta de niño pequeño, y nada más. Habría que pasar de la indignación al compromiso, respetando las leyes del juego, que tan injustas no son. Y en este salto considero importante también saltar de planteamientos políticos y económicos, a planteamientos sociales, éticos, morales, en definitiva humanos.
Criticamos, y con razón, la búsqueda del rédito electoral en la política, la primacía del status personal. Pero esa estructura de comportamiento se replica con demasiada facilidad en otros ámbitos de nuestra sociedad, en el mundo laboral, personal o familiar. Nos encanta una ley básica de la óptica: la ley del espejo. Si lanzo cuatro rayos a un espejo, recibo cuatro rayos reflejados, Y además, conozco con perfecta previsión el trayectoria que seguirán los rayos.
El día a día de la política se corrompe por la ley del rédito electoral y el status quo del gobernante; en una escala más cercana a cualquiera de nosotros, nos podemos ir convirtiendo en perfectos previsores de la ley óptica del reflejo, y si la trayectoria del rayo reflejado no cumple mis previsiones, ¿para qué enviar mi rayo a reflejar? Las relaciones humanas, familiares, e incluso laborales, nos evidencian que esta ley no funciona.
La primera evidencia la tenemos nada más nacer, pero como ya ha pasado tanto tiempo, los años la han enviado al olvido: el desvivirse de una madre por su hijo pequeño tiene poco que ver con la ley de la óptica y el reflejo; más aún, parece que el recién nacido es un agujero negro, que abosrve mucha atención y a veces devuelve alguna sonrisa y alguna gracia. Pero el flujo desinteresado de rayos continúa. Ese sí es un compromiso, y no la indignación y protesta ante esta creaturita que exige que se le dé comida, se le limpie, se juegue con él. Una descripción un tanto fría (falta el calor del amor), pero con sus notas de realismo. Gracias a Dios, en estas situaciones la naturaleza nos pone como casi obvia la respuesta desinteresada de la madre y del padre, cada uno a su nivel, y ninguno más importante o prescindible que el otro.
Cuando los años pasan, ese compromiso y esa superación de la ley de la óptica se nos olvida. El pensamiento matemático nos va ganando terreno, y olvidamos la sabia frase de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. El corazón goza de prioridad, aunque necesita apoyarse en la recta razón y en el compromiso de la voluntad.
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