Felices Pascuas por SMS
¿Cuántos mensajes de felicitación enviamos en Navidad o fin de año? ¿No sería bonito que los cristianos también lo hiciésemos por el Domingo de Resurrección, felicitando las Pascuas?
por José F. Vaquero
Ya ha llegado la Semana Santa. Estamos viviendo la Semana Mayor del cristianismo. Y no es tal por las numerosas y espléndidas procesiones que recorren España, (hasta la televisión pública nos recuerda). Con mucho respeto para ellas, y sin quitarles un ápice de valor (corro peligro de ser desterrado de mi tierra natal, y de otras tantas ciudades y pueblos españoles), las procesiones son incompletas y tienen un pequeña pega.
Las procesiones – noticias, y las procesiones – folklore, pueden ser la imagen reductivista y manca de la Semana Santa procesional, y por ende, de la religiosidad cristiana. Son manifestaciones folklóricas, de religiosidad popular, que se pueden quedar en ofrecernos una represantación del cristianismo: imágenes bonitas, sensibles, pero tal vez de fachada y sin contenido. Hay que reconocer, en honor a la verdad, que en muchos casos esta imagen, la imagen del paso y la imagen de los cristianos viendo su paso, reflejan el corazón del fiel, que contempla, revive, conmemora, los acontecimientos que allí se representan.
Pero estas procesiones tienen también otro peligro, más sutil y tal vez demasiado frecuente: Los pasos santos, las procesiones, la Semana Santa, son grandes porque en ella murió Jesucristo. Es conmemoración del dolor, del sufrimiento, de la pasión. Y ahí queda, para muchos, anticristianos y procristianos, la definición del cristianismo: la religión del dolor, del sufrimiento, del sacrificio. Hay que resignarse, aceptar la cruz, aguantar con la paciencia del santo Job. De ahí a considerar el cristianismo como enemigo de la felicidad del hombre hay apenas un paso, y éste no es de Semana Santa, sino de los que da un niño pequeño.
Dos figuras del siglo XX contrastan con esta idea, esta falsa reducción. La primera, el apóstol de los más pobres de entre los pobres, Teresa de Calcuta. ¡Cuánta miseria vio, palpó, toco esta mujer! En los suburbios más suburbios de la India, en los países más pobres de África e Hispanoamérica, y también en las calles de ciudades ricas y desarrolladas. En cambio, nada de resignación, lamentos por el sufrimiento, lloros; todo en ella era difundir la alegría del amor de Dios, hablar del cari´ño que Dios nos tiene y transmitir ese cariño ese cariño a cuantos se cruzasen en su camino.
La otra figura, que vuelve a ser portada en estas semanas, Juan Pablo II. En sus últimos años le vimos sufriente, consumiéndose día a díabajo la enfermedad. Y sin embargo, arrastrando a los jóvenes. ¿Qué tenía este “abuelito” para atraer a los jóvenes, exultantes de ilusión y vida, anhelantes de felicidad? ¿O es que en él veían a alguien feliz, un maestro que les enseñaba, con su vida y sus palabras, a ser feliz? Son las paradojas de la felicidad,
Dos figuras que han llegado a la raíz del cristianismo, a la religión de la felicidad, incluso en situaciones tan adversas. Nuestra fe es gozo, también en su Semana Mayor, y por eso termina con las felices Pascuas de Resurrección, piedra angular de la fe.
Cuando llega la Navidad lo tenemos muy presente. Hasta los ateos, sinceros o de conveniencia, difundimos a los cuatro vientos el “feliz Navidad” (o en su versión descafeinada, felices fiestas). De la oficina nos despedimos con un “feliz Navidad”, “que paséis una buena noche”. “Que termines bien el año, y feliz año nuevo”. La tecnología se ha sumado a estas felicitaciones y deseos de felicidad. Año tras año, la noche de fin de año está inundada de divertidos y simpáticos mensajes de teléfono que desean un feliz año. Y lo mismo sucede en Navidad, una celebración más religiosa que la nochevieja, o al menos más netamente cristiana).
¿Y la noche de Pascua? ¿El día por excelencia, el día de la Resurrección de Nuestro Señor? Qué mejor momento que desear la felicidad, que aquel en el que Uno como nosotros, a la vez que Dios, nos da la mayor garantía para nuestra felicidad. Y qué mejor modo de mostrar, también a la sociedad, que nuestra fe es la fe de la alegría, del gozo, del Exultet, más allá de la resignación ante los hermosos pasos de Semana Santa, imagen del dolor y el sufrimiento. ¿Cuántos mensajes de felicitación enviamos en Navidad o fin de año, y cuántos la noche del Sábado Santo, o la mañana de Pascua?
El cristianismo es la religión de la vida, del gozo, de la felicidad, del amor. Teresa de Jesús hablaba de que un santo triste es un triste santo, y no dudaba en cantar y bailar con sus monjas. ¿Qué hemos hecho los cristianos del siglo XXI con esta Buena Noticia, esta Alegría que ha alimentado el buen humor de tantos hombres de bien, de tantos santos, incluso de tantos mártires? ¿No sería bonito que los cristianos difundiésemos, también en ese mundo tecnológico de la telefonía, las redes sociales, facebook, twitter... la felicidad del Domingo de Pascua?
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