Una semana esperada por todos
Para unos y otros, los vacacioneros de la primavera y los religiosos procesionales, vamos a entrar en una semana grande.
por José F. Vaquero
Se acerca “la” semana, esa semana tan esperada para muchos, y por muy diversos motivos. Las empresas turísticas y la hostelería llevan meses pensando en ella; máxime que este año, al caer a finales de abril, todas las previsiones apuntan a que acompañará el buen tiempo. Un brote verde, muy pequeño a decir verdad, para nuestra economía en crisis. Eufemismos aparte, la restauración y los hoteles están de capa caída, sobre todo los primeros, después de su reducción de humo, y de una cuarta parte, o más, de sus ingresos. Llega, para muchos, la tan esperada semana de vacaciones de primavera; es curioso, las raíces cristianas de España la siguen llamando “vacaciones de Semana Santa”.
Para otros, y son más de los que creemos esta semana es importante porque es Santa, como su propio nombre indica. Es la semana central del año, llena de un contenido religioso, más o menos profundo según los casos. Incluso para muchos cofrades que podemos catalogar de poco practicantes, estos días tienen un sentido religioso. Y si tanta gente presencia y participa en las procesiones, se debe a ese poso de fe, que en ocasiones permea toda la vida y en otras se trata de la boya que, de cuando en cuando, marca la sed de Dios que padece el hombre de hoy, y la conciencia de saber dónde la pueden saciar de verdad.
Para unos y otros, los vacacioneros de la primavera y los religiosos procesionales, vamos a entrar en una semana grande. Y unos y otros se han preparado a lo largo de semanas (40 días, nos recuerda la tradición cristiana). Es lo propio cuando llega un acontecimiento importante. Y estamos a punto de escuchar el pistoletazo de salida.
Para unos huele a chiringuitos y pescaito frito, sobrillas y sillas de playa, crema para el sol, terracitas y unos días de no hacer nada. Vacaciones, la palabra tan terriblemente anhelada y tan dramáticamente corta. Para los otros, esta semana tiene sabor procesional, con las grandes procesiones de Valladolid o Sevilla, las poco conocidas de cada pueblo o ciudad, y hasta las pequeñas procesiones de las aldeas y pequeños pueblecitos castellanos.
Recientemente estaba leyendo el origen histórico de estas tradiciones, en las que se mezcla y complementa el folklore y la religiosidad. Allá por el año 1411 un fraile dominico recorría tierras y caminos de Aragón y Castilla. “Martillo de herejes”, según la mentalidad apologética, ilustre predicador según la terminología popular, hermano Vicente Ferrer, si escuchamos a sus hermanos de comunidad. En un momento de oración en la capilla del monasterio, ante un Crucifijo impresionante, y preocupado por la conversión de las almas, exclamó una especie de “¡Eureka!”. Hay que sacar las imágenes a la calle. ¿Cómo dice, hermano? ¿Se encuentra bien?
Así surgió la idea, en Medina del Campo (Valladolid) de sacar las imágenes a la calle. Bajar las imágenes de los altos retablos, montarlas en sencillas carretas tiradas por bueyes, y acercarlas al pueblo sencillo de Dios. Parece que la idea tuvo éxito, pues ya han pasado 600 años, y las procesiones siguen, y siguen aumentando en presencia, vivencia y hermosura. Este “martillo de herejes” encontró la fórmula para evangelizar al pueblo sencillo, con el cine de la época, un cine móvil y al aire libre.
Después de la preparación y la vivencia de esta Semana, cuando anochezca el Domingo de Resurrección, caba preguntarnos; ¿y después, qué? Para unos esta pregunta, casi imperceptible, no tiene más respuesta que el atasco de regreso, la crisis postvacacional, y quizás los intereses del crédito solicitado, para hacer frente al aumento de gastos de estos días. Para otros, la vida seguirá pero con una tonalidad muy distinta. Cambia el color morado por el color blanco (en la moda de este año creo que no se notará mucho, y el morado seguirá copando escaparates...). Cambia, más allá del color de ropa, el color del corazón. Renace la alegría, la vida, el porqué y el para qué vivir, el sentido profundo de los sabores y sinsabores diarios. “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”, no se cansa de repetir San Pablo, y por eso, siguiendo la sabiduría popular, cada vez son más frecuentes las procesiones del Domingo de Resurrección. Si sacamos a la calle a Cristos sufrientes y dolientes, ¿por qué no sacar también al Cristo alegre, glorioso, triunfante? El cristianismo no es religión de cruz, de muerte, sino de vida y alegría.
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