Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El ángel custodio


por Eduardo Gómez

Opinión

Nunca pagará España ni en esta vida ni en la otra a Ramiro de Maeztu los servicios prestados, allende a su trayectoria política. Don Ramiro advertía de la peligrosidad en términos de la relación absolutismo-liberalismo cuando encontraba en ese binomio las irónicas coincidencias del destino: deducía, en el liberalismo, el absolutismo del individuo, y a su vez encontraba, en el absolutismo, el liberalismo de la autoridad. Por contra, los términos “padres” y “libertad” casan muy mal. El primero procede de la ley divina, y hace acto de presencia en la ley natural. El segundo es una abstracción con un protagonismo sin par en las leyes humanas.

El derecho libertario de los padres a educar a sus hijos (bandera de algunos partidos) procede de un falso dilema: ¿es el Estado quien ha de educar a las personas desde su niñez, o jamás puede entrar en casa ajena a poner firme a la prole? El Papa León XIII lo veía cristalino: no dudó en pontificar que el hijo es algo del padre, incluso una suerte de ampliación de aquél. Mas dejó claro que en ningún caso el derecho del padre podía ser absoluto o despótico; limitaba el poder de los padres al cuidado de sus hijos y a educarles en la virtud. Cuatro eran las virtudes que llamaba San Juan Bosco a proteger en los niños y preadolescentes: piedad, oración, pureza y obediencia, arguyendo con gran sagacidad que la salvación del cristiano dependía de los años de juventud.

La encíclica Divini illius magistri de Pío XI (primer documento pontificio que abordó de manera completa el tema de la educación) establece que "los derechos educativos conferidos directamente por Dios a los padres son anteriores al derecho del Estado", aunque dado el calado de la obra social, el Estado debe participar con un papel subsidiario junto a la familia y la Iglesia.

El Estado y la libertad son dos abstracciones y en cualquiera de los dos casos extremos, el hombre queda en su niñez a merced del peor postor. El reclamo de la libertad soberana de los padres para educar a sus hijos no constituye sino una sutilización jurídica que otorga a la patria potestad un ejercicio de absolutismo, abriendo la veda al buen salvaje con el que soñó Juan Jacobo Rousseau. Sutilizar la palabra "libertad" para dar vía libre a los padres es tan temerario como pretextar la palabra "educación pública" para dar carta blanca al despotismo del Estado en su versión más en boga: la del Estado granjero, un Estado entusiasmado con cebar de pienso ideológico a sus queridísimos seres gallináceos hasta la recogida de huevos y la ulterior clasificación de los vástagos en aras de imponer sus dogmas.

Tal como pontificaba Pío XI, la educación no es soberana, por cuanto es hija de la moral, del buen sentido, y del orden previo a las deliberaciones administrativas de la cosa pública. Se transmite de padres a hijos, de hijos a nietos, de nietos a bisnietos, y así sucesivamente, por gracia de la ley divina. No progresa, y ese es el secreto de su éxito: eso es lo que protege los demás resortes de la sociedad. Es el ángel custodio del sentido del bien universal, por cuyo secuestro pelean los Estados modernos y el librepensamiento.

Me pregunto si Ramiro de Maeztu no querría avisarnos del peligro que corrían los niños en un futuro no muy lejano, si eran alejados de toda teología moral y puestos entre la espada y la pared, entre el absolutismo libertario de los padres y el liberalismo autoritario del Estado, entre el bestialismo y el Estado granjero. Solo hombres de una talla sin igual como San Juan Bosco descubrieron que la salvación del mundo pasa por la salvación de cada hombre, y para salvar al hombre hay que comenzar por encomendarse a Dios y salvar al niño, también de sus raptores.

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